Una vez que acabaron el baile de flamenco, Paula se quitó el traje y se despidió de Sofía. Tenía ganas de hablar con Gustavo. Esperaba que él, por fin, hubiera dejado de decir que ella se había acostado con él para conseguir mejor puntuación cuando él formaba parte del jurado en los concursos en los que ella participaba. No estaba segura de querer volver al mundo del baile de competición, pero quería que sureputación volviera a estar intacta. Y Gustavo era la única persona que podía ayudarla a lograrlo. Tras enterarse de que sus relaciones eran del domino público, había ido a hablar con los jueces sin decírselo a ella. Les había dicho que el sentimiento de culpa no le dejaba continuar la relación. Y aunque Gustavo no había formado parte del jurado en ninguno de los concursos enlos que ella había participado, la duda estaba sembrada. A Gustavo le habían bajado de categoría como castigo, de juez internacional habíapasado a ser juez regional. Pero había podido continuar trabajando en el baile decompetición, algo que a ella le habían vetado. Y ahora… ¿a qué había ido a verla?
Se recogió el pelo en un moño y se maquilló. Se había vestido con unos vaqueros ceñidos, sandalias y una blusa atada a la cintura. Pedro le había prometido llevarla a navegar a la bahía Vizcaína, y estaba deseando salir. Si Gustavo había ido a darle una buena noticia, podría hablarle a Pedro sobre su pasado. Salió del vestuario y se dirigió al club del ático, a la mesa en la que Gustavo estaba sentado. Éste se levantó al verla y ella le sonrió.
—Buenas noches, Gustavo. Qué sorpresa verte por aquí.
Gustavo se sentó de nuevo y ella hizo lo mismo.
—Dime, ¿A qué se debe tu visita? —preguntó Paula.
—El concurso ha venido a la ciudad.
—Pero tú no estás de juez, ¿No?
—No, no estoy de juez. He oído que presentaste un recurso contra la sentencia.
—Sí, así es. Quiero limpiar mi nombre.
—Y yo te pido que lo dejes —dijo Gustavo.
—¿Por qué? Tú no perdiste nada, pero yo sí. Quiero recuperar mi buena reputación.
—No lo vas a conseguir —repuso Gustavo—. Deberías cejar en el empeño.
—Puede que tengas razón. Pero dime, ¿A qué has venido realmente?
—Necesito tu ayuda —contestó Gustavo—. Me debes un favor.
Paula no comprendía qué inducía a Gustavo a creer que le debía nada.
—¿En qué quieres que te ayude?
—Necesito que me recomiendes como profesor de baile en la escuela de la Calle Ocho.
—¿Por qué me lo pides a mí?
—Tus jefes son los dueños del mercado donde está la escuela de baile. Si me recomiendas, no volveré a molestarte.
—¿Contarás a los miembros de la junta directiva lo que pasó realmente?
—Dejemos eso —contestó Gustavo—. Tú ya no puedes volver. El pasado te está impidiendo concentrarte en el futuro.
Eso no era verdad. Ella había cambiado de vida, pero seguía con la idea de limpiarsu nombre.
—Veré lo que puedo hacer, aunque no sé si podré ayudarte.
—Puedo hacértelo pasar mal, Paula. Podría contarle a Pedro por qué tuviste que dejar el baile de competición.
Paula negó con la cabeza.
—A Pedro no le interesa el baile.
—En fin, hazme este favor, Paula, y te dejaré en paz.
Paula lo dudaba.
—Bueno, ya veremos.
—Hazlo, Paula. Sabes que el Luna Azul tiene problemas con los líderes de la comunidad, y a mí no me da miedo acudir a mis contactos para complicarles la vida.
A Paula le pareció ridículo que Gustavo le amenazara. Podía dejar de trabajar en el club para evitar que les hiciera daño.
—Veré lo que puedo hacer.
—Haz lo que te he pedido o te pondré las cosas muy difíciles. Si no me consigues ese trabajo…
—¡Qué! No puedo garantizar que te lo den.
—Será mejor que lo consigas. Si no, vas a necesitar mucho dinero para hacer que mantenga la boca cerrada.
Gustavo se levantó de la mesa y ella se lo quedó mirando mientras se alejaba,preguntándose por qué se le había ocurrido tener relaciones con un hombre así. Carecía de principios. Pero eso no significaba que pudiera ignorar sus amenazas. Sabía que tenía que contárselo no solo a Pedro, sino también a Nicolás. El móvil le vibró en el bolsillo y, al mirar la pequeña pantalla, vió que era un mensaje de Pedro. Quería saber si estaba bien. Tragó saliva. No le apetecía contarle lo de Gustavo, pero no tenía alternativa. Le envió un mensaje diciéndole que Gustavo se había marchado y que iba a reunirse con él en el club.
—No hace falta, estoy aquí —dijo Pedro, a sus espaldas—. ¿En serio estás bien? Te veo un poco pálida.
—Mmm. ¿Podríamos ir a alguna parte a hablar?
—Sí, claro. Pero… ¿Por qué no aquí?
—Porque el club no es el lugar adecuado para hablar.
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