No había habido oportunidad de hablar en privado. Con Pedro a punto de marcharse, la mañana había estado completamente llena de reuniones. Paula lo miró al otro lado de la mesa. Ya sentía su pérdida y no sabía cómo se las iba a arreglar cuando se hubiera ido. Y no tenía ninguna confianza en que consiguiera convencerlo de que se quedara. Algo había cambiado. El sonido de su voz mientras hablaba con el contratista la llenaba y al mismo tiempo acentuaba su vacío. Jamás, en los siete años que habían pasado desde que había sufrido el ataque, había bajado tanto la guardia. Se había acostumbrado tanto a reaccionar a las cosas que no sabía cómo tomar el control y actuar. Y aunque él pensaba que darle el control del Cascade era lo que ella quería, no estaba más lejos de la realidad. Un mes antes lo habría aceptado gustosa, pero en ese momento no significaba nada, no sin él.Pero no era eso lo que habían acordado y había pasado la mayor parte de la mañana buscando desesperadamente un momento para hablar con él en privado y decirle que había cambiado.
Pedro dió por concluida la reunión y estrechó la mano del contratista. Paula sonrió y le tendió la mano también, sabiendo que ella sería quien se haría cargo desde ese momento. Estaba contenta de que él confiara en ella. Nadie había tenido tanta fe en ella. Pero, ¿A qué precio? Quería todo. Lo último que quería era volver a su antigua vida, ya no tenía color. La puerta de la sala de reuniones acababa de cerrarse y Paula se dió la vuelta para decir algo, aunque no sabía qué. Se alisó la blusa. ¿Debería invitarlo a comer? ¿Sugerir otra cosa? Tenía un nudo en el estómago.
—Con esto terminamos, ¿No? —dijo él.
Paula cerró los ojos, preguntándose si podría articular algún sonido.
—Sí, es la guinda del pastel —dijo, tratando de poner energía en su voz.
—Pau, yo...
—Pedro, sería...
Hablaron los dos a la vez y luego se quedaron en silencio. Él hizo un gesto con la mano para que empezara ella.
—Me preguntaba si te gustaría comer algo antes de salir para el aeropuerto.
—¿Crees que es buena idea?
Paula negó con la cabeza. ¿Se sentiría mejor o peor con eso?
—Seguramente no, pero estoy harta de las buenas ideas.
No dejó de mirarlo, no podía. Quería recordar cómo estaba con su traje italiano, recordar el sonido de su voz, el aroma de su colonia. Desde el momento en que había aparecido y la había defendido, algo había pasado. Quizá fuera una tontería, pero se sentía parte de una unidad. Con él a su lado Fernando no podría hacerle daño. Lo amaba por eso. Lo amaba por darle seguridad y libertad. Se iba y no quería aceptarlo. Ya no necesitaba su protección. Fernando había muerto. Y quería a Pedro más que nunca.
—Paula—se apoyó en la mesa de juntas y cruzó los brazos—. Pau, si hacemos esto, no cambiará nada. Me seguiré marchando.
—No.
—¿No qué? —parecía confuso y descruzó los brazos—. ¿No me vas a decir adiós? ¿Me dejarás ir sin decirme una palabra?
—No te vayas.
—Estarás bien aquí, no me necesitas.
Paula negó con la cabeza. Maldición, iba a abrir la puerta y a marcharse.
—Te necesito. Más de lo que crees. Fernando...
—¿Fernando qué? ¿Se ha puesto en contacto contigo? —la agarró del codo—. ¿Está tratando de encontrarte? Te juro, Paula que si...
—¡No, no! Por supuesto que no, Pedro. Fernando ha muerto.
Pedro le soltó el brazo y la miró aturdido. Ella se echó a reír por su expresión.
—Lo siento, pero deberías ver la cara que has puesto.
—¿Qué ha pasado?
—Un accidente de coche. Abrí la carta anoche al llegar a casa.
Pedro se acercó y la abrazó, sorprendiéndola con la fuerza del abrazo.
—Me alegro. Bueno, eso suena horrible, ¿No? Pero me preocupabas. Le había dicho a Guillermo...
—¿Qué le has dicho a Guillermo? —salió de entre sus brazos.
Guillermo era el jefe de seguridad que había contratado ella hacía dos años.
—Le dije que te echara un ojo. Para asegurarme de que estabas protegida.
—¿Y por qué te importa eso?
—¿Cómo puedes preguntarme algo así? —casi explotó, giró sobre sí mismo y volvió a la mesa.
—Eso es lo que te estoy preguntando —sonrió apoyada en la mesa—. ¿Qué te importa a tí mi protección?
—Porque yo... yo... —tartamudeó y frunció el ceño—. Ya sabes por qué.
Oh, su Pedro. La había ayudado más en unas semanas que meses de terapia. No sabía si alguna vez sabría explicarle lo mucho que había significado para ella. No podía dejarlo marchar sin luchar, así que por primera vez en su vida dejó de ocultarse en la sombra y dio un paso adelante.
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