El ritmo de la Pequeña Habana latía en las venas de Paula Chaves cuando estacionó elcoche en una de las calles adyacentes a la Calle Ocho y se dirigió a Luna Azul, contentade que los hermanos Stern la hubieran contratado como profesora de salsa en su clubnocturno. El club era poco común. Los hermanos Alfonso habían provocado un escándalo alcomprar la vieja fábrica de cigarros puros, en el corazón de la Pequeña Habana, y transformarla en uno de los mejores clubs de Miami. Y algunos miembros de lacomunidad cubano americana aún no se lo habían perdonado.
Con un bolso grande colgado del hombro, cruzó la impresionante entrada de LunaAzul. Y se detuvo un momento, como siempre hacía, para admirar la araña del techo de Dale Chihuly: el tema era un cielo nocturno con una enorme luna azul. El tema seextendía al logotipo del club y a los colores de los Uniformes de los empleados. Estaba contenta de trabajar ahí. Y más contenta aún de tener la oportunidad debailar otra vez. Tres años antes, una mala decisión que tomó, basada en el corazón envez de en la razón, era la causa de que le hubieran prohibido participar en baile decompetición. Pero ahora, ahí estaba, dando clases de su baile preferido, dando clases de salsa. La salsa era un baile procedente del Caribe y, aunque ella era cien por cienamericana, sentía ese baile dentro de sí, como si estuviera hecho a su medida. Mientras se adentraba en el club, vió que estaban preparando el escenario principal para la actuación, aquella noche, de XSU, el grupo inglés de rock que habíatenido un rotundo éxito en Estados Unidos el año anterior. Su hermana y la mejor amiga de ésta le habían rogado que les consiguiera entradas para el concierto, y ella se las había conseguido.
El club estaba dividido en varias zonas. En el piso bajo, delante del escenario, había una enorme pista de baile rodeada de mesas altas con taburetes y también mesas retiradas en pequeños y oscuros espacios reservados. En el piso superior, donde ellapasaba la mayor parte del tiempo, había una sala de ensayos con un pequeño bar y un entresuelo con vistas al piso bajo. Pero las auténticas joyas de este piso eran la galería,a la izquierda, y el escenario, al fondo. Era ahí donde, cada noche, Luna Azul llevaba a cabo las famosas fiestas de los viernes por la noche de la Calle Ocho. En el club, todas las noches eran una fiesta de música y baile latinoamericanos en la que participaban los artistas más importantes de ese tipo de música. Y ahí estaba ella, formando parte de aquello. Cuando Paula entró en la sala de ensayos, su ayudante la saludó.
—Llegas tarde.
—No, Sofía, llego justo a mi hora.
Sofía arqueó una ceja. Aunque agradable y simpática, tenía obsesión con la puntualidad.
—A propósito, he traído un nuevo CD —añadió Paula.
—¿Qué CD?
—Una recopilación de mi música preferida, viejos clásicos de la salsa. Quiero que laclase de esta noche sea diferente.
—¿Por qué? ¿Qué tiene esta noche de especial? —preguntó Sofía.
—T.J. Martínez se ha apuntado.
—¿El jugador de béisbol de los Yankees?
—Sí. Y como es amigo de Pedro Alfonso, he pensado que debíamos hacer un esfuerzo especial —había que tener contentos a los dueños del club y a sus amigos.
—Quizá deberías haber llegado un poco antes.
—Sofi, para. Aún faltan treinta minutos para que la clase empiece.
—Lo sé, perdona. Es que hoy estoy un poco tonta.
—¿Por qué?
—Van a enviar a Diego a Afganistán otra vez.
—¿Cuándo? —preguntó Paula.
Diego era el hermano de Sofía y los dos estaban muy unidos. Sofía solía decir que Diego era la única persona que tenía en el mundo.
—Dentro de tres semanas. Yo…
Paula se acercó a su amiga y la abrazó.
—Ya verás como no le pasa nada. Diego sabe cuidar de sí mismo. Y mientras está fuera, sabes que puedes contar conmigo.
Sofía le devolvió el abrazo.
—Tienes razón. Bueno, venga, dime qué canciones vas a poner esta noche.
Paula sabía que Sofía necesitaba sumergirse en la música aquella noche con el fin de olvidar sus problemas durante un tiempo. Admiraba su valor. Debía ser muy duro tener un hermano soldado.
La música reverberó en la sala mientras Sofía y ella comenzaron su rutina. Sofía no bailaba mal, aunque no lo suficientemente bien como para formar parte del mundodel baile de competición. Pero, para el Luna Azul, era más que suficiente.
—Me gusta —dijo Sofía.
—Estupendo. Y ahora, quiero que des un golpe de cadera más pronunciado en elsexto cambio de ritmo, así… —Paula hizo una demostración.
—Muy bien, señorita Chaves.
Paula se tambaleó y, al volver la mirada, vió a Pedro Alfonso en la puerta.Era alto, alrededor de un metro ochenta y tres, de pelo rubio muy corto. El bronceado natural de su piel era la envidia de todo el mundo y cualquier ropa que sepusiera le sentaba bien. Era de mandíbula fuerte y tenía una pequeña cicatriz en labarbilla, resultado de un accidente de pequeño jugando al béisbol. ¿Por qué sabía ella tantas cosas de él? Sacudió la cabeza. Uno de los motivos porlos que había solicitado aquel trabajo era que Pedro le gustaba desde que, siendo fan de los Yankees, le había visto jugar.
—Gracias, señor Alfonso—respondió ella.
—Paula, me gustaría hablar un momento con usted.
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