martes, 14 de junio de 2022

Atracción: Capítulo 10

 –¿Tu vida como asesora canina?


–Fue cosa de Betty. Pero en realidad soy adiestradora, preparadora canina y ayudante de veterinario.


–Muchas cosas.


–Cuando se trata de animales, sobre todo de perros. 


Rocky y Simba empezaron a correr uno detrás del otro, ladrando. Apolo jugaba con Pipo, un beagle de treinta y tres centímetros. Bobby estaba a los pies de Paula, esperando.


–Tengo que meter a los perros en la perrera.


Pedro la miró con ojos confusos.


–Sí. Betty tiene una perrera.


–¿Cómo sabías lo que estaba pensando?


–Por la cara que pusiste –dijo Paula, casi riéndose–. No deberías jugar al póquer, a menos que prefieras perder dinero.


La expresión de Pedro se tornó casi risueña.


–Oye. Solía ser muy bueno.


–Si los otros jugadores eran ciegos, entonces sí.


–Jaja.


–Bueno, no tienes mucha cara de póquer.


–No estamos jugando a las cartas, pero tienes a un auténtico tiburón delante de tí.


–Te creo –dijo ella, siguiéndole la broma.


–No. No me crees.


–Muy bien. No te creo.


–Sincera.


–Intento serlo.


Ya no estaban hablando de póquer. Paula recogió una de las pelotas.


–Es importante jugar limpio –le dijo.


–¿Y tú tienes buena cara de póquer? –le preguntó él.


–Te has dado cuenta de que no te creía, así que probablemente no.


–¿No te guardas ningún as bajo la manga?


–No es mi estilo.


–¿Y cuál es tu estilo?


–La estrategia es mejor que el engaño. Y es por eso que nunca me sentaría a una mesa de póquer contigo. Es demasiado fácil leerte. Sería como robarle un hueso a un cachorro.


–¿Un cachorro? 


–Un cachorro masculino.


–No querría ser un cachorro femenino –dijo él, sonriendo.


Le sostuvo la mirada y algo pasó entre ellos. Una conexión, una chispa... A Paula se le aceleró el pulso. Él apartó la vista.


–Tengo que irme.


–Quiero ver la perrera –dijo él de pronto.


–Oh, claro –Paula se sentía incómoda teniéndole tan cerca.


Señaló a la izquierda.


–Está junto a la cabaña de invitados.


Pedro echó a andar a su lado.


–¿Cómo conociste a mi abuela?


Llamó a los cinco perros y todos fueron tras ella.


–En The Rose City Classic.


Él la miró sin entender nada.


–Está en Portland. Es uno de los concursos caninos más importantes de la costa oeste. Tu abuela me contrató para llevar a Rocky a concurso. Terminamos terceros en el grupo. Fue un día muy bueno.


Bobby echó a correr, como si estuviera buscando algo, un juguete, una pelota, o quizás una ardilla. Paula silbó y el perrito regresó con una expresión triste. Pedro le acarició la barbilla.


–¿Y un tercer puesto es bueno?


–Betty estaba encantada con el resultado. Me ofreció trabajo como cuidadora de sus perros aquí en la finca.


–¿Y lo de los productos para perros?


–Me lo dijo después, cuando me vine a vivir aquí.


Pedro la miró con ojos sorprendidos.


–Parece que eres una gran ayuda para ella.


–Intento serlo. Tu abuela es estupenda.


–Sí –la miró–. No querría que nadie se aprovechara de ella.


Su tono acusatorio la hizo sentirse como un reo en el corredor de la muerte. Todo su cuerpo se tensó violentamente.


–A mí tampoco me gustaría.


El silencio se prolongó. De repente Pedro extendió una mano hacia Apolo, que caminaba a su lado. Era extraño, teniendo en cuenta que había ignorado a los animales hasta ese momento. El perrito le olisqueó la mano y se frotó contra ella. Pedro esbozó una tierna sonrisa y le acarició la cabecita. El corazón de Paula dió un vuelco. Nada resultaba tan atractivo como un hombre acariciando a un animalito. 

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