martes, 3 de julio de 2018

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 46

No amaneció gris, sino blanco puro. Paula miró  por  la  ventana  y  sacudió  la  cabeza.  La  noche  anterior  ni  siquiera  se  había  fijado  en  la  tormenta,  pero  en  esa  época,  en  las  montañas  cualquier  cosa  era  posible.  ¿Debía  ir  a  trabajar  o  tomarse  el  día  libre? Era  un  trayecto  corto,  pero  no  habían  limpiado  la  carretera  y  no  estaba  segura  de  que  su  coche  pequeño  no  derrapara.   Por   no   mencionar   la   vuelta.   Los copos seguían cayendo con  tanta intensidad que casi no veía el aparcamiento frente a la casita. Bobby volvió de  su  paseo  por  el  jardín  sacudiéndose  la  nieve  lleno  de  felicidad. Paula lo acarició y entró en el cuarto de baño. Se vio los ojos y decidió que aprovecharía que era la jefa. Llamaría y trabajaría desde casa.Puso  en  marcha  la  cafetera  y  calculó  la  diferencia  horaria  con  París.  Allí  sería  por la tarde. ¿Qué estaría haciendo él? En poco  tiempo  estaría  en  Italia  con  su  padre,  Caro y  sus  hijos.  Todo  lo  que  quería ese primer día que él había aparecido era librarse de él y conservar su trabajo. Y  lo  había  conseguido.  Y  sabía  que  la  triste  realidad  era  que  el  día  anterior  había  estado dispuesta a dimitir si él le hubiera dicho que también la amaba.Estaba empezando su segunda taza de café cuando llamaron a la puerta. Abrió y se encontró con Pedro envuelto en una pesada parka con el logotipo del Bow Valley Inn en el pecho.

—¡Pedro!

—¿Puedo pasar?

Se  había  quedado  tan  sorprendida  al  verlo  que  seguía  e  pie  en  medio  de  la  puerta, paralizada.

—¡Claro! ¿Cómo has... cuándo...? Quiero decir, ¿qué ha pasado con tu vuelo?Entró.

—No  lo  he  tomado  —respondió  quitándose  un  gorro  negro  de  la  cabeza  y  metiéndolo en un bolsillo.

De  pronto  Paula se  dió  cuenta  de  que  estaba  delante  de  él  descalza,  y  con  un  pijama de franela rosa.

—¡Oh,  Señor,  perdona  un  momento!  —se  ruborizó  al  ver  que  él  no  quitaba  los  ojos del pijama rosa.

—Paula—dijo él y ella siguió sin moverse.

El  día  anterior  le  había  dicho  adiós  y  la  había  rechazado  educadamente.  ¿Qué  hacía allí?

—No he podido tomar el avión.

—¿No has podido?

Él negó con la cabeza y ella trató de no concebir falsas esperanzas. Ya se habían dicho todo lo que había que decirse. Todo había quedado claro. Pedro se desabrochó el abrigo y se lo quitó.

—Me alegro de que no hayas ido a la oficina. Las carreteras están fatal.

—Aun  así,  has  conseguido  llegar  aquí  —se  giró  hacia  el  armario,  sorprendida  por lo fácilmente que convertía en palabras lo que pensaba.Un  mes  antes  eso  no  habría  sido  posible.  Una  prueba  más  de  lo  mucho  que  había cambiado desde que Luca había llegado al Cascade. Le debía más de lo que él creía.

—Tengo un todoterreno. Tú tienes un coche normal.

—Llamé para decir que trabajaría desde casa. Debería vestirme...

—Espera —la urgencia de esa palabra la detuvo—. He venido a decirte algunas cosas. Cosas que debería haber dicho ayer, pero me pillaste con la guardia baja —se agachó  a  quitarse  las  botas  y  caminó  por  la  tarima  para  estar  cerca  de  ella—.  Mi Paula—susurró y le acarició una mejilla.

—No —se  echó  hacia  atrás—.  Pedro, no  puedo.  Ayer  dijiste  todo  lo  que  necesitaba saber.

Pero él la ignoró, le agarró la otra mejilla y la besó en los párpados.

—En eso te equivocas. Dije demasiadas cosas y todas equivocadas. Tú, Paula, me has hecho un cobarde y eso no es algo que me guste.

—No te da miedo nada —susurró ella sin aliento.

—Tengo  miedo  de  tí.  Tengo  miedo  de  mí,  de  cómo  me  siento  cuando  estoy  contigo.  Y  entonces,  de  camino  a  Calgary,  me  he  dado  cuenta  de  lo  increíblemente  difícil  que  te  tuvo  que  resultar  decir  lo  que  me  dijiste.  Y  que  te  merecías  algo  mejor  por mi parte.

—¿Y por eso estás aquí?

—Eso  es  lo  que  me  da  miedo,  Pau.  Haces  que  desee  darte  más.  Haces  que  quiera ser digno y me da miedo enamorarme. Otra vez.

—No comprendo.

La tomó de la mano y la llevó a una mesa con sillas que había entre la cocina y el cuarto de estar. Se sentaron con las rodillas juntas.

—Pau,  te  mereces  mucho  más  de  lo  que  yo  puedo  darte.  Nunca  he  dado  importancia al amor y todo lo que conlleva. Tú estas saliendo de las sombras. Dije lo que  dije  porque  soy  demasiado  egoísta  como  para  terminar  las  cosas  como  quería.  Quería  que  siguiéramos  siendo  amigos  y,  si  no  eso,  al  menos  compañeros  que  han  compartido  algo  importante  —le  acarició  las  rodillas—.  Haces  que  quiera  cosas.  Cosas que no he querido en mucho tiempo. Pensaba que estaba tomando la decisión adecuada marchándome. Por tí, por mí. Pensaba que mis razones eran buenas, pero me equivocaba. Le dije a Eduardo que me volviera a traer. Y he pasado toda la noche intentando resolver las cosas.

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