—Lo que yo entendí por teléfono fue que mi madre estaba muy enferma y no tenía ayuda —suspiró—. Vine lo más rápido posible, pero tengo un empleo...
—Yo no me preocuparía demasiado. Supongo que un par de días permitirán que tu madre se recupere del todo. Tiene quien la ayude, ¿Verdad?
—Mi padrastro despidió a la señora Twist...
—¡Qué pena! Tendrá que pedirle que vuelva. Supongo que no será demasiado difícil convencer al señor Martínez de que cambie de opinión. Justamente fue eso lo que hizo aquella misma tarde.
—Y comprende, por favor, que tengo que volver a mi trabajo a finales de semana. El doctor me ha dicho que mamá se encontrará bien para entonces.
—¡Eres una hija desnaturalizada! —dijo Gerardo Martínez, con la cara roja de rabia—. Es tu obligación quedarte aquí...
—No había ninguna necesidad de hacerme venir. Quiero a mi madre, pero tú sabes tan bien como yo que odias mi presencia. No se me ocurre el motivo por el que me pediste que viniera.
—¿Por qué iba a pagarle a una mujer para que hiciese las labores cuando tengo una hijastra que puede hacerlo gratis?
Paula se puso de pie. Si hubiese tenido algo a mano, se lo habría tirado a la cabeza, pero como no lo había, se limitó a decir:
—Me iré el fin de semana próximo.
Pero todavía le quedaban varios días por delante, y aunque su madre consintió en estar más activa, había mucho que hacer: La cocina, las chimeneas que había que limpiar y encender, el carbón que había que sacar del cobertizo, las camas, y mantener la casa ordenada y limpia. Su padrastro no hacía nada en casa, entraba solo a comer y se sentaba junto al fuego con su periódico si no estaba fuera trabajando. Paula no dijo nada, porque pronto llegaría el momento de irse. El último día madrugó, hizo la maleta y bajó a preparar el desayuno que exigía su padrastro. El entró a la cocina cuando ella le servía los huevos con beicon.
—Tu madre no se encuentra bien —le dijo—. No ha dormido en toda la noche. Y yo tampoco. Será mejor que vayas a verla.
—¿A qué hora viene la señora Twist?
—No viene. No he tenido tiempo de ocuparme de ello.
Paula subió y se encontró a su madre en la cama.
—No me siento bien, Paula. Me duele el pecho y tengo dolor de cabeza. No puedes marcharte.
Gimió y Paula la hizo sentarse con cariño contra las almohadas.
—Te traeré una taza de té, mamá y llamaré al médico.
Bajó a llamar y dejar un mensaje en la consulta.
—¡No es necesario que lo llames! —dijo enfadado su padrastro—. Lo único que necesita tu madre es unos días en cama. Te puedes quedar un poco más.
—Me quedaré hasta que llames a la señora Twist. Hoy, si es posible.
Su madre no quería desayunar así que Paula la acompañó hasta el cuarto de baño, le hizo la cama y ordenó la habitación y volvió a bajar para cancelar el taxi que había concertado. No tenía más alternativa que quedarse hasta que la visitase el doctor y llamasen a la señora Twist.
—No tiene nada —dijo el doctor, después de revisar a su madre—. Se ha puesto así porque tú te vas. Creo que tendrías que quedarte un par de días. ¿Ha hablado el señor Martínez con la señora Twist?
—No. Será mejor que me ocupe yo. ¿Le parece que mi madre tendrá una recaída?
—Por lo que puedo ver, se ha recuperado totalmente. Lo que pasa es que tiene miedo de que le suceda nuevamente y no quiere que te vayas. ¿Puedes quedarte unos días más?
—Por supuesto. Estaré aquí hasta que ella se encuentre mejor —dijo, sonriéndole—. Gracias por venir, doctor.
Paula volvió a deshacer la maleta, le aseguró a su madre que se quedaría hasta que la señora Twist fuese a ayudarla y fue a ver a la mujer.
—Lamento no poder empezar enseguida, pero mi madre viene a quedarse una semana. Cuando se vuelva a su casa, iré a ayudar a casa de tu madre, igual que antes. ¿Vas a estar mucho?
—Tenía intención de volver a mi trabajo esta mañana, pero mi madre me ha pedido que me quede hasta que pudiésemos arreglar las cosas con usted —dijo, sin poder evitar añadir—: Vendrá, ¿Verdad?
No hay comentarios:
Publicar un comentario