—Sofía, ¿Podrías dejamos solos?
—No es necesario que Sofía se vaya —dijo Pedro—. Por favor, venga conmigoa la galería.
Paula respiró hondo. No le gustaba recibir órdenes ni someterse a la voluntad de nadie.
—Continúa ensayando —le dijo a Sofía.
Sofía asintió, y Pedro y ella se dirigieron a la galería. Estaba nerviosa. Si quería seguir bailando, ese trabajo era todo lo que tenía. Si la despedían, iba a tener que dejarde bailar y aceptar el trabajo de secretaria en el despacho de abogados que su hermana, Delfina, le había ofrecido. Y no quería eso.
—¿Algún problema?
—No, todo lo contrario. Todo el mundo habla muy bien de usted y quería ver cómo son las clases.
—¿Va a asistir a la clase de esta noche? —preguntó Paula.
—Sí, así es.
—Ah, estupendo —respondió Paula con una falsa sonrisa—. Tengo entendido que uno de sus antiguos compañeros de equipo se ha apuntado a nuestra clase.
—Sí, Martínez. Yo quería venir para ver qué tal se maneja enseñando a bailar a alguien famoso.
Paula alzó los ojos hacia el techo. ¿Acaso ese hombre creía que iba a tratar a T.J.Martínez de forma diferente a como trataba al resto de sus alumnos?
—¿Cree que no voy a saber comportarme con una persona famosa?
—No tengo ni idea —contestó él—. Por eso es por lo que he decidido asistir a la clase.
Aunque estaba furiosa, Paula mantuvo la calma.
—Soy una profesional, señor Alfonso. Por eso es por lo que me contrató su hermano.No es necesario que asista a una de mis clases de salsa, le aseguro que sé hacer mi trabajo.
—¿Acaso le he ofendido? —preguntó Pedro ladeando la cabeza.
—Sí, lo ha hecho.
Él le dedicó una rápida sonrisa, que le cambió la arrogante expresión que tenía por una encantadora.
—Lo siento, no era esa mi intención. La asistencia de gente famosa a este club es lo que nos hace estar por encima del resto de los clubs de Miami, y quiero que siga siendo así.
Paula asintió.
—Lo comprendo. Y le aseguro que la clase de esta noche no va a dañar la reputación de Luna Azul. Y estaré encantada de tenerle en mi clase esta noche.
—¿En serio?
—Sí —Paula giró sobre sus talones y comenzó a caminar en dirección a la sala de ensayos—. Porque, después de esta noche, va a tener que pedirme disculpas por haber puesto en duda mi profesionalidad.
La risa de él resonó en el vestíbulo.
Pedro la observó mientras se alejaba, y se arrepintió de no haber ido allí antes. Paula Chaves era graciosa, tenía agallas y era bonita. Tenía piernas largas y cuerpo esbelto.Era una buena bailarina y se le notaba hasta en la forma de andar. Permaneció en el patio, contemplando el cielo del atardecer. Era febrero y hacía fresco. De la cocina del patio salía el olor a comida cubana. Había hecho lo que tenía que hacer para mantener la imagen del club. Al fin y alcabo, él estaba al frente de Luna Azul; aunque tenía gracia ser el propietario, junto consus hermanos, del club más famoso de la Pequeña Habana y no serhispanoamericanos.
Pedro era el menor de tres hermanos, Federico era el del medio y Nicolás el mayor. La idea de transformar la antigua fábrica de cigarros puros en un club nocturno había sido de Nicolás. Federico era el experto en finanzas y quien, desde el principio, sabía que ganarían dinero invirtiendo su fondo fiduciario en el club.
En ese tiempo, Pedro, inmerso en el mundo del béisbol, se había limitado a firmar, y así había dado por zanjado el asunto. Pero cuando dos años más tarde una lesión en el hombro le obligó a dejar el béisbol, se alegró enormemente de que Nicolás y Federico hubieran comprado la fábrica y hubiesen abierto un club. Enseguida descubrió que él también tenía algo que aportar al negocio: una largalista de contactos entre los famosos. Por mucho que le gustara el béisbol, era un Alfonso de pies a cabeza y, por lo tanto,muy sociable. Algo que los reporteros notaron en el momento en que llegó a NuevaYork para jugar con los Yankees. Y él se había encargado de que hubiera continuadosiendo así. Utilizaba su fama para darle publicidad al club. Y aunque hacía ya más de seis añosque había dejado el béisbol, seguía siendo uno de los diez jugadores más famosos delequipo.
—¿Qué haces aquí arriba? —le preguntó Federico al salir de la zona de cocina.
Federico era cinco centímetros más alto que él y tenía el cabello castaño oscuro. Losdos tenían los mismos ojos que su madre y la fuerte mandíbula de su padre, un rasgocaracterístico de los varones Alfonso.
—Acabo de hablar con la profesora de salsa. T.J. va a venir a la clase de baile esta noche y quería estar seguro de que la profesora iba a saber comportarse.
—Le ha debido encantar.
—¿La conoces? —preguntó Pedro, sintiendo una leve punzada de celos por la familiaridad con que su hermano hablaba de Paula.
—No mucho. Pero la entrevisté para el trabajo y tiene mucha confianza en sí misma. No le gusta que pongan en duda su profesionalidad.
—¿A quién le gusta eso? —preguntó Pedro.
—A mí no, desde luego. Mañana tengo una reunión con las fuerzas vivas de la comunidad. Quieren que se tenga en cuenta su opinión respecto a la fiesta para celebrar el décimo aniversario del club.
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