martes, 5 de julio de 2022

Atracción: Capítulo 33

Paula le puso la correa a Simba y le sacó de la jaula. El perro echó a correr directamente hacia Pedro. 


–Tienes un nuevo amigo.


Pedro acarició la cabeza del perro.


–Vamos, Bobby –sacó al cachorro de año y medio de su jaula–. Es hora de dar el paseo, chico.


Pedro echó a caminar a su lado. Los perros iban delante, abriendo camino. Un conocido adiestrador de California les saludó con un gesto. Llevaba cuatro beagles muy parecidos.


–Mucha gente lleva la misma raza de perro. ¿Por qué mi abuela cambia tanto de raza?


–A Betty le gustan todos los perros. No le gusta ninguna raza en particular. También tiene perros de los que otros se deshicieron, perros que fueron descartados. Puede permitirse escoger lo mejor de lo mejor, pero ella prefiere darle una segunda oportunidad a un perro.


–¿Pero por qué iban a necesitar una segunda oportunidad? Son perros de raza pura.


–Sí, pero no todos satisfacen todos los requisitos de la raza. Los criadores los castran o los esterilizan y los venden como mascotas – Paula señaló a Bobby–. Este pequeñín era el menor de la camada. Nadie esperaba que pudiera competir, pero tu abuela vió algo en él. Y ahora va camino de convertirse en todo un campeón.


–No me sorprende. A la abuela siempre le ha gustado rescatar perros callejeros.


–Ya lo creo. Me rescató a mí.


–Y a mi hermana y a mí también.


–Ustedes no eran perros callejeros. Eran familia.


Pedro se encogió de hombros.


–Betty trata a sus perros rescatados de la misma manera que a los de competición. Tu abuela tiene un gran corazón.


–Y tú también.


Paula trató de ignorar el revoloteo que sentía en el estómago.


–Es fácil tenerlo con los perros.


–Esa niña, Pilar...


–Solo traté de ser amable con ella.


–¿Y es eso lo que estás haciendo ahora? ¿Estás siendo amable conmigo aunque prefieras que me hubiera ido hace horas?


Paula levantó la mirada hacia el cielo.


–Hay muchas estrellas esta noche.


–Estás cambiando de tema. 


–Se supone que tienes que fingir que no te das cuenta y seguirme el juego.


Él se detuvo y dejó que Simba olisqueara un poco la hierba.


–¿Y si no quiero?


–Tú eres de los que observan todas las reglas.


–Normalmente, sí –se acercó a ella–. Pero esto no es normal.


Paula resistió las ganas de dar un paso atrás.


–¿Estar en el concurso?


Pedro se detuvo a unos centímetros de ella.


–Estar aquí contigo.


La luz de la farola arrojaba sombras sobre su rostro. Parecía más serio y peligroso que nunca.


–¿Quieres seguir jugando según las reglas? –le preguntó de repente, mirándola fijamente, sin darle una tregua.


El corazón de Paula latía sin ton ni son. Debía retroceder, poner algo de distancia. Pedro bajó un poco más la cabeza. Se acercó a sus labios. Ella se puso erguida y se inclinó hacia delante. Sus labios se rozaron levemente. Él la rodeó con los brazos y la besó con brusquedad. Su beso era posesivo, como si quisiera declarar que era suya y de nadie más. Se echó atrás de repente. La soltó. Paula perdió el equilibrio y se tambaleó hacia la derecha. Simba y Bobby se lanzaron a por dos pekineses con lacitos de satén que enseñaban los dientes. Ella tiró de las correas.


–¡Quietos!


Pedro agarró a Simba del collar.


Los otros dos perros no se rendían. Su dueña, una mujer menuda con el pelo blanco y de punta, frunció el ceño.


–La próxima vez busquense una habitación.


Paula sintió un calor abrasador en las mejillas. La mujer se alejó, tirando de sus pequeñas fieras. Los perros miraban atrás y gruñían.


–Esto no ha salido como esperaba. A lo mejor la abuela sabe algo que no sabemos –los ojos de Pedro emitieron un destello de deseo–. Deberíamos intentarlo de nuevo.


A Paula le hubiera encantado, pero sabía que no era una buena idea. Miró a Bobby. El perro olisqueaba la hierba como si no hubiera pasado nada.


–No puedo. 


–¿No puedes o no quieres?


–¿Acaso importa?


–Si no fuera por ellos, todavía seguiría besándote –dijo él y sonrió–. Así que vamos a retomarlo donde lo dejamos.


La tentación se hizo insoportable.


–Besarte ha sido... Estupendo. Pero lo he olvidado todo, incluso a los perros. Podrían haber salido heridos. Son mi responsabilidad. No puedo distraerme.


–Lo entiendo. Y lo respeto.


–Gracias –trató de recordar todos los motivos por los que no debía volver a besarle–. Te lo agradezco.


–Solo quiero que sepas que, cuando regreses a Boise y los perros no estén contigo, querré volver a besarte, si tú quieres.


Paula sintió el corazón en la garganta. No podía respirar, ni hablar. Lo único que deseaba era volver a Boise. 

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