jueves, 26 de julio de 2018

Pasión y Baile: Capítulo 25

 Ella apoyó la cabeza en su pecho, justo sobre su corazón, y lo oyó latir. Pedro le pasó las manos por la espalda, de arriba abajo, hasta posarlas en suscaderas. Sintió la erección de él, pulsante, contra su sexo. Alzó la mirada, Pedro bajó lacabeza y la besó. La lengua de él saboreó la suya, y Paula se olvidó de todo lo demás. Los brazos de Pedro volvían a rodearla, tal y como había soñado que ocurriera desde cuando sedespidieron a la entrada de su casa.

Pedro se apoyó en la mesa del despacho y tiró de ella hacia sí mientras continuabaacariciándole el cuerpo. Ella le devolvió las caricias, sin conseguir saciarse. Quería más. Quería desnudarse, sentir la piel de él… Bajó una mano y le acarició el miembro por encima de los pantalones y, entonces,le cubrió con la mano. Él separó las piernas. Ella jugueteó con él, acariciándole con una mano sola; porfin, ayudándose de la otra, le bajó la cremallera. Le subió la falda por las piernas, despacio; después, le agarró las nalgas y se lasacarició por encima de las bragas.

Después de haberle abierto la bragueta, Jen le acarició el duro miembro, queendureció aún más con las caricias. Pedro se volvió, la levantó y la sentó en el escritorio, tirando sin querer un bote de lápices y bolígrafos. Paula le miró fijamente a los ojos y vió que el deseo le había dilatado las pupilas. También estaba sonrojado mientras le subía la blusa. Sintió las manos de él en el vientre y más arriba, en los pechos. Paula se agachó para terminar de bajarle los pantalones y los calzoncillos. Después,acarició el duro y engordado miembro.

Pedro le susurró su pasión, lo mucho que la deseaba. Y, entonces, le sintió entre las piernas. Le rodeó la cintura con un brazo y la levantó ligeramente para bajarle las bragas. Después, con impaciencia, le puso las manos en los muslos y le separó las piernas… La penetró hasta dentro. La poseyó completamente, con frenéticos empellones. Al alcanzar el clímax, ella abrió la boca para pronunciar el nombre de Pedro, pero él la besó, capturando el sonido. Le embistió un par de veces más y se corrió, llenándola con su esencia. Ella se abrazó a  él y apoyó la cabeza en su hombro.

—¡Menudo beso nos hemos dado! —exclamó Pedro con ironía.

Paula le sonrió.

—Esa puerta da a un baño, por si quieres.

—Con otro hombre, ahora tendría vergüenza.

—¿Pero conmigo no?

Paula sacudió la cabeza.

—Contigo, todo parece de lo más natural.

—Me alegro —respondió Pedro, asintiendo.

Paula fue al cuarto de baño y se secó con la toalla de las manos. Tenía el cabello revuelto y los labios hinchados. A pesar de haberse estirado la ropa, no se necesitaba ser un genio para adivinar lo que había estado haciendo en el despacho. Pero no le importaba.

Pedro era un hombre que vivía la vida con pasión. Durante mucho tiempo, ella había dedicado toda la energía que poseía al baile, pero había llegado el momento de vivir en el mundo real. Las semanas siguientes se le pasaron volando. No se arrepentía de estar saliendo con Paula; en realidad, estaba resultando ser una de las mejores decisiones que habíatomado en su vida. Estaba descubriendo que no necesitaba salir con mujeres famosaspara que su foto apareciera en las revistas. De hecho, empezaba a darse cuenta de que muchos de sus famosos amigos se habían casado y no echaban de menos la vida de solteros. Le gustaba estar con ella , aunque pensar en el futuro seguía poniéndole un poco nervioso. Y aún no sabía por qué Paula había tenido que dejar el baile de competición. Por eso, cuando Gustavo Alvarez apareció un día a primeras horas de la tarde en el Luna Azul y preguntó por Paula, a él le pareció estar cerca de descubrir lo que había pasado.

—Está dando clase ahora —dijo Pedro bajo el cielo de cristal de Chihuly.

—Esperaré entonces —respondió Gustavo.

Gustavo no era muy alto, pero sí delgado. Iba bien vestido y parecía tener unos cuarenta y pocos años.

—Subamos al club del ático. Paula va a salir ahí con su grupo dentro de un rato.

—¿Quién es usted?

—Soy Pedro Alfonso, este club es de mis hermanos y mío. ¿Y usted es…?

—Gustavo Alvarez. Bailarín de fama mundial.

Y sumamente presumido, pensó Pedro.

—Por eso conoce a Paula, ¿No?

—Sí, del baile. ¿Ha oído hablar de mí?

Pedro negó con la cabeza.

—No sé gran cosa del baile de competición. A mí me tira más el deporte.

Tras una leve mueca de desagrado, Gustavo dijo:

—Está bien, iré con usted a esperar a Paula.

Pedro le guió hasta el club del ático y tomaron asiento.

—¿Le apetece algo de beber?

—Un whisky con hielo.

Pedro, con un gesto, llamó la atención de una camarera y le pidió las bebidas.

—¿Vive usted aquí?

—No. He venido para participar en un concurso de baile y se me ha ocurrido pasarme a saludar a Paula.

Pedro se alegró al oír los familiares acordes de Mambo número cinco y, al momento,vió a Paula y a sus alumnos saliendo a la pista de baile. Miró en su dirección; pero al ver con quién estaba, se le desvaneció la sonrisa. Pedro miró a Gustavo y notó su expresión de satisfacción. Y tuvo la impresión de que se había propuesto disgustar a Paula y le alegraba haberlo conseguido. Contuvo las ganas de dar un puñetazo a ese hombre.

—¿A qué ha venido? —le preguntó Pedro.

—Ya se lo he dicho, a ver a Paula. Tenemos un asunto pendiente —contestó Gustavo.

—Me parece que no. De hecho, sé que Paula ha dejado ese mundo atrás, definitivamente.

—¿En serio? ¿No será, por el contrario, que ese mundo la ha dejado a ella? — respondió Gustavo.

—Sea como sea, Paula ya no tiene nada que ver con todo eso —declaró Pedro—. Me parece que debería marcharse.

—Antes tengo que hablar con ella —respondió Gustavo—. Váyase y déjeme solo si quiere.

Y eso fue lo que Pedro hizo. Se acercó a la pista de baile y esperó a que Paula acabara su clase. Sabía que, en poco tiempo, Paula tenía que ir a cambiarse, a ponerse el vestido de flamenco para el espectáculo con Sofía; sin embargo, aquello no podía esperar,tenía que hablar con ella. Cuando acabó la clase, fue rápidamente al vestuario.

—¿Quién es Gustavo y qué significa para tí? —le preguntó Pedro, ya que estaban solos.

—Era… ahora no puedo hablar de ello, no tengo tiempo para explicártelo. Digamos que es por él por lo que no puedo participar en el baile de competición.

—Voy a llamar a los de seguridad para que le echen —declaró Pedro.

Pedro se volvió para ir a ver a Javier, pero Paula le puso una mano en el brazo para retenerle.

—Espera. Quiero saber a qué ha venido. Quizá pueda ayudarme a que revoquen la sentencia.

A Pedrono le gustaba que Paula hablara con ese hombre, tampoco le gustaba que Gustavo pudiera ayudarla ni que ella volviera al mundo del baile de competición.

—Creía que estabas contenta con el cambio de vida.

—Y así es. Pero quiero ver qué quiere decirme.

—De acuerdo. Avísame si me necesitas. Voy a bajar al club principal.

—Pedro, no tienes de qué preocuparte. Solo quiero saber a qué ha venido, nada más.

Él asintió.

—Lo comprendo. Envíame un mensaje cuando se haya marchado y me reuniré contigo.

—Lo haré —respondió Paula, y le dió un beso.

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