martes, 17 de julio de 2018

Pasión y Baile: Capítulo 13

—Comprendo lo que dices. A mí me encanta bailar y puedo hacerlo todas las noches.

La mirada de Paula se perdió y él se dió cuenta de que ella no le había contado todo.

—Supongo que había llegado tan lejos como me era posible en esa dirección — añadió Paula—. Un buen momento para cambiar.

—Y ahora, además, vas a pasar una mañana conmigo —dijo él.

—¡Pedro, no te vendas tan barato! —exclamó ella con una carcajada.

—Eso nunca —dijo él, y la besó.

El consejo que Pedro le había dado tenía sentido y le gustaba la forma como lo había hecho, sin dárselas de saberlo todo. Llevaba sorprendiéndola toda la noche.

—La verdad es que no tengo hambre —dijo ella.

No había ido a casa de Pedro para comer y ambos lo sabían.

—Yo tampoco.

Pedro rodeó el mostrador y la hizo ponerse en pie.

—¿Quieres ver el resto de la casa?—Sí.La llevó por el pasillo, en dirección a su dormitorio.

En las paredes colgaban exquisitas pinturas de vivos colores que la hicieron pensar en México. La casa de Pedro era muy moderna. Pero no era fría, sino cálida y acogedora, y le sorprendió sentirsetan cómoda allí. Señaló una foto suya con la gorra de los Yankees.

—¿Cuándo te sacaron esta foto?

—La primera temporada que jugué. Mi padre quería… estaba orgulloso de que me hubiera hecho profesional. Siempre que podía, que él no jugaba, venía a verme. Esta foto estaba colgada en su habitación en nuestra casa de Fisher Island.

—¿Cuándo murió tu padre?

—Dos semanas después de que yo me lesionara. Me alegro de que no se enterase de que yo no iba a volver a jugar al béisbol.

—Creo que se sentiría orgulloso de tí —dijo ella.

Sabía que, al margen de lo que hubiera hecho, sus padres se habrían sentido orgullosos de ella. Delfina siempre decía que lo único que los padres querían era quesus hijos fueran felices; por supuesto, se refería a sí misma y a su hijo de siete años, Joaquín.

—No sé por qué te estoy contando todo esto. ¿Por qué? —preguntó Pedro.

—La gente suele contarme cosas —respondió Paula—. Supongo que me ven como una chica tranquila, que no supone ninguna amenaza para nadie. Ya sabes, alguien a quien se le puede contar un secreto.

—Te has llamado «chica» a tí misma.

En broma, Paula le dió un puñetazo en el hombro.

—Una cosa es que lo haga yo y otra muy distinta es que lo haga un hombre.

Pedro sonrió.

—Cuando creo que empiezo a conocerte, vas y me sorprendes con algo que no esperaba de tí.

—Espero no ser demasiado fácil de comprender —dijo ella.

—No, no lo eres. Eres muy complicada —Pedro la rodeó con los brazos—. Y muy hermosa.

Se inclinó sobre ella y, al oído, le susurró lo sensual que era, lo atractiva que la encontraba y lo mucho que la deseaba. El aliento de Pedro era cálido y le gustaba lo que le estaba diciendo. La hacía sentirse como si no estuviera incompleta. Y era eso, pensó. Desde querechazaron su recurso, se había sentido destrozada; pero ahora, en sus brazos ,eso había dejado de importarle. Le echó los brazos al cuello y se puso de puntillas para besarle. Pedro le devoró laboca con la suya y ella se sintió perdida. Las manos de él le acariciaron la espalda y sedetuvieron en las caderas. Tiró de ella hacia sí. Los fuertes brazos de él, rodeándola, la hicieron sentirse delicada y femenina. Ningún hombre la había hecho sentir lo que sentía con él. Sabía que tenía el control de la situación y se lo permitió. Por fin, Pedro la levantó del suelo.

—Rodéame con las piernas y los brazos —dijo él.

Paula se aferró a él y, por fin, entraron en el dormitorio. Pedro se sentó en el borde dela cama de matrimonio. Mientras ella le miraba, él le acarició la espalda. Bajó la cabeza y la besó. Había pasión en el beso, pero también ternura, y fue la ternura lo que le llegó al corazón. Le agarró el rostro con ambas manos y le penetróla boca con la lengua. Pedro respondió al instante, enterrando los dedos de una manoen sus cabellos. La estrechó con fuerza mientras la pasión se apoderaba de ella.

Pedro se echó en la cama, tirando de ella, que acabó encima. Le acarició los pechos. Ella le desabrochó la camisa y él, despacio, le subió la blusa. Se quedó quieta, echóla cabeza hacia atrás y disfrutó el momento.

Las manos de Pedro eran cálidas, le dejó colgando la blusa. Sus grandes manos le ciñeron la cintura y tiraron de ella hacia abajo, hacia él. Sintió su aliento en el pezón; después, la boca entera. Le agarró la cabeza mientras él la chupaba a través del tejido del sujetador. Todos los músculos de su cuerpo se tensaron. Paula trató de desabrocharse el sujetador, pero Pedro le sujetó las muñecas.

—No, todavía no. Quiero hacerlo así.

—¿En serio?

Pedro asintió. Paula bajó la mano, entre los cuerpos de ambos, y encontró el bulto de la erección de él. Le acarició por encima de los pantalones.

—¿Te gusta esto? —preguntó ella mientras Pedro arqueaba la espalda y subía las caderas.

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