jueves, 12 de julio de 2018

Pasión y Baile: Capítulo 11

—Me pareció lo mejor en su momento —contestó él—. Mis hermanos estaban aquí y yo había invertido dinero en el club; por lo que, oficialmente, tenía un trabajo. Mi carrera como jugador de béisbol había llegado a su fin, así que volví a casa.

—Lo dices como si no fuera nada —comentó ella, pensativa—. ¿Tan fácil te resultó abandonar tu sueño?

—¿Mi sueño?

—El béisbol —aclaró ella.

Pedro había tenido un bache, pero lo había superado.

—Lo más triste de todo, Paula, es que me dí cuenta de que no quería ser solo un jugador de béisbol.

—¿Qué era lo que querías ser? —preguntó Paula, acercándose más a él.

—Famoso —respondió Pedro—. Lo sé, es muy superficial, ¿Verdad?

—Yo también quería ser famosa —admitió Paula.

—¿En serio?

—¿Crees que bromearía con una cosa así?

—No, claro que no, perdona. La verdad es que no sé nada sobre tí. Cuéntame.

Paula respiró profundamente y bebió un sorbo de mojito. La bebida era suave y refrescante.

—Vamos, cielo —insistió Pedro—. Tu secreto está a salvo conmigo.

—¿Cielo? No me conoces lo suficiente para tomarte tantas confianzas conmigo.

—Paula, te conoceré mucho mejor antes de que acabe la noche.

—¿No te estás adelantando a los acontecimientos? —le preguntó ella.

—No. Te gusto tanto como tú me gustas a mí.

Paula asintió.

—Sí, es verdad. Por mucho que me cueste reconocerlo, quiero saber cómo es el tipo que se esconde detrás de la cámara.

—Estupendo. Espero gustarte —dijo él.

—Hasta el momento, me tienes impresionada.

Pedro bebió. La brisa de febrero le revolvió unas hebras de cabello a Paula. El alargó el brazo y se las recogió detrás de una oreja.

—Gracias —dijo ella con voz ronca y suave.

—Has dicho que querías ser famosa… ¿Haciendo qué? —preguntó Pedro.

Pedro no podía dejar de tocarla. Paula tenía la piel muy suave. Las mujeres con las que salía normalmente se preocupaban sobre todo por su aspecto físico, su imagen, por lo que raras veces le dejaban tocarlas, excepto en la cama, cuando hacían el amor. Pero Paula le dejaba tocarle la cara. Le acarició el labio inferior y ella se lo permitió. Tenía los labios entre abiertos y su aliento le acarició los dedos.

—No puedo pensar con lo que me estás haciendo —dijo ella.

—Pues no pienses —replicó Pedro.

La rodeó con los brazos y la estrechó contra sí. Sintió en el pecho el vaso con el mojito que Paula sostenía en las manos, frío y mojado. Ella se lamió los labios y comenzó a cerrar los ojos en el momento en que él bajó la cabeza. Quería que aquella noche durara una eternidad, sabía que no podía permanecer un segundo más en aquella terraza sin besarla.

A Paula le sorprendía reaccionar así con Pedro, que no era bailarín. Sacudió la cabeza, recordándose a sí misma que su vida ya no era el baile. No obstante, seguía resultándole difícil aceptarlo.

—Me parece que ya no estás pensando en besarme.

Paula se apartó de él y se mordió el labio inferior. El olor del hibisco, en unos maceteros próximos a donde se encontraban, impregnaba el aire. Ella se inclinó sobre él y las pupilas de Pedro se dilataron.

—Así está mejor.

Sí, era verdad. Le acarició los labios con los suyos. Los labios de Pedro eran sensuales y firmes; y cuando los abrió, su aliento le acarició. Pedro olía a mojito y ella cerró los ojos para disfrutar el momento. Él la estrechó contra su cuerpo. Ella sintió el calor de él y quiso grabar elmomento en su recuerdo. Entonces, los labios de Pedro volvieron a acariciar los suyos antes de penetrarle laboca con la lengua, y todo pensamiento se evaporó. Los brazos de Pedro eran grandes y fuertes, y sintió su musculatura, su fuerza. Aunque ya no era un deportista profesional, Pedro Alfonso seguía siendo un hombre muy fuerte. Ella le puso las manos en los hombros y echó la cabeza hacia atrás para mirarle el rostro. Pedro no sonreía, su expresión era intensa.

—¿Demasiado?

—Quizá —respondió ella—. Esta tarde vine a trabajar pensando que era un día cualquiera y ha resultado no serlo, Pedro.

—Bien. La vida debería estar llena de sorpresas.

Paula sacudió la cabeza.

—No, no lo creo. Si así fuera, ¿Cómo conseguiría uno cierta estabilidad?

Pedro se puso en pie y la hizo levantarse.

—La gente la proporcionaría.

—¿La familia? —preguntó ella, dejándose llevar a la barandilla de la terraza.

—O la ciudad —dijo Pedro—. Miami nunca cambia. En el fondo, la ciudad nunca cambia. Cierto que hay cambios políticos; pero, fundamentalmente, la playa y el clima subtropical hacen que la vida aquí sea bastante tranquila.

Paula, consciente del brazo de Pedro rodeándole la cintura, contempló la Calle Ocho yla vista de la Pequeña Habana.

—¿Te criaste aquí, en la Pequeña Habana?

—No, en Fisher Island.

—Ah.

Pero Paula  ya lo sabía, lo había leído en las revistas. Sin embargo, por la forma como Pedro había hablado de Miami, le había dado la impresión de que conocía muy bien la ciudad. La ciudad en la que ella se había criado. Pero al ser clase media baja, ella había vivido en un lugar muy diferente a la elegante zona residencial de Fisher Island.

—¿Y tú?

—Aquí, en la ciudad.

—Entonces, supongo que sabes lo que he querido decir.

Paula cerró los ojos y pensó en la ciudad, y en los ritmos de la Calle Ocho. Pensó en la lucha diaria de la gente de clase media baja y en que sabía divertirse y celebrar cumpleaños en la playa.

—Sí, lo sé.

Entonces, Pedro la hizo volverse y, en esta ocasión, obtuvo de ella mucho más que una respuesta a un beso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario