La luz de la mañana se filtró por la persiana. Normalmente, no le gustaba que las mujeres se quedaran hasta bien entrada la mañana en su casa, pero con Paula era diferente, no tenía prisa de que se fuera. Ella estaba acurrucada junto a él, con la cabeza sobre su hombro y rodeándole la cintura con un brazo.
La respiración de ella le acariciaba el pecho y sintió una extraña satisfacción.¿Qué iba a hacer con Paula?Debería hacer que se levantara; sin embargo, quería abrazarla y quedarse así con ella hasta que despertara. Después, le gustaría volver a hacer el amor y pasar el día entero con ella. Mientras la miraba, se preguntó qué la hacía diferente. En parte, se debía al hecho de que Paula no formaba parte de su círculo de amistades y no parecía necesitar sus contactos. Era la primera mujer que conocía que no necesitaba nada de él.
—¿Por qué me estás mirando? —le preguntó ella volviéndose para tumbarse boca arriba.
—Eres increíblemente bonita —contestó Pedro.
Cuanto más tiempo pasaba con ella, más bonita le parecía.
—Soy una auténtica Mona Lisa —dijo ella.
—Eres una mujer muy interesante, Paula—comentó Pedro, inclinándose para darle un beso—. Podría pasarme el día entero mirándote.
—No sé si…
—No lo pienses —dijo él, sellándole los labios con un dedo—. Pasemos el día juntos.
—¿Haciendo qué? —preguntó Paula—. Entro a trabajar a las cinco.
—Y yo —dijo Pedro.
Pedro se volvió y agarró el teléfono móvil, que estaba encima de la mesilla de noche. Entonces, miró en Internet el informe meteorológico y vió que era un día perfecto para navegar.
—¿Quieres salir a dar una vuelta en yate?
Paula se echó a reír.
—¿Se lo dices a todas las mujeres con las que sales?
—Sí.
—Me encantaría, pero no tengo la ropa adecuada para navegar —comentó Paula.
—En el vestíbulo de este edificio hay una boutique. ¿Cuál es tu talla?
—La seis.
—Llamaré por teléfono para que te suban algo de ropa.
—No, no es necesario. Iré a casa, me daré una ducha y me cambiaré. Podemos reunimos luego en el embarcadero.
Pedro sacudió la cabeza.
—No. Quiero pasar el día entero contigo.
—¿Y siempre consigues lo que quieres? —preguntó Paula.
—Si —mintió Pedro.
—¿Por qué tengo que quedarme? —preguntó ella.
—Porque te he pedido que lo hagas. Quiero conocerte mejor —replicó Pedro.
—En ese caso, no puedo oponerme.
—Me alegra oírtelo decir. La mujer que viene a limpiar está a punto de llegar. ¿Qué te apetece desayunar?
—Suelo tomar desayunos ligeros.
—¿Qué te parece un croissant y fruta? —sugirió Pedro.
—Bien.
—Estupendo. Y ahora, si quieres, ve a ducharte mientras yo me encargo de organizar el día. Puedes ponerte mi albornoz mientras esperamos a que te traigan la ropa.
—Gracias.
Pedro la besó y ella fue al cuarto de baño.Tan pronto como se quedó solo, él comenzó los preparativos para ese día. Se mantuvo ocupado con el fin de no pensar en hacer el amor con Paula otra vez. Se sentía más unido a ella, algo peligroso. Se puso unos pantalones deportivos y una camiseta, y se dirigió a la zona de estar de la casa. El sol iluminaba la bahía Vizcaína y se reflejaba en la superficie de la piscinade la terraza.
—Buenos días, señor —dijo la señora Gushing al entrar en el cuarto de estar.
—Buenos días, señora Gushing. Tengo una invitada y nos gustaría desayunar algo ligero: fruta, croissants, café y zumo. ¿Dentro de media hora, en la terraza?
—Muy bien, señor.
—Ah, y estoy esperando que me envíen unos paquetes los de la boutique de abajo.¿Le importaría asegurarse de que estén aquí antes del desayuno?
—Muy bien. ¿Algo más, señor?
—Una vez que hayamos desayunado, no voy a necesitarla, así que espero que disfrute de tener el resto del sábado libre.
—Gracias —dijo ella.
—De nada —repuso Pedro.
Mientras Pedro se duchaba, Paula se sentó en la terraza, al lado de la piscina con vistas a la bahía Vizcaína. La vista de aquel ático era espectacular, pero no tanto como Pedro Alfonso. El día anterior había recibido un duro golpe: la Federación Internacional de Baile de Salón había rechazado su recurso. No volvería a participar en el baile de competición. Sin embargo, haber ido a esa casa y haber pasado la noche con Pedro… ¿Por qué lo había hecho?
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