jueves, 9 de junio de 2022

Atracción: Capítulo 5

«Más puntos a su favor». Salió al patio. Él se puso en pie. Volvió a sentir ese cosquilleo. La mayoría de los hombres no se ponía en pie. Se quedaban sentados, no abrían puertas y olvidaban bajar la tapa del váter. Era muy apuesto. Tenía los pómulos altos, la nariz recta y una mandíbula fuerte. Era la clase de hombre que las chicas exhibían ante sus amigas. El desconocido se apartó de la mesa y se volvió hacia ella. El traje que llevaba puesto, azul y de raya diplomática, estaba hecho a medida y acentuaba unas espaldas anchas y unos músculos prominentes. Se movía con la gracia de un atleta. El único defecto era su corte de pelo. Ese peinado, pulcro y discreto, abundaba en el centro de Boise, cerca de los edificios de oficinas. Con una cara tan bonita, debería haber llevado algo más informal, un corte más largo, alborotado, desenfadado, sexy... Pero eso a ella le daba igual. Ese traje hecho a medida lo dejaba todo claro. No jugaban en la misma liga. Él era un campeón de pedigrí interminable. Ella, en cambio, era una mestiza sin dueño. Ya había intentado jugar en esa liga en el pasado, la de los perros millonarios, y había terminado en la perrera, también conocida como cárcel. Nunca más volvería a cometer un error como ese. «Pero mirar no está prohibido», pensó. Betty levantó la vista en ese momento.


–Pau, quiero presentarte a alguien.


Era muy alto. Debía de medir casi dos metros.


–Hola –le dijo, dando dos pasos adelante.


Tenía los ojos verdes, del color del jade. Se limpió los dedos en los pantalones y le estrechó la mano.


–Pedro Alfonso.


–Es mi nieto –dijo Betty de inmediato.


Paula se dió cuenta de que aquel era el hombre que podía hacer realidad su sueño. Si los productos para perro se vendían tan bien como esperaba Betty, podría ganar suficiente dinero para vivir adiestrando perros y presentándolos a concurso. Pedro Alfonso. No podía creerse que estuviera allí.


–Un placer –Paula se dió cuenta de que no le había soltado la mano–. He oído muchas cosas sobre tí –le soltó rápidamente.


Pedro la miró de arriba abajo, dictó sentencia y la clasificó como plebe en un abrir y cerrar de ojos. Para él no era más que una del montón.


–Pues yo no había oído nada sobre tí hasta hoy.


Hasta el mismísimo señor Darcy de Jane Austen palidecía ante semejante porte arrogante. El estirado personaje parecía un provinciano en comparación. Estaba claro que el señor Alfonso se creía demasiado bueno para ella. Y quizás lo era. Pero eso a ella le traía sin cuidado. Su carrera estaba en juego, y también estaba en sus manos.


–Cuéntame algo sobre tí –le dijo de repente.


Ese tono seco y altivo resultaba irritante, pero no podía mostrar incomodidad alguna. Le miró a los ojos con valentía, sin parpadear ni una vez.


–Me dedico a los perros.


–Pensaba que eras asesora.


Paula se quedó sin palabras. Buscó algo que decir, pero no tuvo éxito.


–Yo... yo...


–Pau es adiestradora de perros –dijo Betty–. Tiene un don natural. Sus conocimientos de veterinaria me han sido muy útiles. No sé qué haría sin ella –Betty le dedicó una mirada punzante a su nieto–. A lo mejor, si vinieras más a menudo, estarías al tanto de todo.


Pedro le regaló su sonrisa más encantadora a la abuela.


–Te veo todos los domingos en el club a la hora del desayuno, pero nunca me cuentas nada de tí.


Betty se encogió de hombros. Un gesto de dolor cruzó su mirada durante una fracción de segundo. ¿Se habría dado cuenta su nieto? Probablemente no.


–Oh, es que siempre terminamos hablando de tí y de Carolina.


–Bueno, ahora estoy aquí.


Betty se tocó el corazón y cerró los ojos.


–Y has hecho añicos todas mis esperanzas y mis sueños.


Paula miró a uno y a otro.


–¿Qué quieres decir, Betty?


Pedro agarró a su abuela del brazo.


–Mi abuela es un tanto melodramática.


Betty abrió los ojos y arrugó los labios.

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