No amaneció gris, sino blanco puro. Paula miró por la ventana y sacudió la cabeza. La noche anterior ni siquiera se había fijado en la tormenta, pero en esa época, en las montañas cualquier cosa era posible. ¿Debía ir a trabajar o tomarse el día libre? Era un trayecto corto, pero no habían limpiado la carretera y no estaba segura de que su coche pequeño no derrapara. Por no mencionar la vuelta. Los copos seguían cayendo con tanta intensidad que casi no veía el aparcamiento frente a la casita. Bobby volvió de su paseo por el jardín sacudiéndose la nieve lleno de felicidad. Paula lo acarició y entró en el cuarto de baño. Se vio los ojos y decidió que aprovecharía que era la jefa. Llamaría y trabajaría desde casa.Puso en marcha la cafetera y calculó la diferencia horaria con París. Allí sería por la tarde. ¿Qué estaría haciendo él? En poco tiempo estaría en Italia con su padre, Caro y sus hijos. Todo lo que quería ese primer día que él había aparecido era librarse de él y conservar su trabajo. Y lo había conseguido. Y sabía que la triste realidad era que el día anterior había estado dispuesta a dimitir si él le hubiera dicho que también la amaba.Estaba empezando su segunda taza de café cuando llamaron a la puerta. Abrió y se encontró con Pedro envuelto en una pesada parka con el logotipo del Bow Valley Inn en el pecho.
—¡Pedro!
—¿Puedo pasar?
Se había quedado tan sorprendida al verlo que seguía e pie en medio de la puerta, paralizada.
—¡Claro! ¿Cómo has... cuándo...? Quiero decir, ¿qué ha pasado con tu vuelo?Entró.
—No lo he tomado —respondió quitándose un gorro negro de la cabeza y metiéndolo en un bolsillo.
De pronto Paula se dió cuenta de que estaba delante de él descalza, y con un pijama de franela rosa.
—¡Oh, Señor, perdona un momento! —se ruborizó al ver que él no quitaba los ojos del pijama rosa.
—Paula—dijo él y ella siguió sin moverse.
El día anterior le había dicho adiós y la había rechazado educadamente. ¿Qué hacía allí?
—No he podido tomar el avión.
—¿No has podido?
Él negó con la cabeza y ella trató de no concebir falsas esperanzas. Ya se habían dicho todo lo que había que decirse. Todo había quedado claro. Pedro se desabrochó el abrigo y se lo quitó.
—Me alegro de que no hayas ido a la oficina. Las carreteras están fatal.
—Aun así, has conseguido llegar aquí —se giró hacia el armario, sorprendida por lo fácilmente que convertía en palabras lo que pensaba.Un mes antes eso no habría sido posible. Una prueba más de lo mucho que había cambiado desde que Luca había llegado al Cascade. Le debía más de lo que él creía.
—Tengo un todoterreno. Tú tienes un coche normal.
—Llamé para decir que trabajaría desde casa. Debería vestirme...
—Espera —la urgencia de esa palabra la detuvo—. He venido a decirte algunas cosas. Cosas que debería haber dicho ayer, pero me pillaste con la guardia baja —se agachó a quitarse las botas y caminó por la tarima para estar cerca de ella—. Mi Paula—susurró y le acarició una mejilla.
—No —se echó hacia atrás—. Pedro, no puedo. Ayer dijiste todo lo que necesitaba saber.
Pero él la ignoró, le agarró la otra mejilla y la besó en los párpados.
—En eso te equivocas. Dije demasiadas cosas y todas equivocadas. Tú, Paula, me has hecho un cobarde y eso no es algo que me guste.
—No te da miedo nada —susurró ella sin aliento.
—Tengo miedo de tí. Tengo miedo de mí, de cómo me siento cuando estoy contigo. Y entonces, de camino a Calgary, me he dado cuenta de lo increíblemente difícil que te tuvo que resultar decir lo que me dijiste. Y que te merecías algo mejor por mi parte.
—¿Y por eso estás aquí?
—Eso es lo que me da miedo, Pau. Haces que desee darte más. Haces que quiera ser digno y me da miedo enamorarme. Otra vez.
—No comprendo.
La tomó de la mano y la llevó a una mesa con sillas que había entre la cocina y el cuarto de estar. Se sentaron con las rodillas juntas.
—Pau, te mereces mucho más de lo que yo puedo darte. Nunca he dado importancia al amor y todo lo que conlleva. Tú estas saliendo de las sombras. Dije lo que dije porque soy demasiado egoísta como para terminar las cosas como quería. Quería que siguiéramos siendo amigos y, si no eso, al menos compañeros que han compartido algo importante —le acarició las rodillas—. Haces que quiera cosas. Cosas que no he querido en mucho tiempo. Pensaba que estaba tomando la decisión adecuada marchándome. Por tí, por mí. Pensaba que mis razones eran buenas, pero me equivocaba. Le dije a Eduardo que me volviera a traer. Y he pasado toda la noche intentando resolver las cosas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario