—Eso es lo que me pasa a mí también, Pedro. Cuando me despierto por las mañanas, no hago más que pensar en el momento en el que nos vamos a ver. Y cuando te veo…
Pedro la abrazó. Le susurró algo al oído que ella no logró comprender.
—¿Qué?
—A veces, siento una necesidad imperiosa de verte —declaró Pedro— Y saco tiempo de donde sea para estar contigo, aunque solo sean unos minutos.
Ella le sonrió.
—Llevo todo el día pensando en nosotros, Pedro—dijo Paula haciendo acopio de valor—. Creo que podríamos formar una familia.
—Yo no estoy preparado para formar una familia, Pau—respondió él.
—Lo sé, lo sé —y lo sabía.
Sabía que lo más que Pedro podía ofrecerle era exclusividad en su relación, nada más.Pedro le besó suavemente la frente.
—Pedro, no sé si estás listo para oír lo que voy a decir, pero…
«Te quiero», dijo en silencio. «Te quiero». ¿Por qué tenía que ser tan difícil pronunciar esas palabras en voz alta? No se iba a presentar mejor momento que elpresente.
—¿Sí? —le instó él.
—Te… te quiero —dijo Paula con voz queda.
Los ojos de Pedro se agrandaron.
—¿Qué has dicho?
—Que te quiero. Eres el hombre de mi vida. Estar contigo ha hecho que me sienta completa. No era consciente de lo que me faltaba en la vida hasta que te he conocido. Paula respiró hondo y continuó;—Sé que puede que no estés preparado para oír lo que te estoy diciendo, pero no podía seguir callada ni un segundo más. Llevo ya tiempo enamorada de tí—confesó Paula.
Pedro continuó rodeándola con los brazos y le permitió hablar, pero no dijo nada.Ella tenía miedo de haber cometido un grave error; pero entonces, Pedro la estrechócontra sí.
—Paula, no puedo expresar con palabras lo mucho que significas para mí —susurró él.
Entonces, le cubrió los labios con los suyos y ella sintió en el beso todo lo que Pedro no le había dicho.
Pedro no quería pensar en el amor ni en lo mucho que la confesión de Paula le había asustado. Cada día que pasaba con ella… No, no quería pensar en ello. Por eso, decidióhacer lo que mejor se le daba: hacer el amor con ella. Agarró el bajo de la camiseta de Paula y se la quitó. Paula se sentó encima de él, ahorcajadas; y él, apoyando la cabeza en unos cojines, se quedó mirándole los pechos,aprisionados en las copas del sujetador.
—Tienes un cuerpo precioso, cielo. No consigo cansarme de acariciarte —dijo Pedro.
—Me alegro de que te guste —respondió Paula —riendo—. A mí también me gusta tu cuerpo. ¿Te importaría quitarte la camisa?
Pedro obedeció y, al instante, Paula comenzó a acariciarle el pecho.
—Me encanta tocarte.
—¿Sí? —preguntó él mientras le quitaba el sujetador.
—Si, me encanta —repitió Paula, y bajó el cuerpo para acariciarle el vello del pecho con los pezones.
Pedro tembló. Paula se frotó contra su cuerpo cuando él la besó. Y dejó que fuera Paula quien impusiera el ritmo aquella noche.
—Te deseo, Pedro. Quiero sentir el vello de tu pecho con mis pechos. Te quiero dentro de mí y quiero estar unida a tí, quiero pertenecerte por entero.
Pedro también lo quería. Le puso las manos en la cintura y la alzó ligeramente para acabar de desnudarse. Paula también se desnudó rápidamente. Al cabo de unos momentos, ya desnudos, él se la sentó encima, a horcajadas, y dejó que el húmedo calor de la feminidad de ella le frotara el endurecido miembro.
—Necesito estar dentro de tí —dijo Pedro.
—Creía que querías esperar —bromeó Paula.
—No. Eres una tentación irresistible.
—Estupendo. Quiero ser la mujer que consigue hacerte perder el control —dijo ella.
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