jueves, 12 de julio de 2018

Pasión y Baile: Capítulo 12

El sol comenzaba a asomar por el horizonte cuando llegaron al ático de Pedro en el centro de la ciudad. No recordaba haber disfrutado tanto de una velada y sabía que lo debía a estar con Paula. Ella estaba en el vestíbulo, parecía tener sueño, pero se la veía contenta. En su opinión, la noche estaba siendo todo un éxito. La rodeó con los brazos. La deseaba. Y cada segundo que pasaba la deseaba más.

—Me gusta esto —dijo Paula caminando.

Paula se detuvo delante del ventanal del cuarto de estar, cuya altura iba del suelo al techo.

—Esta vista…

—Es increíble, ¿Verdad? —le interrumpió él, colocándose a espaldas de Paula  al tiempo que le rodeaba la cintura con los brazos y se pegaba su espalda al pecho.

—Lo he pasado muy bien esta noche —confesó Paula—. No imaginaba que fuera a disfrutar tanto.

—¿Por qué no?

—No había tenido un buen día —repuso ella.

—¿No? —Pedro la condujo a la moderna cocina. Allí, la acercó a uno de los taburetes delante del mostrador.

—La noche sí ha estado bien. Pero el comienzo del día… En fin, estoy demasiado cansada para explicarme bien. Digamos que tú has hecho que mejorase un día que había empezado bastante mal.

—Me alegro. Dime, ¿Por qué había empezado mal?

—He recibido una noticia que pensaba que iba a ser otra cosa.

—¿Qué noticia? —preguntó Pedro mientras sacaba de la nevera los ingredientes para hacer tortillas.

—Hace unas horas me preguntaste sobre los secretos de mi vida, ¿Lo recuerdas? — preguntó ella.

—Sí, lo recuerdo. ¿Tiene esa noticia algo que ver con tus secretos? —preguntó Pedro.

No se le había ocurrido pensar que Paula pudiera guardar serios secretos. Era bailarina y coreógrafa. ¿Qué secretos podía tener?

—Sí, así es. No sé qué es lo que sabes de mí —dijo ella, mirando en su dirección.

—No mucho. ¿Eres bailarina profesional?

—Exacto. Mi vida siempre se ha centrado en el baile. Pero hace unos años, cometí un grave error y, desde entonces, no he podido participar en el mundo del baile de competición —declaró ella.

—¿Qué error?

—Uno que tenía que ver con un hombre —confesó Paula, mirándole con ojos cansados.

—Tiene gracia, Paula, pero yo también cambié de profesión por una mujer.

—¿En serio?

—Sí. Cuando sufrí la lesión, estaba prometido y, mientras me recuperaba, ella decidió irse con otro jugador.

—Lo siento.

—Yo no lo siento. Evidentemente, no habríamos sido felices juntos. Me enseñó una gran lección, una lección que no he olvidado —dijo él.

—¿Qué lección? —preguntó Paula.

—Que no estoy hecho para el matrimonio.

—¿Por qué me dices esto? —preguntó Paula.

—Te lo digo para que no creas que eres la única que ha cometido equivocaciones a causa del amor. ¿Qué te pasó a tí?

—Me prohibieron participar en las competiciones de baile latinoamericano.Presenté un recurso y, después de un largo periodo de revisión, me lo han denegado. Se mantiene el veredicto original —Paula bajó los hombros—. Jamás volveré a competir.

—No pasa nada. Harás otras cosas —dijo él—. En el club, todas y cada una de las noches compartes tu amor por la música latinoamericana con gente nueva. Eso es importante, ¿No?

Paula sacudió la cabeza.

—No es lo mismo.

—No, no lo es. Pero así es la vida.

—Sí, así es la vida. Pero me cuesta acostumbrarme a vivir fuera del mundo del baile de competición.

—¿Hace cuánto que tuviste que dejarlo? —preguntó Pedro.

Creía que Paula llevaba trabajando en el Luna Azul un año por lo menos.

—Tres años. Presenté el recurso tan pronto como se pronunció la sentencia. No quiero parecer arrogante, pero casi siempre me salgo con la mía. Esperaba que ocurriera lo mismo con esto.

—Mi padre solía decir que, cuando ocurre algo, siempre ocurre por algún motivo — dijo Pedro, oyendo en silencio la voz de su padre—. Puede que no lo comprendamos,pero eso da igual.

Paula ladeó la cabeza y se lo quedó mirando.

—¿En serio lo crees?

—Sí, completamente en serio. Voy a contarte una cosa que no le cuento a casi nadie —dijo Pedro inclinándose, sus rostros apenas tocándose.

—¿Qué?

—Nunca me habría sentido tan satisfecho jugando al béisbol que como me siento con la vida que llevo ahora.

—¿De verdad? —Paula parecía escéptica.

—Lo digo completamente en serio. Veo a mis hermanos a diario, me pagan por divertir a mis amigos y me ocupo de que la gente lo pase bien. ¿Existe un trabajo mejor?

Paula asintió.

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