El estómago de Pedro se retorció como si acabara de comerse unas cuantas alitas picantes de Búfalo. Se había esforzado mucho por no ser como su padre; un hombre que no había querido saber nada de la empresa familiar, que se había dedicado a despilfarrar el dinero... Un hombre que había muerto en un violento accidente de lancha cerca de Cote d’Azur con su novia del momento. La abuela le miró de arriba abajo.
–Pero tienes que dejar de vestirte como un forense.
–No empieces con eso de nuevo –Pedro levantó la barbilla y fue tras ella.
–A juzgar por las fotos que pones en Facebook, te vestiría como a un héroe de acción fornido y curtido, de esos que van sin camisa.
Pasaron por el comedor. Dos enormes lámparas de araña colgaban del techo justo por encima de la mesa de caoba con capacidad para veinte comensales.
–Eres un hombre guapo. Tienes que venderte mejor.
–Soy el presidente. Tengo una imagen profesional que mantener.
–No hay ninguna política corporativa que diga que tienes que llevar el pelo tan corto.
–Este corte me sienta bien, dada mi posición.
–Y los trajes son otro tema distinto. Esa corbata es demasiado sosa. El rojo es poder. Tenemos que ir de compras. Las chicas hoy en día buscan el pack completo. Eso incluye llevar un buen corte de pelo y vestir bien.
Pedro apretó los labios. Ir de compras con la abuela no podía ser un buen plan. Entraron en la cocina. Había una cesta llena de fruta y una tarta sobre la encimera de mármol. Algo de comida se hacía lentamente al fuego. El aroma a albahaca llenaba la estancia. Todo era normal, pero la visita a casa no estaba siendo lo que esperaba en un principio.
–A las mujeres lo único que les importa es el saldo de mi cuenta bancaria.
–A algunas, no a todas –Betty se detuvo y le apretó la mano, tal y como había hecho siempre–. Encontrarás a una mujer que te quiera como eres.
Iba a ser difícil, sobre todo porque no estaba buscando nada, pero eso no iba a decírselo a la abuela.
–Me gusta estar soltero.
–Bueno, pero tendrás que tener alguna aventurilla de vez encuando, o amigas con derecho a roce.
Pedro se encogió por dentro.
–Ya veo que pasas demasiado tiempo en Facebook.
De repente se dió cuenta de algo. Hablar de sexo con la abuela debía de ser más fácil que hablar de los productos de cosmética para perro. La anciana apoyó las manos en las caderas.
–Me gustaría tener nietos algún día, mientras todavía me queden fuerzas para tirarme en el suelo y jugar con ellos. ¿Por qué crees que diseñé esa línea de productos orgánicos para bebés?
–Todo el mundo en la empresa sabe que quieres nietos.
–Pues claro que sí, como cualquier señora mayor –levantó las palmas de las manos y sus pulseras de oro tintinearon–. Tu hermana y tú no tienen ninguna prisa por darme nietos mientras estoy viva.
–¿Te imaginas a Carolina haciendo de mamá?
–Todavía tiene que crecer un poco –admitió la abuela.
Entró en la sala de estar, con sus enormes butacones de cuero y la televisión panorámica. Había tantos libros en las estanterías como para abrir una biblioteca.
–Aunque a tí tengo que reconocerte algo de mérito. Por lo menos le propusiste matrimonio a esa cazafortunas de Antonella.
El aluvión de recuerdos tomó a Pedro por sorpresa. La había conocido durante una cena benéfica. Era lista, sexy como un demonio y sabía de qué hilos tenía que tirar para convertirse en el centro del mundo. Le había hecho sentirse como un guerrero, nada que ver con el empresario que era en realidad. En un principio no tenía pensado casarse, pero ese ultimátum tan bien calculado le hizo morder el anzuelo. Le pidió matrimonio con un despampanante anillo de diamantes de tres quilates, pero el engaño no tardó en salir a la luz.
–La señorita cazafortunas no era tonta. Se negó a firmar el acuerdo prematrimonial que había sido acordado, engañándote, y contrató a un abogado para el divorcio antes de dar el «Sí, quiero». No me extraña que te dé miedo salir con mujeres.
Pedro se puso erguido.
–No tengo miedo.
Era cierto, pero quería ser cauteloso. Después de la negativa de Antonella, tuvo que cancelar la boda y terminó con la relación. Ella le suplicó que le diera una segunda oportunidad, pero una investigación privada le salvó de tropezar dos veces con la misma piedra. La chica era una buscavidas, igual que su madre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario