jueves, 9 de junio de 2022

Atracción: Capítulo 7

Unos minutos más tarde, Paula estaba entre el césped y el patio, con el corazón en la garganta, de espaldas a Betty y a Pedro. Los perros jadeaban, ansiosos, esperando a que les tirara la pelota de nuevo. Otra vez. Y otra vez.


–Ven a sentarte con nosotros –dijo Betty.


Paula sintió un sudor frío que la hizo estremecerse. Pedro Alfonso tenía miles de millones. Betty tenía cientos de millones. Ella, en cambio, tenía 8.428 dólares en su cuenta bancaria. Pero no necesitaba mucho, solo un techo sobre su cabeza, un perrito que le hiciera algo de compañía y la oportunidad de demostrarse a sí misma que podía ser una buena adiestradora de perros. No pedía mucho. Pero sus sueños acababan de hacerse añicos gracias a Pedro Alfonso. No quería pasar ni un minuto más en presencia de ese hombre. Se volvió hacia su jefa.


–Por favor, Pau –las palabras de Betty sonaban a súplica.


Paula se volvió y forzó una sonrisa. Dió un paso hacia el patio.


–Claro. Me sentaré unos minutos.


Pedro seguía de pie. Era una fuerza aplastante e imponente. Sin reparar en su presencia, caminó hasta la mesa. No se merecía que lo mirara a la cara, ni tampoco un «Disculpa». Betty también debía de estar furiosa después de todo lo que le había dicho. Tocó el hombro de la anciana. No sabía de qué manera reconfortarla.


–Lo siento mucho –le dijo, con un nudo en la garganta. Los ojos le escocían. Parpadeó con fuerza–. Has trabajado tanto y has empleado tanto tiempo para nada.


Betty hizo un gesto con la mano, como si fuera una varita mágica con la que podía arreglarlo todo.


–Nada ha sido en vano. Los productos son excelentes. Tú misma lo has dicho. Nada ha cambiado, a pesar de lo que crea Pedro.


Él hizo un gesto casi imperceptible con la cabeza. Era evidente que no estaba de acuerdo con lo que pensaba su abuela, pero eso a Betty le traía sin cuidado. Paula se sentó junto a la señora.


–Pero si Fair Face no quiere los productos...


–Tú y yo vamos a poner en marcha nuestra propia empresa –dijo Betty en un tono entusiasta y cantarín–. Vamos a fabricar los productos sin Fair Face.


Paula contuvo el aliento. La vista se le nubló momentáneamente. Se llevó los dedos a los labios. El sueño no había terminado. Podía hacer que las cosas funcionaran. No sabía muy bien cómo, no obstante...


–Muy bien.


–Tu ayudante no parece muy convencida –dijo Pedro de repente–. Afróntalo. Eres química, abuela. No eres una mujer de negocios –miró a Paula–. A lo mejor puedes convencer a mi abuela y hacer que entre en razón respecto a esta alocada idea.


Paula apretó los puños. No sabía nada de negocios, pero tampoco tenía por qué tolerar esa actitud condescendiente. ¿Cómo podía menospreciar a su propia abuela de esa forma? Sus ojos no eran del color del jade. Eran del color del pepino, fríos y desprovistos de inspiración.


–Pues a mí me parece una opción muy coherente.


–Estupendo –dijo Betty, dando una palmada–. Vamos a necesitar un asesor. ¿Pedro?


El rostro de Pedro sufrió una transformación repentina. Era como si acabaran de pedirle que se enfrentara a un ejército de zombis, solo y sin armas. Dió un paso atrás y se tropezó con una silla.


–Yo no. No tengo tiempo.


No hacía más que mirar el reloj.


–No nos vas a dejar solas –Betty batió las pestañas como si fuera una damisela en apuros–. Tendrás que buscar tiempo.


Pedro sacó la barbilla hacia delante.


–Lo siento, abuela. No puedo.


–Encontraremos a otra persona.


Betty esbozó una sonrisa de oreja a oreja.


–¡Eureka! O...


–¿O qué? –preguntó Paula al mismo tiempo que Pedro.


–Podemos ver si hay otra empresa que esté interesada en unirse a nosotros –Betty procedió a enumerar a los principales rivales de Fair Face en el mercado de la cosmética.


Pedro apretó los labios. Se puso rojo. 

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