–Por favor, no creas que tienes que añadirme a la lista –le dijo ella al subir al ascensor.
–¿Qué lista?
–La lista de gente a la que tienes que cuidar.
Él abrió los ojos. Entreabrió los labios. Pareció quedarse en blanco.
–¿Qué quieres decir?
–Parece que tú eres el único que asume la responsabilidad de cuidar de tu abuela, de tu hermana, de la empresa y de los empleados. No quiero que vayas a pensar que yo también necesito que me cuiden.
–No he pensado eso. Pareces muy capaz de cuidar de tí misma.
Ella asintió.
–Pero yo sí que me pregunto una cosa... –le dijo.
–¿Qué?
–¿Quién te cuida a tí?
Los ojos de Pedro se oscurecieron.
–Yo me cuido a mí mismo. Y sé que Leandro se preocupa por mí.
–Tu amigo, el de la marina.
–Mi mejor amigo.
–Ojalá tuviera un amigo así.
–¿No lo tienes?
–No he tenido amigos desde que estaba en séptimo.
Lucila Parker había pasado seis meses viviendo en el camping de caravanas y esos habían sido los mejores seis meses de toda su infancia. Lo hacían todo juntas. Iban al colegio, tomaban el almuerzo en la cafetería, organizaban fiestas de pijamas...
–Su madre conoció a un tipo por Internet y se fueron a Cincinnati. No volví a saber nada de ella.
–¿Y qué te impidió buscar a una nueva amiga?
–Nadie quería ser amigo de una niña que vivía en un camping de caravanas.
–Pero ahora ya no vives en una caravana.
–No. Pero hacer amigos es distinto cuando eres adulto.
–Eso es cierto.
Sin embargo, algunas cosas no cambiaban. No había pasado años tratando de rehacer su vida para cometer el mismo error con Pedro Alfonso.
Tenía que ser más lista. Había aceptado cenar con él, pero las cosas no podían llegar más lejos.
Después de cenar, Pedro salió al patio de la casa. Paula Chaves le intrigaba profundamente. No necesitaba hacer un doctorado para saber que ella no quería pasar ni un minuto más en su compañía. No había dicho ni una palabra durante el viaje a Park & Ride. Se había sentado en el otro extremo de la mesa, tan lejos de él como le había sido posible, y se había levantado sin tomar el postre. Ninguna otra mujer le había demostrado jamás un rechazo tan explícito. Una puerta se abrió a sus espaldas.
–Pensaba que ya te ibas a casa –le dijo la abuela.
Él también lo pensaba, pero algo le había hecho detenerse.
–Quería hablar con Paula antes de irme.
–Parecía preocupada durante la cena.
–Contarme lo que pasó no ha sido fácil para ella.
–Pero lo hizo.
–Fue muy abierta al respecto.
–¿Todavía crees que está tratando de robarme?
–La gente suele tener motivos ocultos para hacer las cosas. Es la naturaleza humana.
–Pau no me haría daño, ni a mí ni a nadie.
–A lo mejor llego a pensar lo mismo cuando la conozca mejor.
Ella, en cambio, sí le conocía muy bien a él. Le comprendía mejor que su familia, mejor que Antonella, mejor que cualquier otra persona de las que habían pasado por su vida, a excepción de Leandro. Pero eso le resultaba inquietante, alarmante...
–Seguro que sí –Betty le tocó el brazo–. Se está haciendo tarde. Ve a ver a Paula y después te vas a casa –esbozó su mejor sonrisa.
Pedro siguió el camino iluminado del patio. El cielo estaba lleno de estrellas. Una noche preciosa. A esas alturas ya hubiera estado de vuelta en su ático, trabajando, de no haber sido por Paula. Podía contemplar el cielo desde las ventanas de la planta veinte, pero prefería estar donde estaba en ese momento.
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