–Como ya te he dicho...
–Has estado muy ocupado.
Pedro miró hacia la casa.
–La abuela solo tiene que llamar. Haré todo lo que me pida.
–Betty te pidió ayuda con lo de los productos para perro.
–Eso es...
–¿Diferente?
Una vena empezó a palpitar en el cuello de Caleb.
–Tienes un trabajo de ensueño y vives aquí en la finca. Seguro que mi abuela te paga un dineral por cuidar de los perros y jugar en los circuitos de concursos. ¿Qué más te da lo demás?
–Betty me ha ayudado mucho. Quiero que sea feliz.
–Créeme. Es feliz. Pero ya veo que se te da muy bien sacarle el dinero a mi abuela. Y encima dejas que se haga ilusiones con esa loca idea de los productos para animales, y te atreves a decirme cómo tengo que comportarme con mi familia.
Paula levantó una mano.
–Dame la chaqueta.
–¿Vas a ayudarme después de haber intentado hacerme sentir como un idiota?
Misión cumplida. Se sentía como un idiota.
–Te dije que te ayudaría. Solo te dije la verdad.
Él no parecía creerla, así que estaban en paz. Ella tampoco se fiaba de él.
–Según la ves tú.
–Podría decir lo mismo de tu verdad –ella le miró a la cara.
–Por lo menos sabemos qué terreno pisamos –dijo él.
Ella le devolvió la chaqueta.
–Y, para que lo sepas, esto no lo hago por tí. Lo hago por Betty.
Cuando Pedro regresó al patio tras haberse cambiado de ropa, la mesa había sufrido una transformación. Habían puesto platos, copas de cristal y un jarrón lleno de rosas amarillas y rosadas.Muy femenino. Típico de la abuela.
–Vaya –exclamó.
–Me gusta tener compañía –sonriendo de oreja a oreja, la abuela tocó el asiento que estaba a su lado–. Siéntate y come.
Pedro lo hizo. Miró a Paula, que estaba al otro lado de la mesa. ¿Qué estaba haciendo allí? Quería hablar a solas con la abuela. Partió un trozo de tarta.
–Debes de tener hambre –dijo Betty.
Él asintió y se tomó el bocado. Paula bebió un poco de agua.
–¿Los perros se quedan en la perrera todo el día? –le preguntó Pedro.
–No. Están fuera la mayor parte del tiempo, pero si estuvieran aquí ahora se volverían locos con la tarta.
–¿Los perros comen tarta?
–Nunca les doy –dijo Betty–. Y chocolate jamás. Pero cuando me miran como si se estuvieran muriendo de hambre, es muy difícil resistirse.
–Esos perros saben cómo conseguir lo que quieren –dijo Paula, riéndose–. Están muy consentidos.
–No tiene nada de malo que estén consentidos –dijo Betty.
Paula agarró el tenedor y cortó un trozo de tarta. Entreabrió los labios. Fair Face fabricaba un pintalabios que hacía los labios más carnosos y deseables, según el departamento de marketing, pero los labios de ella eran perfectos así. Levantó el tenedor. Pedro la observaba, incapaz de apartar la mirada. Se llevó el tenedor a la boca y sus labios se cerraron alrededor de él. Sintió un sudor helado en la nuca. El tenedor salió de su boca. Se le había quedado un poco de azúcar glas en la comisura. Esa mujer era peligrosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario