martes, 28 de junio de 2022

Atracción: Capítulo 28

Después de que se hubiera marchado, Paula agarró el teléfono para llamarle en más de una ocasión, pero finalmente no apretó el botón de llamada. Esa misma tarde se puso a entrenar a Apolo. El perrito tenía que aprender a comportarse y a obedecer para poder encontrar un hogar.


–Siéntate.


El perro se sentaba.


–Quieto.


Caminó hasta estirar del todo la correa y activó el cronómetro del teléfono. Apolo permaneció en su sitio. Se preguntaba que estaría haciendo Pedro. No había podido sacárselo de la cabeza en toda la tarde. Apolo se puso en pie y echó a correr hacia ella con entusiasmo. Paula miró el reloj. Había aguantado cuarenta segundos, pero aún le faltaban quince más. Le dió una palmadita.


–Tendremos que intentarlo de nuevo.


De repente el teléfono vibró. Era un mensaje de texto, de Pedro: ¿Cómo está Simba?, decía. Paula sintió un calor repentino. A lo mejor tenía defectos, pero se preocupaba por el perro. Escribió una respuesta rápida: Bien. Ya tiene hambre de nuevo, tecleó. Esperó una respuesta. Y esperó. Y esperó. Pero no volvió a recibir nada de él, ni mensajes de texto, ni llamadas. Nada. El martes dio paso al miércoles. Paula hizo la maleta y preparó la caravana para el viaje al centro de Oregón. Intentaba no pensar en él, y no quería preguntarle a Betty. Llegó el jueves. Cargó el vehículo.


–Portense bien con Paula –dijo Betty, despidiéndose de todos los perros.


–Se portarán bien.


–Llámame cuando llegues –Betty le dió un abrazo.


Paula metió a los perros en sus jaulas.


–Lo haré.


–Siento que tengas que ir sola.


–Pedro es un hombre muy ocupado.


–Demasiado ocupado. Un día se va a despertar y se va a dar cuenta de que no tiene nada.


–Pedro lo resolverá todo cuando esté preparado. Ha pasado más tiempo contigo últimamente.


Betty guardó silencio un momento.


–Tampoco me gusta que tengas que ir sola. Las señoras mayores nos preocupamos.


–¿Y si te llamo cada vez que pare para sacar a los perros?


También te mantendré informada durante la exhibición. La expresión de Betty se hizo más relajada.


–Así me sentiré mucho mejor.


Si hubiera podido dejar de pensar en Pedro y en lo que estaba haciendo en ese momento, Paula también se hubiera sentido mucho mejor. ¿Qué estaba haciendo en Redmond, Oregón? Pedro miró a su alrededor. Había recintos acotados con verjas blancas y perros de todos los colores. Se suponía que ese sábado tenía que estar trabajando, pero la abuela le había dicho que Paula parecía exhausta por teléfono, y todavía le quedaban dos días más de competiciones y promoción de productos. Podría haberle dicho que no. Podría haber mandado a otra persona, pero quería verla. Sin embargo, por más que la buscaba con la vista, no conseguía encontrarla entre la gente. Había intentado llamarla y le había mandado mensajes de texto, pero no lograba dar con ella. Caminó a lo largo de los recintos cerrados. A su izquierda había vendedores de todo tipo que vendían desde trapos de cocina con dibujos caninos hasta masajes para perritos. En uno de los puestos había una cinta de correr para dueños que quizás no podían sacar a sus animales. La gente intercambiaba muestras de comida y golosinas.


Mientras miraba los productos a la venta, Pedro se dió cuenta de que la línea de productos de su abuela no tenía nada que hacer en un mercado tan saturado. Paula no estaba en ninguna parte. Dos perros enormes le ladraban a un grupo de epagneul papillón, pequeños, negros y blancos. De repente la vió. Estaba junto a la verja del recinto número seis, con un traje verde lima que mostraba sus curvas con gracia. Tenía un aspecto muy profesional, el mismo que había tenido en su despacho el lunes por la noche. Pero en ese momento parecía más segura de sí misma. A su lado había una mota de algodón de color blanco. Rocky debía de haber pasado por el baño esa mañana. Parecía una bola de nieve. Caminó hasta ella. El perrito le vio primero y comenzó a ladrar. Paula se volvió. Sonrió. Los ojos le brillaron. Pedro sintió que el corazón le golpeaba las costillas. No esperaba que se alegrara tanto de verle.


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