martes, 14 de junio de 2022

Atracción: Capítulo 11

 –Me has ayudado con mi abuela –le dijo él–. Has intentando quitarme del medio.


Por lo menos era directo. Paula se humedeció los labios.


–Es evidente que no quieres involucrarte en esto.


–No tengo tiempo.


–Nunca hay tiempo suficiente.


Apolo echó a correr, persiguiendo una mariposa.


–Es el bien más preciado.


–Y es fácil malgastarlo cuando no lo inviertes de la forma adecuada.


–¿Lo dices por experiencia?


–Solo era una observación.


Simba se acercó a Pedro. Siempre quería acaparar toda la atención y las caricias.


Pedro se inclinó.


–¡Espera! –gritó Paula de repente.


Pedro tocó al perro un instante y retrocedió de inmediato. Se había quedado con una bola de pelo en la mano.


–¿Qué...?

Simba se frotó contra su pierna y le dejó el pantalón cubierto de pelos.


–Este husky está cambiando el pelo –dijo Pedro, frunciendo el ceño–. Se puede sacar relleno para una almohada.


–Simba es un elkhound noruego. Está cambiando todo el abrigo.


El perro tenía una expresión de culpa en los ojos. Paula le llamó con un gesto y le acarició.


–Ocurre un par de veces al año. Hay que limpiar mucho.


–Y me lo dices ahora –dijo Pedro, claramente exasperado.


Paula se mordió la lengua.


–Mira el lado positivo.


–¿Lo hay?


–Podrías ir de negro y no de azul marino.


Él no dijo nada, pero una sonrisa apareció de repente en sus labios.


–Tengo un cepillo. Puedo limpiarte el traje en un momento.


–Pensaba que te gustaba el pelo canino.


–¿Eh?


–La camiseta.


Paula leyó el lema. 


–Oh, sí. El pelo de perro es un riesgo laboral en mi profesión... ¿Tienes otra muda de ropa? Será más fácil quitarle el pelo a la ropa si no la llevas puesta.


–Más fácil, pero no imposible.


Paula se imaginó agachándose delante de él y pasándole el cepillo por los pantalones. Cruzó los brazos sobre el pecho.


–Puedes usar el cepillo tú mismo.


–Tengo la bolsa del gimnasio en el coche –le dijo él, sonriendo.


Paula no pudo evitar imaginárselo en pantalones cortos y camiseta, exhibiendo músculos. ¿Tenía tiempo para ir al gimnasio, pero no tenía tiempo para estar con su abuela?


–Ve a cambiarte –le dijo–. Voy a meter a los perros en la perrera y a buscar el cepillo en la cabaña de invitados.


–¿Es tu oficina la cabaña?


–Vivo ahí.


Pedro abrió la boca y la cerró de inmediato.


–¿Vives aquí?


–Sí.


–¿Por qué?


–Betty pensó que sería mejor así.


–Mejor para tí.


–Sí. Pero también es mejor para ella.


La mirada de Pedro se volvió confusa.


–Mi abuela tiene de todo.


–Betty pensó que me sería más fácil hacer mi trabajo si vivía aquí. Así no tengo que ir y venir en coche todo el tiempo. Pero también creo que me quiere aquí porque se siente sola.


–¿Mi abuela, sola?


–Sí.


–Eso es imposible. Beatríz Alfonso tiene más amigos que todas las personas que conozco.


–Come dos veces a la semana con amigas, pero ha dejado de ir a fiestas desde que me vine a vivir con ella. Prefiere pasar el tiempo en el laboratorio.


–El laboratorio le impide ir con sus amigas.


–Creo que tu abuela preferiría pasar tiempo con la familia, no con amigos.


–¿Tú crees? –Pedro hizo una mueca–. Mi hermana y yo...


–La ven todos los domingos en el club, durante el desayuno. Lo sé. Pero, desde que yo llegué, ni ella ni tú han venido a verla. No hasta hoy.

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