–Hola.
–¿Qué estás haciendo aquí?
–Betty me dijo que parecías muy cansada por el teléfono anoche.
–¿Qué?
–La abuela me dijo que estabas agotada con tanta competición y promoción, y que necesitabas ayuda.
–Así que te mandó a rescatarme.
–A su servicio, milady –le hizo una reverencia de broma.
–Gracias, pero no sé por qué te dijo eso. No estoy cansada. Las cosas van bien. He pasado muchas muestras de los productos y también muchas octavillas de publicidad. Hay interés. El ochenta porciento de las personas con las que he hablado se han llevado las muestras. Solo me quedan unas pocas.
–Entonces, ¿Por qué estoy aquí?
–Betty debía de tener alguna razón –dijo ella, arrugando la nariz.
–¿Te dijo algo mi abuela?
–Solo me dijo que no le gustaba saber que estaba aquí sola.
De repente las piezas del puzle encajaron.
–Mi abuela ha vuelto a las andadas.
–Me alegro. Durante unos minutos he pensado que no se fiaba de mí.
–No es eso.
–¿Entonces qué pasa?
–Se ha puesto a hacer de celestina.
–¿Celestina? –Paula arrugó el entrecejo–. ¿Con nosotros?
–Es lo único que tiene sentido.
–De verdad que no...
–¿Se te ocurre algo mejor?
–Yo... Bueno... La verdad es que no.
–La abuela siempre ha dejado muy claro que quiere biznietos, pero nunca pensé que se pondría a hacer de casamentera. Pero ha sido capaz de crear una línea de productos para niños, así que... ¿Quién sabe hasta dónde será capaz de llegar?
Rocky se alejó para oler a un pequeño terrier, pero Paula tiró de la correa.
–No creo que Betty esté jugando a hacer de celestina. Aquí no hay material de esposa trofeo para magnates precisamente.
Pedro la miró fijamente.
–No te subestimes. Me gusta lo que veo.
–No estoy hablando del aspecto físico. Imagíname en una fiesta con clientes. Piensa en mi pasado. No soy la clase de mujer que llevarías a casa para presentársela a tu madre.
–Mi abuela piensa que eres una persona increíble.
Paula se puso erguida. Una sonrisa de satisfacción iluminó su rostro.
–El sentimiento es mutuo. Pero tu abuela es una persona muy especial.
–Eso es cierto. Pero deberías saber que perteneces a una clase que está muy por encima de la de mi madre.
Paula le miró con ojos de confusión.
-Betty me dijo que tu madre había muerto.
–Sí. Pero, si estuviera viva, nunca querría presentártela. Mi madre se casó con mi padre por su dinero. Y luego se fugó con su entrenador personal. Una vez se divorciaron, nunca volvimos a saber nada de ella.
–Qué cosa tan horrible.
Él se encogió de hombros.
–Incluso antes de que mi madre nos abandonara, mis abuelos fueron quienes nos criaron. Si no hubieran sido ellos, hubiera sido un ejército de canguros.
–Parece que estabas mucho mejor con tus abuelos.
Él asintió. La conversación estaba tomando un derrotero demasiado personal, no obstante. Nunca le había contado nada a nadie acerca de su madre, excepto a Leandro. Los perros siguieron ladrando. La gente se agolpaba a su alrededor. Empezaron a aplaudir en el recinto número siete.
–¿Cuándo te toca? –le preguntó él, cambiando de tema.
–Después de los terrier tibetanos.
–Rocky parece una bola de peluche.
–Ha hecho falta un buen rato para blanquearle, lavarle, darle volumen, peinarle y echarle laca.
Se les acercó un hombre trajeado con una corbata de rayas rojas.
–Paula, ¿No?
–Hola, Javier.
Pedro se acercó a ella. No sabía muy bien cuáles eran las intenciones del individuo. Javier sonrió.
–Buen trabajo lo de esta mañana con el elkhound. Pensaba que te iban a dar el premio Best of Breed.
–Gracias, pero Betty está encantada con el premio que nos han dado –dijo Paula–. Éste es el nieto de Betty, Pedro Alfonso.
-Javier Johnson.
El hombre le estrechó la mano y entonces miró a Paula.
–Un bichon frise muy bonito. ¿Qué productos usas con él?
–Son prototipos que Betty ha desarrollado usando ingredientes naturales y orgánicos. Los he usado con todos los perros. ¿Quieres muestras?
–Sí, por favor.
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