—No es nada —respondió Pedro. Entonces, se volvió hacia Delfina y le sonrió—. Soy Pedro Alfonso.
—Delfina Chaves. Y esta es mi amiga Rocío.
—Encantado, señoritas. Inmediatamente me encargo del asunto —declaró Pedro.
Mientras Pedro se acercaba a la recepción, Paula deseó que se la tragara la tierra. Era una situación incómoda. Sentía mucho haber tenido que recurrir a él.
—¿Te estamos causando problemas? —le preguntó Delfina.
—No, en absoluto. Pedro se ocupará del asunto.
Según la política del club, todos los empleados tenían derecho a dos entradas gratis al mes para familiares y amigos, y ella no había utilizado sus entradas. Delfina le acarició el brazo.
—Pedro Alfonso es tu jefe, ¿Verdad?
—Más o menos. Y Delfi, sabes perfectamente quién es Pedro, no te hagas la tonta.
—Sí, claro que lo sé. ¿No es un playboy?
Paula se encogió de hombros.
—Esa es la impresión que da, pero trabaja en el club, no vive de la nada.
—Vaya, me alegro —dijo Delfina.
—¿Cómo es que le conoces? —preguntó Rocío.
—Ha estado en mi clase de baile esta noche. Uno de sus amigos se había apuntado.
—¿Ha asistido más veces a tus clases? —preguntó Delfina.
—No. Y gente más famosa que T.J. Martínez ha ido a mis clases.
—¿T.J. ha ido…?
—Sí. Deja de babear, Rocío.
—No estoy babeando, pero T.J. es sensacional. Tienes un trabajo estupendo.
—Eso lo dices porque tú te pasas la vida delante de una pantalla de ordenador.
—Cierto —contestó Rocío—. Bueno, ya viene.
Paula volvió la cabeza y vió a Pedro avanzando hacia ellas. Tenía dos entradas en la mano, que dió a Rocío y a Delfina.
—Diviértanse, señoritas.
—Lo haremos. Gracias, señor Alfonso—dijo Delfina.
—Por favor, tutéame y llámame Pedro. Y dale las gracias a tu hermana. En realidad, ha sido un error administrativo —dijo Pedro.
—Gracias, Pau—dijo Delfina—. ¿Vienes con nosotras?
Paula asintió.
—¿Podría hablar antes contigo un momento? —preguntó Pedro.
—Ahora mismo voy con ustedes—les dijo a Delfina y a Rocío.Cuando su hermana y la amiga se marcharon, se volvió a Pedro.—¿Qué pasa?
—¿Has hecho planes para esta noche?
Paula arqueó las cejas.
—Voy a acompañar a mi hermana y a su amiga. ¿Por qué lo preguntas?
—Quería que vinieras conmigo.
—¿Por qué? —preguntó ella.
—Me parece que podríamos divertimos juntos.
Paula ladeó la cabeza y se lo quedó mirando. Quería contestar afirmativamente y recordó lo que Sofía le había dicho aquella misma tarde respecto a pasárselo bien. Desde luego, nadie mejor que Pedro para hacerle pasar un buen rato.
—De acuerdo.
—¿Tenías que pensártelo tanto?
—Sí —respondió Paula— No… se me da bien tomar decisiones rápidas.
—Lo tendré en cuenta. ¿Quieres ir a decírselo a tu hermana?
—Sí. ¿Por qué no vienes conmigo y pasamos con ellas un rato?
—Eso no entraba en mis planes.
—¿Cuáles eran tus planes? —preguntó Paula.
No tenía ni idea de por qué había accedido a salir con Pedro. Debería dedicar su tiempo libre a los analistas financieros amigos de Rocío o a los abogados amigos de su hermana, no a Pedro.
—¿Hacer que la pista de baile del club eche humo?
Paula le miró fijamente.
—No soy tu tipo y lo sabes, ¿Verdad?
—No, no lo sé. Creo que tú y yo nos vamos a llevar muy bien.
—Eso es lo que me da miedo —comentó ella en un susurro. Sin embargo, quería agarrar con ambas manos lo que la noche podía ofrecerle… con Pedro—. Vamos, Pedro. A ver si eres capaz de aguantarme el ritmo.
Pedro le agarró la mano y la condujo al interior del club, al lugar donde Delfina y Rocío estaban esperando.
Delfina y Rocío se marcharon del club a medianoche, pero Pedro no estaba dispuesto a permitir que Paula se fuera.
—Quédate —dijo él en el vestíbulo, bajo la maravillosa escultura de cristal de Chihuly.
—No creo que sea una buena idea —dijo ella—. Mañana tengo que trabajar.
—Sí, pero por la tarde. Quédate conmigo, Paula.
—Yo… está bien, ¿Por qué no? ¿Qué propones que hagamos?
—Después de la actuación del grupo de música, hay una fiesta en la terraza del club.
—Está bien. Pero tengo que marcharme a las dos como muy tarde —dijo ella.
—No te guardaré rencor si cambias de parecer.
—¿Tanta confianza tienes en tí mismo? —preguntó ella.
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