Pedro se frotó la nuca.
–La abuela me ha colado un gol como si jugara en tercera división, ¿No?
–Bueno, yo diría más bien... En la liguilla del instituto.
–Esa me ha llegado. Vaya.
–Tu abuela es la mujer más lista que conozco.
–Bueno, tú tampoco pareces quedarte atrás.
–Gracias, pero lo que estaba haciendo no era difícil de adivinar.
–¿Y qué te hizo darte cuenta?
Se echó hacia atrás en el asiento. Parecía más relajado, más cómodo. Esa ropa de sport le sentaba tan bien.
–¿Pau?
Al oír su nombre, Paula se sobresaltó. Le había estado mirando demasiado. Sintió el rubor en las mejillas.
–No le había dicho nada acerca de mis horarios para la semana que viene. Así supe que se traía algo entre manos... No sabes la suerte que tienes. Betty es increíble. No creas que la vas a tener a tu lado para siempre.
–Parece que te preocupas mucho por ella.
–Ojalá fuera mi abuela.
–¿No tienes familia cerca?
–En el sur de Idaho. No los veo mucho.
Paula no quería que la conversación tomara ese rumbo. Se puso en pie.
–Tengo que irme.
–¿Adónde vas?
–A buscar tu traje.
–Antes de que te vayas... Una pregunta.
–¿Qué?
–¿Los productos de la abuela son tan buenos como dice?
–¿Creerás lo que te diga?
–Te he pedido tu opinión.
–Los productos son excelentes. Se venden solos.
–Pareces muy segura.
–Lo estoy. Estas formulas pueden hacer una fortuna, pero es mejor que Fair Face no las fabrique.
–Yo pensaba que eso era lo que queríais la abuela y tú.
–Sí, pero ya no.
–¿Ya se van a librar de mí?
–Digamos que sí.
–¿Y por qué?
–Si Fair Face no cree en los productos, no estarán dispuestos a poner todos sus recursos en el proyecto. Fair Face hará lo justo y necesario para contentar a Betty. Puede que los productos se vendan bien, pero no tendrán el mismo éxito que podrían tener con el respaldo y el apoyo adecuados.
–Para ser adiestradora de perros, sabes mucho sobre negocios.
–En realidad no. Solo es sentido común.
–Si Fair Face no está de por medio, habrá más dinero para tí.
Paula no había reparado en eso.
–Eso estaría muy bien.
–Claro.
Paula guardó silencio. ¿Cómo iba a entender lo que el dinero significaba para alguien como ella? Pedro Alfonso nunca había pasado hambre porque no había dinero para ir al supermercado. Nunca había salido de la cárcel con una mochila vacía y una cita con el agente de la condicional.
–¿Estás pensando en cómo te vas a gastar todo ese dinero?
–Estoy pensando en qué vamos a hacer a continuación. Te daré mi número. Mándame los nombres y los números de esos asesores.
–No hace falta.
Paula sintió que el corazón se le caía al suelo.
–¿Qué quieres decir?
–Conozco a la persona idónea para este proyecto.
–¿Quién?
–Yo.
–Dijiste que no tenías tiempo.
–Eso fue antes de ver que he descuidado a mi abuela y que tengo que pasar más tiempo con ella.
El fin asomaba en el horizonte. Y se lo había buscado ella sola.
–Deberías hacer algo divertido con tu abuela, en vez de trabajar con ella.
–Has dicho que a ella le gusta mucho trabajar.
–Sí. Pero... –Paula tragó saliva–. No querrás descuidar la empresa.
–Me las apañaré. Y así podré ayudarte a tí también –parecía seguro de sí mismo, como si nada pudiera detenerle–. Puedo contestar a todas las preguntas que tengas. Puedo poner las cosas en marcha, aportar algo de capital. Eso debería hacerte feliz.
Su sonrisa irónica decía lo contrario. Lo último que esperaba era hacerla feliz con la decisión.
–Yo...
–Confía en mí.
Paula se mordió la cara interna de la mejilla.
–No tienes por qué hacerlo. Realmente no es necesario.
–No te preocupes. En serio –su sonrisa, encantadora, le iluminó la cara–. Además, no lo hago por tí. Lo hago por mi abuela.
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