—Tienes que ir a París.
—No, cara, no.
Le agarró las manos. Ella quería creerlo, aunque las palabras del día anterior aún sonaban en su cabeza. Estaba en su casa y parecía que por una razón importante. Tenía que creer que ella era importante.
—Sabes que mi madre abandonó a mi padre cuando yo era muy joven. Y aunque teníamos a nuestro padre, me sentí muy responsable de Caro. Y, algunas veces, de mi padre porque tenía la edad suficiente para darme cuenta de lo que sufría por mi madre. Una y otra vez lo veía pedir su amor y ella se negaba. Nunca fue bastante para ella.
—¿Crees que no decía de verdad lo que te dije ayer?
—No suelo hablar de mis sentimientos, Pau. Necesito ver las cosas, mostrarlas. Dije esas palabras una vez, recuerda que te hablé de Laura. Le entregué mi corazón. Y luego la encontré con otro. Sólo me quería porque era un Alfonso. Yo había confiado en ella. Así que, cuando empecé a sentir algo por tí, me dí todo tipo de excusas.
Paula se imaginó a un Pedro más joven, vibrante por estar enamorado y, después, decepcionado. Le acarició los dedos.
—Así que te dedicaste al trabajo.
—Jamás se ha cuestionado mi trabajo en Alfonso. Es mi herencia. Una herencia levantada por mis abuelos. Sentiría que los habría decepcionado si no hubiera seguido en la empresa. Quiero a Alfonso, es mi sangre.
—Pero...
—Pero he pasado demasiados años centrado sólo en mi trabajo, evitando a la gente. Y no sabía cómo tener las dos cosas.
Ella alzó una ceja. Lo había visto en las revistas y eso demostraba que no había evitado a la gente.
—Oh —dijo él con una risita—. He dado un buen espectáculo, pero nunca me he sentido unido a nadie después de Laura. Nunca he querido. Caro se casó y formó una familia y yo me dediqué a viajar por el mundo velando por nuestros intereses. Pero levantar muros consume mucha energía. Tú lo sabes, Paula.
—Sí, lo sé. Siempre parecías tan seguro de tí mismo. Pedro... Jamás habría sospechado que eras infeliz.
—Y no lo era, en realidad no. Simplemente, había algo que me faltaba. Echaba de menos raíces. Lo que parece estúpido considerando cómo te acabo de contar que mi familia me da un punto de apoyo.
—Hay mucha diferencia entre tener raíces y encontrar el lugar de uno mismo —lo miró a los ojos—. Sé que jamás tendré lo primero. Jamás conocí a mi verdadero padre y mi infancia fue una pesadilla, pero... pero creo que me he hecho un lugar por mí misma.
—Sé que lo tienes. Lo sé porque he podido verlo desde el principio. Eres de aquí. Eres de aquí de una forma que yo nunca había visto —recorrió la casita con la mirada—. Puedo verte entre estas paredes. Has convertido esto en un hogar, uno que es sólo tuyo.
—Eso no significa que no esté sola.
—¿Estás sola, Pau?
—Sí, sí, lo estoy. Al menos, lo estaba y no lo sabía. Tú has cambiado eso.
—Jamás había esperado encontrarte, ¿Sabes? —le agarro una mano y le besó los dedos—. Y a pesar de haberlo hecho, aún no me lo creo. No confiaba en ello. Sentía algo por tí, pero lo dejé a un lado para que no fuera real. Me decía que era algo temporal y que volvería a Italia y estaría bien. Y cuando me dijiste que me amabas...
—Te amo.
Pedro miró al suelo y permaneció unos segundos en silencio hasta que alzó la mirada y dijo:
—Me derrotaste, Pau—se echó hacia delante y apoyó la frente en la de ella—. Tú, la única que tenía derecho a tener miedo... tú has sido la que me has enseñado. Eres un milagro, Paula. Y me muero de miedo de que te levantes un día y te des cuenta de que no soy lo bastante bueno para tí —no podía imaginarse siendo un milagro para nadie. No después de todo lo que había pasado—. Estoy enamorado de tí y pensaba que sólo me necesitabas por tu padrastro.
—Oh, Pedro, ¿Cómo has podido pensar eso? Todo esto no tiene nada que ver con Fernando, sino contigo. Tú has sido la primera persona capaz de verme más allá de lo que me había pasado. La primera persona que me ha hecho olvidar y me ha hecho sentir que el pasado no importaba. La primera persona que me ha hecho sentir como la auténtica Paula. Jamás podrás decepcionarme. Jamás.
Apoyó los codos en las rodillas y le tocó los muslos. Paula pensó en que al principio no quería que la tocara y después se moría por que lo hiciera.
—Estoy cansado de viajar. Tengo una villa, pero no estoy apenas en ella. Cuando era más joven era estimulante, no quería quedarme en un sitio. Pensaba que tenía la sartén de la vida por el mango, pero las cosas cambian. Yo he cambiado. He disfrutado de la reforma del Cascade. Pero entonces, mi padre me llamó la mañana después de que me hablaras de Fernando para enviarme a París.
—¿Por eso te comportaste como lo hiciste? —preguntó ella con una sonrisa.
—Era demasiado. Estaba sintiendo algo por ti de repente y eso me daba miedo. Quería demostrarte que nada de eso tenía importancia para mí. Y por otro lado estaba mi padre diciéndome que tenía que marcharme. He querido cambiar las cosas con él. Además, me debatía entre mis sentimientos hacia tí y los que tengo hacia mi familia —para Paula todo empezaba a tener sentido—. Estaba seguro de que marcharme era la mejor opción. No quería enamorarme. No quería ponerme en una posición en la que alguien pudiese hacerme daño.
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