martes, 3 de julio de 2018

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 45

Dejó que todo el amor que sentía por él brillase en sus ojos.

—Sí, creo que sé por qué —se irguió y cruzó los brazos—. Entonces, quédate. Te amo, Pedro. Quédate conmigo y ámame también.

Nada  que  ella  hubiera  dicho  podría  haberlo  afectado  más.  Su  corazón  latió  de  emoción  antes  de  que  la  realidad  lo  golpeara.  Y  en  algún  rincón  de  su  mente  oyó  voces  de  su  pasado.  Voces  que  pedían  amor  y  a  las  que  se  les  negaba.  No  era  lo  bastante tonto como para creer que Paula lo dijera de verdad. Y aunque la amara, que no era posible, no podría decírselo.

—Paula, no sé qué decir —sabía que sonaba frío y deseó que fuera distinto—. Sé lo que hablamos anoche y todo era cierto, pero amor... —su voz se desvaneció.

No podía decir las palabras que tenía en la cabeza: «No estoy preparado para el amor».

—Has  pasado  por  algo  terrible  y  creo  que  tienes  que  tomarte  tu  tiempo  para  analizarlo racionalmente. Verás que en realidad lo que sientes es gratitud.

—Te   estoy  agradecida   —reconoció,   aunque   no   le   resultaba   fácil—.   Por   enseñarme  a  sentir  otra  vez,  Pedro.  Por  obligarme  a  salir  de  mi  cascarón  y  volver  al  mundo.

—No necesito que me des las gracias.

—Me estás rechazando —dijo intentando disimular el dolor.

Pedro rodeó  la  mesa  y  le  agarró  una  mano  helada.  Habría  dado  cualquier  cosa  por  no  romperle  el  corazón,  pero  no  podía  darle  lo  que  quería.  No  sabía  cómo.  ¡Había luchado contra ello toda su vida! No podía cambiar lo que era en un instante sólo porque ella se lo pidiera. Ella  lo  debilitaba.  Lo  había  conseguido  sin  siquiera  proponérselo.  Y  porque  lo  sabía, se echaba toda la culpa a sí mismo por ser tan vulnerable. Y por haberle dado unas esperanzas que no podía cumplir.

—Sigo  pensando  lo  que  te  dije  anoche.  Tenemos  una  conexión,  pero  los  dos  sabíamos que no sería para siempre. Siempre lo recordaremos como algo bueno.

No  sabía  cómo  enfrentarse  a  sus  lágrimas,  pero  para  su  sorpresa,  ella  soltó  la  mano y cuadró los hombros.

—Un  buen  recuerdo.  Eso  es  todo  —trató  de  sonreír  pero  se  le  notaba  tanto  el  dolor que Pedro sintió un sabor amargo.

Tenía que terminar con esa situación antes de cometer una estupidez o hacerle aún  más  daño.  No  había  elección.  Lo  esperaban  en  París. Había  dado  su  palabra  de  que  estaría  allí  y  él  nunca  incumplía  un  compromiso  con  su  padre,  aunque  deseara  hacerlo. Tampoco podía romper  su  vínculo con el   Cascade. Reformarlo había significado  demasiado  y  aborrecía  marcharse.  Era  más  que  un  proyecto.  Era  su  proyecto y el de Paula. Al menos, sabía que lo dejaba en buenas manos.

—Siento  que  pienses  que  había  algo  más.  Estaremos  en  contacto  por  el  hotel.  Así que esto no es realmente un adiós.

—¿Eso es todo lo que tienes que decir? —lo miró buscando la verdad.

—Sí, es todo.

—Entonces esto es un adiós. Después de todo.

Él  asintió.  Quizá  fuera  mejor  que  se  marchara  enfadada.  Quizá  eso  le  hiciera  más fácil seguir adelante.

—Sí, le prometí a mi padre que estaría en París lo antes posible. Me voy dentro de una hora.

—Adiós, Pedro—le tendió una mano—. Ha sido un placer trabajar contigo.

—Adiós, Paula—le estrechó la mano y notó su temblor.

Paula salió  de  la  sala  de  reuniones  y  se  dirigió  a  su  coche.  Una  vez  dentro  finalmente se permitió llorar. Lo había arriesgado todo y había perdido.

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