–Nos vemos en la caravana. Allí tengo los productos y una encuesta para que nos des tu opinión.
–Luego voy –dijo el hombre–. Buena suerte.
Pedro encontró muy interesante el intercambio.
–Regalar muestras con una encuesta es un buen punto de partida, pero a lo mejor es un poco pronto para hacerlo, ya que no estás lista para fabricar los productos masivamente.
–No voy a fabricarlos a gran escala todavía. Pero podemos hacer algo menos ambicioso de momento.
–Te pareces a mi abuela hablando.
–Está impaciente.
–Mucho.
Paula ajustó la cadena alrededor del cuello de Rocky.
–Nos toca.
Un hombre delgado y alto, con una tupida barba y un traje de tres piezas, dijo su número en alto. Paula entró en el recinto con el perro. Otros tres adiestradores y sus perros, todos iguales a Rocky, entraron detrás de ella. El juez examinó a todos los canes. A Pedro le parecían todos iguales, pero no podía apartar la mirada de Paula. Corría por el recinto con Rocky y le hacía posar delante del juez. Avanzaron en diagonal y regresaron al punto de partida. El resto de adiestradores hizo lo mismo. El juez puntuó. Rocky ganó y recibió un galardón. Unos minutos más tarde, Paula y el perro regresaron al recinto y realizaron la misma rutina. Rocky recibió el premio Best of Breed. Ella recogió un galardón enorme.
–Betty se va a llevar una gran alegría –dijo, saliendo del recinto–. Tengo que meter a Rocky en su jaula para que pueda descansar antes de la siguiente prueba y entonces llamaré a...
–¿Qué?
–¿Te importaría sujetar a Rocky un momento?
Pedro no sabía qué estaba pasando, pero sujetó la correa del perrito.
Paula se alejó un poco y caminó hasta una niña que debía de tener unos siete u ocho años. Estaba sentada en una sillita plegable. Sujetaba la correa de un cachorro de setter irlandés con las dos manos y se secaba las lágrimas con el brazo.
–Hola, soy Paula –se agachó junto a la niña y puso la mano delante del hocico del perrito–. ¿Cómo te llamas?
–Pilar.
–Tienes un perro precioso.
–Gracias –la niña tenía hipo.
Pedro no entendía qué estaba haciendo Paula, pero se acercó un poco para averiguarlo. El perro le olisqueó la mano.
–¿Cómo se llama tu cachorro?
–Prin... Princesa.
–¿Y Princesa va a salir hoy?
–No –Pilar suspiró–. Mi madre se ha torcido un tobillo, así que no puede salir con ella. Hubiera sido su primera vez.
Paula miró a su alrededor.
–¿Dónde está tu madre?
–Fue a buscar hielo para el tobillo.
–Cuando vuelva tu madre, ¿Por qué no le preguntamos si me deja salir con Princesa en su lugar?
Pilar dejó de llorar de inmediato.
–¿Eres adiestradora?
Paula acarició la perrita y la niña se le acercó.
–Sí. Y estaré encantada de salir con Princesa.
Una mujer de unos treinta y pocos, vestida de morado, fue hacia ellos. Llevaba una bolsa llena de hielo.
–¿Pilar?
La niña se levantó de la silla de un salto.
–Mamá, mamá, esta señora puede salir con Princesa. Es adiestradora.
Paula se puso en pie y le tendió la mano.
–Me llamo Paula Chaves. Su hija me dijo que se había torcido el tobillo. Estaré encantada de salir con Princesa.
–Oh, gracias –la mujer miró a Paula y después a su hija–. Se lo agradezco, pero no puedo permitirme pagarle a un adiestrador.
–No le cobro nada –dijo Paula sin titubear–. No quiero que Princesa se pierda su primera vez en la competición.
Pedro sintió una ternura repentina ante tanta generosidad. Pilar le tiró del brazo a su madre.
–Por favor, mamá. Por favor, por favor.
La mujer parecía asombrada.
–Eso sería estupendo. Muchas gracias.
Paula miró a Pedro.
–¿Te importa sujetar a Rocky para poder salir con Princesa?
–Encantado. Le meteré en su jaula.
–Muy bien.
–Vamos, Rocky.
Si se daba prisa, podría verla salir de nuevo.
–No quiero perdérmelo –añadió.
De pronto se dió cuenta de que no había nada mejor que estar a su lado. No había lugar en el que hubiera preferido estar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario