Delfina siempre la había considerado una niña mimada y, en realidad, lo era. Desde los ocho años había mostrado talento para el baile y todos habían esperado grandes cosas de ella. Y a ella le había resultado todo muy fácil. No había esperado venirse abajo y tener que dejar el mundo del baile de competición a los veintiséis años. Y si quería seguir bailando, y eso era lo único que sabía hacer, tenía que conservar ese trabajo. Lo que significaba mantener las distancias con Pedro Alfonso.
—¿Te pasa algo? —le preguntó Sofía, reuniéndose con ella en el pasillo.
—Sí. Estoy tratando de recuperar la respiración antes de continuar.
—Pedro y tú…
—Sí, lo sé. Nos compenetramos bailando.
—¡Y de qué manera! Creo que deberías sacarle provecho —dijo Sofía.
—¿Cómo?
—Si yo fuera tú, haría que viniera todas las noches a bailar.
—Dudo que tenga tiempo para eso, es un hombre muy ocupado —respondió Paula— Bueno, ¿Lista?
—Sí. ¿Te vas a quedar a ver la actuación principal de esta noche?
—Es posible. ¿Y tú?
—Sí. He quedado aquí con mi novio.
—¿Qué tal te va con Pablo?
—Bien —respondió Sofía—. No es una relación de por vida, pero lo pasamos bien juntos.
Eso era lo que ella quería, algún hombre con el que pasarlo bien y que no le rompiera el corazón. Sin embargo, desgraciadamente, ese tipo de relaciones no eran para ella. Por eso era por lo que Pedro le preocupaba tanto. ¿Por qué no podía ser como Sofía, divertirse con él y nada más? ¿Por qué? Había empezado una nueva vida, ¿No? ¿Por qué no cambiar también de actitud respecto a los hombres? ¿Por qué no divertirse y dejarse de complicaciones?
—¿Cómo haces para no implicarte emocionalmente, para no enamorarte? —le preguntó a Sofía.
Sofía se encogió de hombros.
—Pablo no es el hombre de mi vida. Con él, lo único que quiero es divertirme,nada más. Y si le llamo y no está disponible, llamo a otro.
Paula no sabía si era capaz de semejante comportamiento, aunque quería serlo.
—Me encantaría ser como tú —dijo Paula.
—¿Cómo vas a ser como yo si no sales con nadie? Hace dieciocho meses que te conozco y ni siquiera te he visto tomarte un café con un hombre.
—Tienes razón, lo sé.
Sofía sonrió.
—¿Quieres venir con Pablo y conmigo esta noche?
Paula sacudió la cabeza, pero entonces se dió cuenta de que necesitaba hacer algo diferente.
—Está bien, iré con ustedes.
—Estupendo. Pablo siempre va con amigos y estoy segura de que, al menos, le gustarás a dos de ellos.
Paula tragó saliva.
—¿Y si no puedo…?
—Tranquila, no pasará nada. No hay ningún compromiso.
Volvieron a entrar en la sala de ensayos. Pedro estaba a un lado, hablando por teléfono, y ella se lo quedó mirando. Y fue cuando, de repente, se dió cuenta de que no quería divertirse con ninguno de los amigos de Pablo. Quería hacerlo con Pedro. Era por él por lo que se le había ocurrido cambiar de forma de comportarse con los hombres. Quería estar con él y no hacía falta ser un genio para darse cuenta de que Pedro no era la clase de hombre que buscaba una relación estable. Cambiaba de acompañantes constantemente y se hablaba de él en la prensa con frecuencia.
Paula sacudió la cabeza. A pesar suyo, sabía que, tarde o temprano, no iba a negarse a sí misma el placer de conocer a Pedro mejor. Porque él era la clase de hombre que le gustaba.
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