martes, 31 de julio de 2018

Pasión y Baile: Capítulo 30

—Por eso precisamente es por lo que yo tampoco podía dormir. Me gusta que merodeen tus brazos, Pedro, me he acostumbrado a estar contigo.

Pedro quería aconsejarle que no se apoyara en él. Que cuánto más sentían el uno por el otro, más miedo le daba no poder satisfacer las expectativas de ella. Pero no le dijo nada porque Paula eligió ese momento para abrazarle.

—¿Te apetece bailar conmigo a luz de la luna?

—No hay música —contestó Pedro.

—Da igual, cantaré yo.

—¿Sabes cantar?

—Más o menos.

Pedro lanzó una queda carcajada.

—Por si no lo sabías, tengo un equipo de música en el barco. ¿Qué música que apetece que ponga?

—¿Cuál es tu canción preferida? —le preguntó.

—Me encanta Dean Martin. Y sus canciones son perfectas para tener a una mujer en los brazos. Me gusta mucho Shine a Little Lave, de ELO.

—Jeff Lyne es el mejor. Pon algo de ELO para bailar.

—¿Ahora?

—Sí. Necesitamos algo que haga que nos olvidemos de todo. Ahí radica el poder del baile.

 Y Paula comenzó a mover las caderas, tirando de él.Le acariciaba con cada movimiento que hacía, y él se sintió muy unido a ella. Cuando la canción terminó, le agarró una mano.

—Y ahora, vamos a bailar lento.

Pedro sintió las manos de ella debajo de la camisa; después, en la espalda. La sintió pegada a su cuerpo, moviéndose al ritmo de la brisa y del suave balanceo del barco. Y en ese momento supo que con quien quería estar era con ella. A pesar de los problemas y de las complicaciones que Paula le había acarreado, enriquecía su vida y le daba algo que jamás había creído poder encontrar.

—Gracias —dijo Pedro—. Por esta noche. Por bailar conmigo, aunque tienes motivos para no fiarte de ningún hombre después de lo que te ha hecho Gustavo.

Paula se puso de puntillas y le besó. Después, apoyó la cabeza en su hombro.

—Es fácil confiar en tí.

Pedro no quería defraudarle, pero tenía miedo de no ser el hombre que Paula necesitaba. Sin embargo, dejó de pensar en eso, la levantó en sus brazos, la llevó a suhabitación y la tumbó en la cama.

—¿Cansado de bailar? —le preguntó Paula.

—No. Pero quiero hacer el amor contigo.

—Me alegro.

La desnudó y se desnudó con lentitud. Le besó el cuerpo entero y la excitó hasta hacerla suplicarle que la penetrara. Estaba deseando poseerla, pero quería saborear el momento, procurar a ambos un extremo placer. Y lo logró. Cuando, por fin, la penetró, Paula alcanzó el orgasmo casi al momento y él unos pocos segundos después. Temió no poder recuperarse nunca, había sido muy intenso.Y abrazados, se sumieron en un profundo sueño.


Al día siguiente, mientras esperaba a Gustavo en la sala principal del club, Paula estaba sumamente nerviosa. Lo habían planeado todo y sabía que ella solo debía limitarse a dejar que Gustavo hablara. Pedro, Federico y Nicolás estaban muy cerca, acompañados de dosde los mejores detectives de Miami. Gracias al diseño del techo, si uno estaba en un extremo de la sala, se podía oír claramente lo que alguien decía desde el lado opuesto. Seguía el mismo principio que la galería de los susurros de la catedral de St. Paul, en Londres. La puerta se abrió y Gustavo hizo su aparición. Se acercó a ella con paso decidido.

—Ya veo que has cambiado de opinión —dijo Gustavo a modo de saludo.

—No, lo que pasa es que no estoy segura de haber entendido bien lo que me dijiste la otra noche. La música estaba demasiado alta.

—Vamos, no me vengas con esas. Sabes perfectamente lo que dije. Si no aceptas mis condiciones, les hablaré a tus jefes de tu pasado y, además, les echaré la culpa, a tí y al club, de no poder trabajar como profesor en la Pequeña Habana.

—¿Qué condiciones son esas?

—Ya que no pareces dispuesta, o no puedes, ayudarme a conseguir un trabajo de profesor en la escuela de baile, me conformaré con cien mil dólares.

—¿Qué? Yo no tengo ese dinero.

—No, pero tus jefes sí lo tienen. Y se rumorea que estás saliendo con uno de ellos…con Pedro. Aunque la otra noche, cuando vine, debería haberme dado cuenta de inmediato.

—Eso es una locura, Gustavo. No voy a poder convencer a Pedro de que me dé ese dinero.

—Espero que lo hagas —dijo Gustavo—. Por tu culpa perdí mi trabajo y mi reputación se vió dañada, Paula.

—Eso no es verdad. Tú tienes la culpa de la mala fama que te has ganado. Fuiste tú quien me invitó a salir y, sin embargo, fui yo quien cargó con toda la culpa.

—La junta directiva decidió que yo también había actuado mal. Me rebajaron de categoría, limitándome a los circuitos regionales. Yo no estoy hecho para vivir en Indiana, Paula.

—Lo siento —respondió ella con sinceridad.

—¿Y si pudiera ayudarte a conseguir un trabajo de profesor aquí?

—Es demasiado tarde. No quiero dar clases de baile. Espero que me entregues el dinero mañana.

—Intentaré…

—Paula, no lo estropees, o lo sentirás.

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