martes, 28 de junio de 2022

Atracción: Capítulo 26

Tenía que vigilar a Simba. Miró por el espejo retrovisor.


–Ya estamos en casa, pequeño.


El perro no emitió sonido alguno. Debía de estar exhausto después de tantas pruebas y radiografías. Agarró el bolso, bajó del coche y cerró la puerta.


–¿Quieres que te eche una mano?


Pedro. Fue hacia ella. Su negra silueta se recortaba contra la luz del porche. Se había quitado la chaqueta y la corbata. Llevaba los dos últimos botones de la camisa desabrochados y se había remangado.


–Sigues aquí.


–No quería dejar sola a la abuela.


Por muy patético que resultara, Paula deseó haber sido la razón por la que se había quedado.


–Espero que no siga despierta.


–Se fue a la cama después de tu llamada.


–Deberías haberte ido a casa.


–No importa. Qué pena que el perro se haya dado un atracón de golosinas.


Paula asintió.


–Deberías haber visto las radiografías. Tenía la tripa completamente llena.


–Será la última vez que lo haga.


–Oh, no. Volvería a hacerlo si le dan la oportunidad –Paula abrió la puerta del transportín–. Los elkhounds comen hasta ponerse enfermos. Supe que pasaba algo cuando vi que no quería comerse su comida.


Simba salió del coche como si cada paso que diera le doliera.


–Pobre chico –Pedro lo recogió del suelo–. ¿Dónde quieres que lo ponga?


–En mi cama. Va a dormir conmigo esta noche.


–Sí que tienes suerte, chico.


Paula se puso roja.


–No te creas, sobre todo teniendo en cuenta la dieta que va a seguir para el concurso de este fin de semana.


Se suponía que él iba a acompañarla, pero no había mencionado nada al respecto. A lo mejor había cambiado de idea. Le siguió hasta el dormitorio. Había una sábana encima del edredón. Los perros pasaban mucho tiempo con ella en la casa y así no tenía que poner tanto la lavadora.


–Ya está, perrito con suerte –dijo él, poniéndole sobre la cama con cuidado.


–Gracias –Paula estiró la sábana y acarició a Simba–. Deberías irte. Ya es tarde.


Pedro la miró a los ojos.


–Estás exhausta.


–Ha sido un día muy largo. Me acostaré dentro de un rato –miró al perrito.


Simba ya se había acurrucado en su lado de la cama.


–Quiero asegurarme de que no empeore.


–Túmbate un rato. Yo lo vigilo.


–Gracias, pero ya es muy tarde. Tienes que levantarte pronto mañana.


–Soy el director. La abuela no va a quejarse si llego tarde.


–Este es mi trabajo.


Pedro le sujetó un mechón de pelo detrás de la oreja. Un temblor recorrió a Paula de arriba abajo. No quería reaccionar ante él, pero no podía evitarlo.


–Esta noche es el mío también.


–No soy responsabilidad tuya –le dijo Paula, levantando la barbilla.


–No, pero... ¿Qué tal si me dejan cuidar de ustedes durante un par de horas?


El corazón de Paula se aceleró.


–Cada vez me lo pones más difícil. Al final vas a terminar cayéndome bien.


–Hay muchos motivos por los que debería caerte bien.


Ese tono ligero y juguetón la hizo sonreír.


–A lo mejor, pero es difícil verlos cuando estás cubierto de pelos de perro.


–Tú también estás llena de pelo.


–Yo siempre lo estoy.


–Busca algo de ropa –Pedro se quitó los zapatos–. Ponte cómoda en el sofá.


–Ésta es mi habitación.


–Hoy no –se metió en la cama con Simba. El perro se acercó a él–. Hoy nos toca a los chicos.


–¿Siempre eres tan mandón?


–Sí. Duerme un poco. Estaremos bien. ¿No es así, Simba?


El perro le lamió la mano.


–¿Lo ves?


Paula se le quedó mirando. De repente sentía un hormigueo en el estómago.

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