En la cubierta del barco, la brisa del mar le revolvió el cabello. Llevaba unas gafas de sol color cereza que combinaban muy bien con el vestido que él le había comprado,un vestido azul marino con escote de pico. También le había regalado un jersey fino, yaque la brisa era fresca. Paula estaba sentada en la popa y él la observaba desde la cabina de mandos.Normalmente, un equipo se encargaba de dirigir el barco, pero ese día quería estar a solas con ella, sin nadie. Sabía que era el único día que podrían pasar juntos, solos, en un tiempo. Tenía una agenda muy apretada y, para el club, era importante que él saliera constantemente en las revistas. Desgraciadamente, Paula no era famosa y, por lo tanto, la prensa del corazón noestaba interesada en ella. Pero ese día les pertenecía a los dos y lo iba a disfrutar al máximo.
—Esto es maravilloso. Es la primera vez que voy en un yate.
—¿Te gusta el mar? —preguntó él.
—Sí, mucho. Gracias, Pedro.
Pedro se acercó a ella y se sentó a su lado.
—De nada.
—¿Por qué me has traído aquí? —le preguntó Paula.
—Quería estar a solas contigo, lejos del club y de la cotidianidad de nuestras vidas.
Paula asintió y él se preguntó qué estaría pensando. No podía verle los ojos, ocultos tras los oscuros cristales de las gafas. Y cuando ella callaba, le daba la impresión de que se había refugiado en algún lugar al que él no tenía acceso.
—He visto una foto tuya en este yate… aquí sentado. Creo que era en la revistaYachting Magazine.
Pedro asintió.
—Sí, con la condesa De Moreny. Ella quería comprar uno de estos barcos y le dejé que probara el mío.
—Parecías tener una relación… muy íntima —comentó Paula.
—Así es. Me gusta Mariana. ¿Tiene eso algo de malo?
Paula se encogió de hombros.
—No, nada. Solo que no debo olvidar que estás acostumbrado a salir con muchas mujeres y que yo no soy nadie de quien te vas a enamorar. Por favor, no permitas que lo olvide.
Pedro sabía que Jen no estaba acostumbrada al mundo en el que él se movía, y sabía que eso era, en parte, el motivo por el que le resultaba tan atractiva. Pero no quería tener que recordarle nada. Quería ser importante para ella. Quería que pensara en él todo el tiempo y que, cuando estuvieran separados,hiciera lo posible por volver con él. Y también sabía que eso no era justo.
—No estoy jugando contigo, Paula—dijo Pedro por fin.
—Eso no se me ha pasado por la cabeza. Para mí, esto que estoy haciendo contigo es algo extraordinario; sin embargo, para tí es algo normal, algo que haces casi a diario. Tú te acuestas con una mujer diferente cada noche y, para tí, es una diversión.Yo no debo olvidar que, fundamentalmente, somos muy distintos —Paula se subió lasgafas y se las sujetó en la cabeza.
Pedro vió miedo en su mirada y se dió cuenta de que Paula le había hablado con toda honestidad. Quería evitar sufrir y él no quería hacerla sufrir.
—No haré nada que te pueda hacer daño —declaró Pedro.
—Intencionadamente, sé que no —contestó Paula al tiempo que se ponía en pie—.Bueno, enséñame tu lujoso yate. Quiero impresionar a mi sobrino mañana.
Pedro le permitió cambiar de conversación porque nada que él pudiera decir cambiaría lo que ella pensaba. Se limitaría a hacer lo que fuera necesario para hacerle ver lo importante que era para él.
—¿Le gusta a Joaquín el mar?
—Le vuelve loco. Le encanta la pesca de alta mar; y, para tener solo siete años, nose le da nada mal. Delfina y yo le llevamos de viajes de pesca al menos una vez al mes—contestó ella.
—¿Qué ha pescado?
—La última vez que le llevamos, pescó un atún de cuatro kilos. El capitán tuvo que ayudarle a meterlo en el barco. ¿Quieres ver la foto?
—Sí, claro.
Paula se sacó el móvil y, después de apretar unas teclas, le enseñó la pantalla, en la que salía un niño al lado de un atún casi más alto que él. El niño tenía oscuros cabellos y los mismos ojos que ella.
—Se le ve muy orgulloso de sí mismo —comentó él.
—Lo estaba. Delfina lo llevó a disecar y a enmarcar y ahora cuelga de una pared en la habitación de Joaquín. Pero no creo que tenga una foto de la habitación de mi sobrino.
Pedro le echó un brazo por el hombro y le agarró el móvil.
—¿Qué te parece si nos sacamos una foto para que se la enseñes a tu sobrino?
—Estaría bien —respondió ella.
Pedro le rodeó la cintura con un brazo, ella descansó la cabeza en su hombro, él alargó la mano con el móvil y disparó.Vieron la foto después de sacarla y decidieron que había salido muy bien.Mirándole fijamente, Paula dijo:
—Este tipo de cosas hacen que quisiera que fueras otro hombre.
Pedro no supo qué responder. Sabía lo que Paula quería, un compromiso; o, al menos,la promesa de ir en esa dirección. Pero era algo que no podía hacer. Se había prometido a sí mismo que nunca se casaría, que no sentaría la cabeza porque su padre había dicho que los hombres Alfonso no estaban hechos para el matrimonio. Y después del fracaso de su noviazgo, estaba convencido de que su padre había tenido razón. Por eso, se mantenía apartado de mujeres como Paula, mujeres que hacían algo más que divertirle y pasar el rato.
—¿Por qué no sacas fotos del interior del yate para enseñárselas a Joaquín mientras yo me encargo de echar un vistazo al radar y de cambiar el rumbo para volver?
Paula no dijo nada, solo se dió media vuelta y se alejó. Y él sabía que eso era lo mejor para los dos. Sabía que debían distanciarse y seguir sus caminos por separado.
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