martes, 3 de julio de 2018

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 47

—Tienes que ir a París.

—No, cara, no.

Le  agarró  las  manos.  Ella  quería  creerlo,  aunque  las  palabras  del  día  anterior  aún sonaban en su cabeza. Estaba en su casa y parecía que por una razón importante. Tenía que creer que ella era importante.

—Sabes  que  mi  madre  abandonó  a  mi  padre  cuando  yo  era  muy  joven.  Y  aunque  teníamos  a  nuestro  padre,  me  sentí  muy  responsable  de  Caro.  Y,  algunas  veces, de mi padre porque tenía la edad suficiente para darme cuenta de lo que sufría por  mi  madre.  Una  y  otra  vez  lo  veía  pedir  su  amor  y  ella  se  negaba.  Nunca  fue  bastante para ella.

—¿Crees que no decía de verdad lo que te dije ayer?

—No suelo hablar de mis sentimientos, Pau. Necesito ver las cosas, mostrarlas. Dije esas palabras una vez, recuerda que te hablé de Laura. Le entregué mi corazón. Y luego la encontré con otro. Sólo me quería porque era un Alfonso. Yo había confiado en ella. Así que, cuando empecé a sentir algo por tí, me dí todo tipo de excusas.

Paula se imaginó a un Pedro más joven, vibrante por estar enamorado y, después, decepcionado. Le acarició los dedos.

—Así que te dedicaste al trabajo.

—Jamás  se  ha  cuestionado  mi  trabajo  en  Alfonso.  Es  mi  herencia.  Una  herencia  levantada  por  mis  abuelos.  Sentiría  que  los  habría  decepcionado  si  no  hubiera  seguido en la empresa. Quiero a Alfonso, es mi sangre.

—Pero...

—Pero  he  pasado  demasiados  años  centrado  sólo  en  mi  trabajo,  evitando  a  la  gente. Y no sabía cómo tener las dos cosas.

Ella alzó una ceja. Lo había visto en las revistas y eso demostraba que no había evitado a la gente.

—Oh —dijo  él  con  una  risita—.  He  dado  un  buen  espectáculo,  pero  nunca  me  he  sentido  unido  a  nadie  después  de  Laura.  Nunca  he  querido.  Caro se  casó  y  formó  una  familia  y  yo  me  dediqué  a  viajar  por  el  mundo  velando  por  nuestros  intereses.  Pero levantar muros consume mucha energía. Tú lo sabes, Paula.

—Sí,  lo  sé.  Siempre  parecías  tan  seguro  de  tí  mismo.  Pedro...  Jamás  habría  sospechado que eras infeliz.

—Y  no  lo  era,  en  realidad  no.  Simplemente,  había  algo  que  me  faltaba.  Echaba  de menos raíces. Lo que parece estúpido considerando cómo te acabo de contar que mi familia me da un punto de apoyo.

—Hay mucha diferencia entre tener raíces y encontrar el lugar de uno mismo —lo  miró  a  los  ojos—.  Sé  que  jamás  tendré  lo  primero.  Jamás  conocí  a  mi  verdadero  padre  y  mi  infancia  fue  una  pesadilla,  pero...  pero  creo  que  me  he  hecho  un  lugar  por mí misma.

—Sé  que  lo  tienes.  Lo  sé  porque  he  podido  verlo  desde  el  principio.  Eres  de  aquí. Eres de aquí de una forma que yo nunca había visto —recorrió la casita con la mirada—. Puedo verte entre estas paredes. Has convertido esto en un hogar, uno que es sólo tuyo.

—Eso no significa que no esté sola.

—¿Estás sola, Pau?

—Sí, sí, lo estoy. Al menos, lo estaba y no lo sabía. Tú has cambiado eso.

—Jamás había esperado encontrarte, ¿Sabes? —le agarro una mano y le besó los dedos—. Y a pesar de haberlo hecho, aún no me lo creo. No confiaba en ello. Sentía algo  por  tí,  pero  lo  dejé  a  un  lado  para  que  no  fuera  real.  Me  decía  que  era  algo  temporal y que volvería a Italia y estaría bien. Y cuando me dijiste que me amabas...

—Te amo.

Pedro miró  al  suelo  y  permaneció  unos  segundos  en  silencio  hasta  que  alzó  la  mirada y dijo:

—Me derrotaste, Pau—se echó hacia delante y apoyó la frente en la de ella—. Tú, la única que tenía derecho a tener miedo... tú has sido la que me has enseñado. Eres  un  milagro,  Paula.  Y  me  muero  de  miedo  de  que  te  levantes  un  día  y  te  des  cuenta  de  que  no  soy  lo  bastante  bueno  para  tí  —no  podía  imaginarse  siendo  un  milagro para nadie. No después de todo lo que había pasado—. Estoy enamorado de tí y pensaba que sólo me necesitabas por tu padrastro.

—Oh, Pedro, ¿Cómo has podido pensar eso? Todo esto no tiene nada que ver con Fernando,  sino  contigo.  Tú  has  sido  la  primera  persona  capaz  de  verme  más  allá  de  lo  que  me  había  pasado.  La  primera  persona  que  me  ha  hecho  olvidar  y  me  ha  hecho  sentir que el pasado no importaba. La primera persona que me ha hecho sentir como la auténtica Paula. Jamás podrás decepcionarme.  Jamás.

Apoyó  los  codos  en  las  rodillas  y  le  tocó  los  muslos.  Paula pensó  en  que  al  principio no quería que la tocara y después se moría por que lo hiciera.

—Estoy  cansado  de  viajar.  Tengo  una  villa,  pero  no  estoy  apenas  en  ella.  Cuando era más joven era estimulante, no quería quedarme en un sitio. Pensaba que tenía la sartén de la vida por el mango, pero las cosas cambian. Yo he cambiado. He disfrutado  de  la  reforma  del  Cascade.  Pero  entonces,  mi  padre  me  llamó  la  mañana  después de que me hablaras de Fernando para enviarme a París.

—¿Por eso te comportaste como lo hiciste? —preguntó ella con una sonrisa.

—Era demasiado. Estaba sintiendo algo por ti de repente y eso me daba miedo. Quería  demostrarte  que  nada  de  eso  tenía  importancia  para  mí.  Y  por  otro  lado  estaba mi padre diciéndome que tenía que marcharme. He querido cambiar las cosas con él. Además, me debatía entre mis sentimientos hacia tí y los que tengo hacia mi familia —para  Paula todo  empezaba  a  tener  sentido—.  Estaba  seguro  de  que  marcharme era la mejor opción. No quería enamorarme. No quería ponerme en una posición en la que alguien pudiese hacerme daño.

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