-Tengo derecho a ser la reina del drama. No quieres nuestros productos para animales.
Paula contuvo el aliento hasta que tuvo que obligarse a respirar.
–No lo entiendo.
Betty sacudió la cabeza.
–Mi nieto, el presidente de mi empresa, y sus compinches de mente estrecha creen que la línea de productos para perro va a devaluar la imagen de la marca.
–Eso es una tontería. Hay que tener más amplitud de miras.
Pedro la miró como si fuera una pieza de carroña abandonada por un gato en el porche.
–Esa opinión es bastante contundente para una simple asesora canina.
–No para una adiestradora de perros –las palabras salieron con demasiada brusquedad, pero tenía que hacerle cambiar de opinión.
No quería volver a vivir en esa caravana, al lado de Tomás. Era el encargado de toda la vida en el camping de caravanas en el que vivían sus padres. Llevaba tacones de aguja con su traje de camuflaje y despellejaba ardillas por diversión.
–¿Sabes cuánto dinero gasta la gente al año en mascotas?
–Miles de millones.
–Más de cincuenta mil millones de dólares. La comida y el veterinario constituyen los mayores gastos, pero las estadísticas dicen que se gastan más de cuatro mil millones en otros servicios para mascotas. Eso incluye los servicios de higiene y estética. Los productos de Betty son increíbles, mejores que todo lo que hay en el mercado ahora mismo.
Betty asintió.
–Ojalá estuviera aquí mi marido. Aprovecharía la oportunidad sin dudarlo.
–El abuelo estaría de acuerdo conmigo –Pedro frunció el ceño–. En Fair Face tenemos amplitud de miras. De hecho, tenemos un plan estratégico.
–Entonces habrá que cambiarlo –dijo Paula.
–¿Dónde te sacaste la carrera?
–No estudié empresariales ni nada parecido. Soy ayudante de veterinario, pero lo más importante lo aprendí en la escuela de la calle. «También conocida como la prisión de Idaho».
–Tal y como le expliqué a mi abuela, la decisión de fabricar los productos para animales no está en mis manos.
Ese tono cortés tomó por sorpresa a Paula.
–Y si la decisión fuera solo tuya...
Pedro le regaló su mirada más dura e implacable.
–Tampoco lo haría.
Las palabras la golpearon como un puño en el estómago. Dió un paso atrás.
–¿Cómo puedes hacerle algo así a tu abuela?
Pedro abrió la boca para decir algo, pero Betty le puso una mano sobre el hombro.
–Yo se lo explico a Pau.
–Gracias –masculló él.
–Esta decisión es lo que más le conviene a la empresa –Betty sonaba tranquila, sosegada–. No tiene importancia –dijo, pero no era cierto.
Paula guardó silencio. Por primera vez en toda su vida, había llegado a creer que las cosas podían ser distintas. Pensaba que podía ser parte de algo, tener éxito, sentirse especial. Por una vez, había llegado a creer que los sueños podían hacerse realidad. ¿Cómo podía ser que no hubiera aprendido la lección todavía? A las chicas como ella las cosas nunca les salían bien. Y siempre sería así.
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