—¿Qué hay del baile? —dijo Paula, acercándose a ellos—. En vez de hablar, deberían estar ensayando.
—Perdón —se disculpó T.J.—. Me parece que soy una causa perdida.
—Vamos a seguir intentándolo, ¿Te parece? No te des por vencido todavía. Pedro puede ayudarte con el movimiento de los pies, se le da muy bien.
—Prefiero ensayar con una bonita mujer que con un jugador de béisbol jubilado.
—Lo mismo digo —dijo Pedro.
—Lo siento, pero tengo que atender a los demás alumnos también. Y, al parecer, no consigo hacerte sentir el baile —dijo ella—. Pedro, ¿Cuál crees que es el problema?
Pedro se dió cuenta de que Paula estaba siendo sincera. Quería que le ayudara con T.J.y, por primera vez, fue consciente de lo importantes que eran las clases de baile para ella. Hasta ese momento no lo había notado, toda su atención fija en el cuerpo de ella y en sus sensuales movimientos.
—No te lo puedo decir con certeza, pero supongo que T.J. está acostumbrado al deporte, y el baile es algo más sutil, ¿No?
—Sí, creo que tienes razón.
—¿Qué tal una copa? Algunas personas se ponen nerviosas si se les pide que bailen delante de los demás, y una copa les tranquiliza.
—Ni siquiera un barril de cerveza me relajaría —respondió T.J.—. De todos modos,te agradezco el interés.
—Es mi trabajo.
—Y se te da muy bien —comentó T.J.—. Se lo diría a tu jefe, pero creo que él ya lo sabe.
Paula le miró.
—¿Lo sabe?
Pedro asintió.
—Sí, eres muy buena profesional.
Pedro se dió cuenta de que Paula estaba coqueteando con él y eso le bastó para decidir que también él podía hacerlo. Ella se plantó delante de sus alumnos y les dijo que se tomaran cinco minutos dedescanso, antes de empezar a ensayar el baile con que abrirían el club esa noche. Pedro la siguió afuera. Ella se detuvo en el corredor al darse cuenta de que él la había seguido.
—Siento que T.J. no consiga progresar —dijo Paula.
—No te preocupes. Tú has hecho todo lo que has podido.
Paula asintió.
—No estoy segura de que sea buena idea que tú y yo bailemos juntos.
—¿Por qué no? —preguntó Pedro, dando un paso hacia Paula.
Ella se rodeó la cintura con un brazo y ladeó la cabeza. La cola de caballo que sujetaba su bonito cabello castaño le acarició el hombro. Él alargó una mano para acariciárselo. El cabello de Paula era muy suave.
—Por eso precisamente —declaró Paula—. Estoy empezando a olvidar que eres mi jefe, Pedro. Y me gusta este trabajo.
—Bailar conmigo no va a poner en peligro tu puesto de trabajo —dijo él.
—Pero si algo…
—Jen, arrugando la nariz, se interrumpió.
—¿Qué?
—Sería embarazoso y realmente me gusta este trabajo —insistió Jen; después, se dio media vuelta y se alejó.
Y Pedro la dejó marchar, consciente de que Paula estaba preocupada y de que él, verdaderamente, solo sabía de ella que era una cara bonita.
Paula quería pasar la noche entera bailando con Pedro, olvidarse de las consecuencias de sus actos y entregarse por entero a la atracción que sentía por él. Pero ya no era una niña y ya había pagado un precio muy alto por la equivocación de rendirse al deseo en el pasado. No iba a cometer el mismo error una segunda vez. ¿O sí? Siempre estaba buscando un hombre que la hiciera sentirse como Pedro la hacía sentirse bailando con él. Y no era solo el baile, sino la forma como la miraba y la facilidad con la que se movían al mismo ritmo, instintivamente. Pero quería hacer algo más que bailar salsa con él. Quería pegarse a su cuerpo con Carlos Santana como música de fondo. «Para». Necesitaba ese trabajo. Había dejado atrás el pasado, ahora era una nueva Paula Chaves, que anteponía la familia a sus deseos y que era una buena chica. No debía olvidarlo. Delfina le había ofrecido un hogar cuando lo había necesitado y ella le había prometido a su hermana que cambiaría.
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