martes, 14 de junio de 2022

Atracción: Capítulo 9

 –No sé si voy a tener tiempo hasta que salga la línea de productos infantiles. Ya sabes cómo es.


–Sí. Lo sé –dijo Betty, tocándose la barbilla con los dedos–. Pero me gusta que todo quede en familia.


–No querrás que Fair Face quede desatendida, ¿No?


Betty arrugó los parpados y taladró a Pedro con la mirada.


–¿Quién trata de hacerme sentir culpable ahora?


Él levantó las manos, rindiéndose.


–Muy bien.


–A lo mejor Pedro conoce a alguien que pueda ayudarnos.


–Estaré encantado de darles unos cuantos nombres. Conozco a una persona que les puede venir muy bien.


–Supongo que merece la pena intentarlo –dijo Betty.


–Definitivamente sí –dijo Paula con entusiasmo–. Podemos hacerlo.


Pedro se puso erguido. Paula parecía más bien una socia. Había algo en ella que resultaba muy inquietante. No se traía nada bueno entre manos.


–Te mandaré los nombres y los números en un mensaje de texto, abuela.


–Mándaselo todo a Pau. Tal y como has dicho, soy química, no empresaria.


–Muy bien –Pedro miró el reloj por enésima vez y le dio un beso en la mejilla a su abuela–. Bueno, si me disculpan, tengo que volver al trabajo.


Betty le agarró la mano. Le clavó los dedos. 


–No puedes irte. No has tomado tarta.


La tarta de zanahoria. Lo había olvidado por completo, pero no podía olvidar el montón de papeles que le esperaba sobre el escritorio de su despacho. Miró el reloj de nuevo.


–Betty hizo la tarta ella sola. Tienes que probarla –la voz de Paula sonaba alegre, pero su mirada contenía una advertencia.


Pedro se dió cuenta de que no tenía más remedio que quedarse. Además, la situación era de lo más interesante. La ayudante se mostraba protectora con la abuela... Su preocupación podía ser auténtica o falsa, pero sí tenía razón en algo. No tenía por qué decepcionar a la abuela. Tomar un trozo de tarta no llevaba tanto tiempo y así podría sacarle más información acerca de esa misteriosa ayudante.


–Me encantaría tomar un trozo de tarta y un vaso de té helado – dijo, agarrando del brazo a la anciana. 


Los perros corrían alrededor de Paula, saltando, ladrando y persiguiendo pelotas. Se había quedado fuera, en el jardín. No tenía por qué darle conversación a un hombre que estaba deseando tomarse la tarta y salir de allí cuanto antes. Betty había entrado en la casa para pedirle a la señora Harrison que preparara la merienda.


–Estás hecho un desastre –quitó unas cuantas hojitas y ramitas del pelo del terrier–. Vamos a limpiarte antes de que regrese Betty.


A los perros les encantaba ensuciarse. A Betty le daba igual, pero ella trataba de mantenerlos lo más limpios posible, incluso mientras jugaban. Bobby le lamió la mano.


–Buen chico –dijo, dándole un beso en la cabeza.


–Te gustan los perros.


Paula se sobresaltó. No tenía que volverse para saber que Pedro estaba justo detrás de ella, pero miró por encima del hombro de todos modos.


–Me encantan los perros. Son mi vida.


Él la miró con esos ojos fríos, despreciativos, como si fuera ganado y tratara de decidir si debía comprar o vender. Dió un paso adelante y se detuvo a su lado.

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