Dejó que todo el amor que sentía por él brillase en sus ojos.
—Sí, creo que sé por qué —se irguió y cruzó los brazos—. Entonces, quédate. Te amo, Pedro. Quédate conmigo y ámame también.
Nada que ella hubiera dicho podría haberlo afectado más. Su corazón latió de emoción antes de que la realidad lo golpeara. Y en algún rincón de su mente oyó voces de su pasado. Voces que pedían amor y a las que se les negaba. No era lo bastante tonto como para creer que Paula lo dijera de verdad. Y aunque la amara, que no era posible, no podría decírselo.
—Paula, no sé qué decir —sabía que sonaba frío y deseó que fuera distinto—. Sé lo que hablamos anoche y todo era cierto, pero amor... —su voz se desvaneció.
No podía decir las palabras que tenía en la cabeza: «No estoy preparado para el amor».
—Has pasado por algo terrible y creo que tienes que tomarte tu tiempo para analizarlo racionalmente. Verás que en realidad lo que sientes es gratitud.
—Te estoy agradecida —reconoció, aunque no le resultaba fácil—. Por enseñarme a sentir otra vez, Pedro. Por obligarme a salir de mi cascarón y volver al mundo.
—No necesito que me des las gracias.
—Me estás rechazando —dijo intentando disimular el dolor.
Pedro rodeó la mesa y le agarró una mano helada. Habría dado cualquier cosa por no romperle el corazón, pero no podía darle lo que quería. No sabía cómo. ¡Había luchado contra ello toda su vida! No podía cambiar lo que era en un instante sólo porque ella se lo pidiera. Ella lo debilitaba. Lo había conseguido sin siquiera proponérselo. Y porque lo sabía, se echaba toda la culpa a sí mismo por ser tan vulnerable. Y por haberle dado unas esperanzas que no podía cumplir.
—Sigo pensando lo que te dije anoche. Tenemos una conexión, pero los dos sabíamos que no sería para siempre. Siempre lo recordaremos como algo bueno.
No sabía cómo enfrentarse a sus lágrimas, pero para su sorpresa, ella soltó la mano y cuadró los hombros.
—Un buen recuerdo. Eso es todo —trató de sonreír pero se le notaba tanto el dolor que Pedro sintió un sabor amargo.
Tenía que terminar con esa situación antes de cometer una estupidez o hacerle aún más daño. No había elección. Lo esperaban en París. Había dado su palabra de que estaría allí y él nunca incumplía un compromiso con su padre, aunque deseara hacerlo. Tampoco podía romper su vínculo con el Cascade. Reformarlo había significado demasiado y aborrecía marcharse. Era más que un proyecto. Era su proyecto y el de Paula. Al menos, sabía que lo dejaba en buenas manos.
—Siento que pienses que había algo más. Estaremos en contacto por el hotel. Así que esto no es realmente un adiós.
—¿Eso es todo lo que tienes que decir? —lo miró buscando la verdad.
—Sí, es todo.
—Entonces esto es un adiós. Después de todo.
Él asintió. Quizá fuera mejor que se marchara enfadada. Quizá eso le hiciera más fácil seguir adelante.
—Sí, le prometí a mi padre que estaría en París lo antes posible. Me voy dentro de una hora.
—Adiós, Pedro—le tendió una mano—. Ha sido un placer trabajar contigo.
—Adiós, Paula—le estrechó la mano y notó su temblor.
Paula salió de la sala de reuniones y se dirigió a su coche. Una vez dentro finalmente se permitió llorar. Lo había arriesgado todo y había perdido.
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