jueves, 12 de julio de 2018

Pasión Y Baile: Capítulo 10

Pedro se encogió de hombros.

—La vida puede dar muchas vueltas.

—Sí, lo sé —respondió ella.

—Siéntate, Paula. Cuéntame qué te hizo venir a trabajar aquí.

Paula tragó saliva y sacudió la cabeza.

—Preferiría no hablar de eso. Prefiero bailar la samba que están tocando.

Pedro se puso en pie y la condujo a la pista de baile. Tan pronto como llegaron ahí, él se volvió y ella comenzó a bailar. Los pasos de samba eran muy rápidos, pero él notuvo problemas en seguirla. Paula era una gran bailarina, su ágil cuerpo se movía al ritmo de la música al tiempoque le sostenía la mirada. La atrajo hacia sí mientras se movían y sintió el cuerpo de Paula rozando el suyo.  Ella le miró y Pedro se dió cuenta de que algo había cambiado entre los dos. Y en el momento en que la canción llegó a su fin, él la abrazó  y la besó.

El tiempo transcurrió sin sentir. Pasó la noche bailando con Pedro. Y por primera vez desde que tuvo que dejar el mundo del baile de competición, se sintió viva. Le preocupaba que fuera un hombre el motivo de ello. Además, sabía que lo queestaba ocurriendo aquella noche acabaría ahí. Imposible pasar con Pedro más de unanoche. Él se codeaba con gente que salía en las revistas del corazón. Y aunque se estaban mostrando muy amables con ella, sabía que al día siguiente ni siquiera la reconocerían.

—Me apetece beber algo —dijo Pedro, sacándola de la pista de baile—. Puede que tú estés acostumbrada a bailar tanto, pero yo no.

—No me ha parecido que te estuvieras esforzando —comentó Paula.

—No podía permitir que una chica me dejara fuera de juego.

—¿Una chica? A las mujeres no nos gusta que nos llamen chicas —le dijo ella.

—Perdona, no era mi intención ofenderte.

Pedro, con un brazo, tiró de ella hacia sí. Los dos estaban sudorosos y le gustó cómo olía él. Se pegó  a su cuerpo durante unos segundos, hasta que se dió cuenta de lo que estaba haciendo.

—Quédate como estás, me gusta sentirte cerca —dijo él, estrechándola contra sí.

—A mí también me gusta —respondió Paula con voz suave.

 Entonces, alzó la mirada y la clavó en los negros ojos de Pedro.

—Estupendo. Y ahora, ¿Qué tal un mojito?

—Prefiero agua —respondió ella.

Había bailado y bebido demasiado. Y Pedro también se le había subido a la cabeza.

—Primero, agua, después, mojitos. No me gusta beber solo.

—No creo que eso sea un problema para tí, siempre vas con alguien del brazo.

—No siempre —respondió Pedro.

Y mientras Pedro se alejaba de ella, Paula se dió cuenta de que ese hombre era algo más que un playboy. Cuando él regresó, la llevó a un lugar apartado, detrás del escenario, donde se encontraron los dos solos. Le dió el agua y ella bebió, contenta de hidratarse después de tanto baile.

—Me encanta la vista desde aquí —dijo Pedro, tirando de ella hacia la barandilla que recorría el perímetro de la terraza.

Paula paseó la vista por la Pequeña Habana y más allá, a la silueta de los edificios de Miami. Localizó las brillantes luces del hotel Four Seasons, el edificio más grande de Florida. Sí, era una vista impresionante.

—Sí, te comprendo —contestó ella—. Háblame del club y de cómo acabaste trabajando aquí.

Pedro arqueó una ceja, mirándola.

—Creía que todo el mundo lo sabía.

Paula sacudió la cabeza.

—No. Bueno, sé lo que dijeron los periódicos y oí rumores, pero quiero saber lo que pasó de verdad.

¿Por qué Pedro Alfonso dejó el béisbol para codirigir un club en el sur de Florida con sus hermanos, en vez de dedicarse al cine? Paula se bebió el resto del agua y dejó el vaso en una mesa de hierro. Pedro la agarró del brazo y la condujo a un banco junto a unos árboles.

—Te contaré mis secretos a cambio de que tú me cuentes los tuyos, ¿Te parece? — sugirió Pedro.

Ella asintió.

—Pero yo no soy tan interesante como tú. Sin embargo, te hablaré de mí si me traes un mojito.

—De acuerdo.

Tras una rápida expedición al bar, Pedro volvió y le dió un mojito. Después, se sentó en el banco, con ella, y le puso un brazo por la espalda, atrayéndola hacia sí. No le gustaba hablar del pasado. Solo lo hacía con amigos como T.J., porque lo que realmente les unía era el béisbol.

—Creo que me has preguntado por qué estoy aquí, ¿No? —dijo él.

—Sí, eso es. No creía que fueras a encontrarte a gusto en Miami. ¿Por qué no te quedaste en Nueva York… o te fuiste a Los Angeles?

Pedro se encogió de hombros. Lo cierto es que había sufrido una seria lesión y había necesitado el apoyo de sus hermanos.

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