Paula no podía creer que alguna vez hubiera tenido ese poder. Pero allí estaba él, agarrándole las manos, diciéndole cómo se sentía.
—Nunca antes he estado enamorada —reconoció ella—, pero si no te lo decía sabía que me arrepentiría el resto de mi vida. Y tenía que pedirte que tú también me quisieras.
—Quiero besarte ahora mismo —dijo él con voz ronca—, pero tengo que decirte lo demás antes.
—Entonces, date prisa.
—He hablado con mi padre. Sobre Alfonso, sobré mi descontento, sobre tí. Y hemos hablado de mi madre.
—¿Sí?
—Las heridas de la infancia tardan mucho en cicatrizar, ¿No crees? Él la perdonó hace mucho, pero yo no. Siempre he llevado esta amargura conmigo. Me hacía estar harto. Necesitaba dar un paso adelante. Si tú has podido superar lo de Fernando, seguro que yo puedo perdonar a mi madre.
—Tú no eres el único, Pedro. También he pensado mucho en mi madre últimamente. ¿Cómo puedo juzgarla por las decisiones que tomó aterrorizada cuando yo he hecho lo mismo durante años? Voy a tratar de encontrarla. Seguro que el policía que me mandó la carta me ayudara.
—Cuando todo lo que había que decir estaba dicho —siguió Pedro tras un largo silencio—, dimití de todos mis cargos y ocupé otro. Como vicepresidente, estoy a cargo de todos los establecimientos de Norteamérica. Controlaré todo este lado del Atlántico desde una oficina.
—Qué maravilloso, Pedro. ¡Menudo trabajo! —dijo sonriendo.
—Dio, eres dura —dijo él con un suspiro—. ¿Serías feliz en otro sitio, Pau? ¿Podrías dejar esto?
¿Podría hacerlo por Pedro? Miró su casita, el hogar que había levantado de la nada. ¿Podría dejarla? Si era por él, creía que sí.
—Sí.
—Pero no te gustaría hacerlo. Quieres este lugar.
—Por supuesto, pero... No estoy segura de lo que me estás pidiendo. O de lo que ha sucedido.
—Mis prioridades han cambiado, eso es lo que ha pasado. ¿No lo ves, Paula? Ahora todo encaja. El Cascade que hemos construido juntos, el nuevo trabajo y tú. Te amo. Tú me das las raíces. No quiero estar en otro sitio. Sólo contigo. Tú eres lo primero, lo demás va detrás.
Paula se quedó sin palabras. Jamás habría esperado algo así.
—Te amo, Paula—volvió a decir él.
—Jamás nadie me ha puesto en primer lugar.
—Entonces ya era hora, ¿No crees? —sonrió con ternura—. Eres mi centro. Nada más tiene sentido. Vivir sin tí me da más miedo que arriesgar mi corazón. El trabajo es mío. Donde viva depende de tu respuesta. Podría aceptarlo, si tú me respondes a una pregunta —Pedro se metió una mano en el bolsillo y después se arrodilló—. Cásate conmigo. Cásate conmigo en el salón que hemos reconstruido juntos, bajo la araña que encontramos en el ático. Comparte tu vida conmigo. Formemos juntos un hogar. Por favor, dí que sí —sacó un anillo.
No había duda de que era antiguo. Miró la brillante esmeralda en la montura de platino y los diamantes a los lados.
—Era el anillo de mi abuela. Decía que la esmeralda es símbolo de amor y esperanza —ella lo miró con los ojos llenos de lágrimas—. ¿No lo ves, Pau? Eso es lo que tú eres para mí. Amor y esperanza.
—Oh, Pedro—susurró—. Te amo tanto... Jamás había creído en los finales felices. A mi madre nunca le llegaron. Quizá por eso acepté que te fueras como lo hice. No me lo creía. Pero ahora tengo una oportunidad, para creer, para tener fe. Y sería tonta si no la aprovechara.
—¿Eso es un sí?
—Sí, sí, ¡Sí!
Le agarró la mano y la puso en pie. La abrazó y la besó en los labios.
—Paula. Es un acierto que quien lleve este anillo tenga ese nombre. ¡Oh, Pau, qué futuro tenemos por delante!
Paula le acarició la mejilla. Estaba a salvo con él, en cuerpo y alma.
—Empezando por hoy.
—Empezando por hoy —confirmó él y volvió a besarla.
FIN
No hay comentarios:
Publicar un comentario