martes, 31 de julio de 2018

Pasión y Baile: Capítulo 32

Al día siguiente, Pedro se quedó fuera mientras, en el club, Paula entregaba el dinero a Gustavo. Sabía que, dentro, quizá no consiguiera contenerse y la tentación de darle una palizapodría con él.

Esperó en el coche hasta que la policía se llevó a Gustavo. Todo había acabado. Ya no tenía que preocuparse de que le ocurriera nada a Paula. Entró rápidamente en el club y enseguida la vió. Ella estaba visiblemente nerviosa y quiso rodearla con los brazos, pero delante de sus empleados y de los compañeros detrabajo Paula Jen no podía hacerlo. Por lo tanto, la llevó a su casa.

—¿Quieres que te cuente cómo ha sido? —le preguntó Paula tan pronto como entraron en el ático.

—No, no quiero. Me alegro de que le hayan detenido y espero no volver a verle nunca.

—Lo mismo digo. Gracias.
—Dáselas a Fede, es él quien se ha encargado de este asunto —contestó Pedro—Vamos, siéntate, voy a servir un par de copas.

—Agua mineral con gas para mí. Tengo que ir a recoger a Joaquín a la salida del colegio.

Pedro preparó las bebidas, ambas sin alcohol, y se sentó al lado de Paula en el sofá de cuero.

—¿Por qué tienes que ir a recogerle?

—Delfina tiene una cita con unos clientes y la niñera de Joaquín no está disponible.

Maldición. Había esperado estar con ella hasta por la tarde, cuando entraran a trabajar, se había olvidado de que Paula tenía familia. Y un estilo de vida que no tenía nada que ver con el suyo.

—¿Quieres venir conmigo? A Joaquín le encantaría enseñarte sus progresos con el béisbol. En el colegio, ha estado presumiendo de conocerte y de que has sido tú quien le ha estado enseñando.

—¿Sí?

—Sí, habla mucho de tí. Delfina siente la ausencia de un hombre en nuestras vidas.

—Yo… no puedo acompañarte —contestó Pedro.

No era un hombre familiar y había llegado el momento de que Paula lo reconociera.

—De acuerdo. ¿Estás libre el sábado?

—¿Para?

—Una fiesta. Sofía está preparando una fiesta de despedida para su hermano en la playa, tiene una casa en Maratón Key. A su hermano le envían al Oriente Medio.

—¿Sofía, la del club? —preguntó Pedro.

—Sí. Mi ayudante.

—Sí, me gustaría ir. Ya me dirás a qué hora.

—Sofía tiene el sábado libre, así que estará allí todo el día.

—Podríamos ir hasta allí en el barco —sugirió Pedro.

—Estupendo. ¿Te importaría que vinieran también Delfina y Joaquín? —le preguntó Paula.

—Sinceramente, no me apetece ir con toda tu familia —contestó él con honestidad.

La familia de Paula le hacía sentirse incómodo, le hacía querer ser un hombre diferente, la clase de hombre que pudiera ofrecerle a Paula lo que ella quería, una familia propia.

Paula sacudió la cabeza.

—Está bien. Aunque no sabía que mi familia fuera tan difícil de llevar —comentó ella.

Se hizo un incómodo silencio y, al cabo de unos minutos, Paula se marchó para ir a recoger a su sobrino al colegio.

El sábado, de vuelta en el yate de Pedro después de un día muy divertido, pero de mucho ajetreo, Paula estaba tumbada con la cabeza apoyada en los muslos de  Pedro. Se encontraban en la sala de estar del barco, delante de la pantalla de plasma detelevisión. Pedro estaba viendo el resumen de un partido de béisbol y ella descansaba.

—Gracias, lo he pasado muy bien —dijo ella.

En realidad, lo pasaba muy bien siempre que estaba con Pedro. Y cada vez le resultaba más difícil no confesarle que le amaba.

—Sí, ha sido un día muy divertido. No sabía que tu hermana iba a estar también en la fiesta.

—Sí, es amiga de Delfina. Gracias por llevarles a casa en el barco después de la fiesta, a pesar de que te sientes incómodo con ellos. A Joaquín le ha encantado.

—No ha sido nada.

—Ha sido mucho para Joaquín… y para Delfina.

—No sé, tengo la impresión de que no le caigo muy bien a tu hermana.

Paula lo sabía.

—Lo que pasa es que Delfina tiene miedo de que sufra —contestó ella.

Pedro apagó el televisor. Después de lo de Gustavo, comprendía que a Delfina le preocupara que alguien le hiciera daño a Paula. Y dado que él era consciente de los esfuerzos que estaba haciendo por evitar encariñarse demasiado con ella, reconocía que a Delfina quizá no le faltasen motivos de preocupación.

—¿Cómo podría yo hacerte sufrir?

—Pasamos mucho tiempo juntos, no tengo miedo a que tengas relaciones con otras mujeres a mis espaldas —contestó ella—. Además, te conozco lo suficiente para saber que, si te hubieras cansado de mí, me lo habrías dicho.

—Sí, así es. Todavía no sé qué es lo que hay entre nosotros, Paula. Esperaba que nos cansáramos el uno del otro, pero está ocurriendo todo lo contrario.

Las palabras de él le animaron y se dió cuenta de que iba a tener que confesarle lo que sentía por él. Decirle que le amaba. Y tenía el presentimiento de que Pedro le iba a confesar su amor también.

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