jueves, 5 de julio de 2018

Pasión y Baile: Capítulo 3

—¿Cuándo van a aceptar que somos parte de esta comunidad y que no nos vamosa mover de aquí? —preguntó Pedro.

—Nunca se van a dar por satisfechos —declaró Nicolás, que acababa de aparecer en el patio—. ¿Qué están haciendo aquí? Los necesito abajo, para recibir a la banda de música.

—Ahora mismo voy —dijo Pedro—. También tengo que recibir al periodista del Herald. Y estoy casi seguro de que Jennifer López va a pasarse por aquí esta noche;está en la ciudad y su gente ha dicho que iba a acercarse al club. Y tengo que ver cuántos más famosos van a venir.

—Estupendo, me gusta lo que dices —dijo Nicolás.

—Lo sé, por eso me paso las noches de fiesta —contestó Pedro.

—¡Ya! Lo haces porque te gusta —interpuso Federico.

—Claro que me gusta. Es genético. No he nacido para sentar la cabeza.

—¿Como papá? —preguntó Federico.

—Sí, como papá. Creo que es por eso por lo que él y mamá no se llevaban bien — dijo Pedro.

—Por eso y porque mamá era muy fría —añadió Nicolás.

Pedro apartó los ojos de sus hermanos. Su madre nunca había querido tener hijos y les había dedicado el menor tiempo posible. A cada uno de los tres le había afectadode forma diferente. En lo que a él se refería, no se fiaba de las mujeres, estaba convencido de que, tarde o temprano, siempre acababan abandonando al hombre conel que estaban.

—Bueno, creo que los tres sabemos lo que tenemos que hacer esta noche — declaró Nicolás—. ¿Qué tal tus negociaciones con las fuerzas vivas de la comunidad?

—Lentas. He invitado a unos cuantos al espectáculo de esta noche para que veanhasta qué punto somos parte de la Calle Ocho.

—Muy bien. Mantenme informado —dijo Nicolás.

—Lo haré.

Pedro y sus hermanos bajaron al piso de abajo. Ahí en medio, con el club casi vacío, miró a su alrededor. Era difícil creer que aquel lugar había sido una fábrica decigarros puros. De pequeño nunca había pensado en el futuro. Una vez que se convirtió en un jugador de béisbol profesional, había supuesto que continuaría jugando hasta los treinta y tantos años y que luego pasaría a trabajar de comentarista deportivo. Pero la lesión, tan joven, había cambiado sus objetivos. Pero no le pesaba, le gustaba lo que hacía.

—Pepe…

Se volvió y vió a T.J. Martínez en el vestíbulo, debajo de la estructura colgante de Chihuly.

—¡T.J., amigo! ¿Qué tal el vuelo?

—Bien, muy bien. Listo para un poco de acción esta noche.

—Igual que yo —respondió Pedro estrechándole la mano a su amigo al tiempo que se abrazaban—. Tengo entendido que te has apuntado a clases de salsa.

—Carla ha insistido mucho en que tomara clases, ha dicho que la profesora es de lo mejor y que sería una estupidez desperdiciar la ocasión. Y Leandro ha dicho que la profesora estaba estupenda.

—Lo verás por tí mismo. La primera clase empieza dentro de media hora. ¿Te apetece una cerveza antes?

—Claro. Así te cuento las novedades del club. Corre el rumor de que O'Neill va a cambiar de equipo.

Pedro condujo a su amigo al bar y charlaron de béisbol y de los jugadores que ambos conocían. Sin embargo, aunque se esforzaba por concentrarse en lo que hablaban, no lograba dejar de pensar en Paula. Pero no le dió importancia.

—Bueno, vámonos ya. No quiero que llegues tarde a tu primera clase.

—¿Vas a venir conmigo?

—Sí, ¿Te importa? Aún no he asistido a ninguna clase de salsa y, tal y como tú has dicho, la profesora es… muy buena.

T.J. echó la cabeza hacia atrás y lanzó una carcajada. Los dos acabaron las cervezas y subieron al piso superior, a la clase de Paula.

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