jueves, 2 de junio de 2022

Juntos A La Par: Capítulo 52

 —Yo se lo diré —dijo Pedro sin alterarse—, y cuando acabe, quizá me pueda acompañar adonde está la madre de Paula.


La mujer levantó la vista sorprendida cuando entraron al salón.


—Ha venido a llevarse a Paula —dijo el señor Martínez, mirando con odio a Pedro—. No sé adonde vamos a parar; te arrancan a tu hija de tu lado cuando te encuentras tan mal.


—Su doctor me ha dicho que usted se encuentra totalmente recuperada, señora Martínez, y tengo entendido que ya dispone de alguien que la venga a ayudar.


—Estoy muy triste —comenzó la señora Martínez. Lanzándole una mirada, se dió cuenta que las lágrimas no tendrían ningún efecto sobre él— . Después de todo, una hija tiene que cuidar a su madre...


—¿Y hacer las labores y la cocina? —por el aspecto que tenía, Paula había estado haciendo mucho más que aquello.


—¿Quién se ocupará de todo cuando ella se vaya? —se lamentó la mujer.


—Tendría que sentirse agradecida de tener un hogar —dijo Gerardo.


—Señor Martínez —le dijo con frialdad el doctor—, me está sacando de mis casillas. Estoy seguro de que encontrarán ayuda adecuada en el pueblo —se dió la vuelta cuando Paula entró en el salón—. Ya está todo arreglado —le dijo—, si quieres despedirte, nos vamos.


—Sí, Pedro —dijo Paula obedientemente, aunque supuso que pronto recobraría su sentido común y haría un par de preguntas sensatas, incluso pediría una explicación por todo lo inesperado que sucedía. Le dio un beso a su madre y un frío saludo a su padrastro, añadiendo luego, envalentonada—: A tí te podría decir muchas cosas, pero no lo haré. Pedro...


—Hablemos en el camino —le dijo él plácidamente, abriéndole la puerta del coche e instalándola a ella delante y a Tiger detrás. Enseguida añadió—: Llegaremos a casa a tiempo para cenar. Pararemos en Aldbury y recogeremos a Félix y a Marc.


—Pero ¿Adonde vamos?


—A casa.


—Yo no tengo casa. 


—Sí que tienes —dijo él, apoyándole una mano en la rodilla un instante—. Amor mío, nuestra casa.


Después de aquello no dijo nada durante bastante rato, lo que le dejó a ella todo el tiempo del mundo para pensar. Pensamientos caóticos que él interrumpió con naturalidad.


—¿Paramos a comer algo? —le preguntó, deteniéndose ante un pequeño pub.


La atmósfera del pub era acogedora, con un puñado de gente ante la barra que charlaba alegremente. Ellos comieron sus sándwiches y tomaron su café sin intercambiar casi palabras.


—¿Damos un paseíto con Tiger? —preguntó el doctor cuando acabaron.


Caminaron tomados del brazo y Paula intentó pensar en algo que decir. Luego decidió que no era necesario: Era como si tuviesen todo lo que importaba. Pero no parecía que fuese así, porque al rato, cuando se detuvieron para contemplar el paisaje por encima de un portón, Pedro se dió la vuelta y la miró a los ojos.


—Te amo. Tienes que saberlo, amor mío. Te he querido desde el primer día en que te ví, aunque no lo sabía entonces. Y luego me pareciste tan joven y tan ansiosa de hacer tu propia vida..., Y yo soy mucho mayor que tú.


—Tonterías —dijo Paula con firmeza—. Tienes la edad adecuada. No comprendo bien lo que ha sucedido, pero no importa... —elevó los ojos hacia él—. Siempre has estado ahí, y no puedo imaginarme el mundo sin tí.


Él la besó entonces y el ventoso sendero se convirtió en el paraíso. Cuando se hallaban nuevamente en el coche, Paula, respondiendo las discretas preguntas de Pedro, le contó cómo habían sido las dos semanas con su madre.


—¿Cómo supiste que me encontraba allí? —preguntó, y cuando él se lo dijo, añadió—: Pedro, Sofía Potter-Stokes dijo que ibas a casarte con ella. Sé ahora que no era verdad, pero ¿Por qué lo dijo? —hizo una pausa—. ¿Creía que ibas a hacerlo antes de conocerme a mí?


—No, amor mío. Salí con ella unas cuantas veces, pero nunca se me pasó por la cabeza casarme. Creo que lo que ella buscaba en mí, como en cualquier hombre de mi posición, era una vida cómoda. 

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