jueves, 28 de junio de 2018

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 44

No  había  habido  oportunidad  de  hablar  en  privado.  Con  Pedro a  punto  de  marcharse, la mañana había estado completamente llena de reuniones. Paula lo miró al  otro  lado  de  la  mesa.  Ya  sentía  su  pérdida  y  no  sabía  cómo  se  las  iba  a  arreglar  cuando se hubiera ido. Y no tenía ninguna confianza en que consiguiera convencerlo de que se quedara. Algo había cambiado. El sonido de su voz mientras hablaba con el contratista la llenaba  y  al  mismo  tiempo  acentuaba  su  vacío.  Jamás,  en  los  siete  años  que  habían  pasado  desde  que  había  sufrido  el  ataque,  había  bajado  tanto  la  guardia.  Se  había  acostumbrado  tanto  a  reaccionar  a  las  cosas  que  no  sabía  cómo  tomar  el  control  y  actuar.  Y  aunque  él  pensaba  que  darle  el  control  del  Cascade  era  lo  que  ella  quería,  no estaba más lejos de la realidad. Un mes antes lo habría aceptado gustosa, pero en ese momento no significaba nada, no sin él.Pero  no  era  eso  lo  que  habían  acordado  y  había  pasado  la  mayor  parte  de  la  mañana  buscando  desesperadamente  un  momento  para  hablar  con  él  en  privado  y  decirle que había cambiado.

Pedro dió  por  concluida  la  reunión  y  estrechó  la  mano  del  contratista.  Paula sonrió  y  le  tendió  la  mano  también,  sabiendo  que  ella  sería  quien  se  haría  cargo  desde ese momento. Estaba contenta de que él confiara en ella. Nadie había tenido tanta  fe  en  ella.  Pero,  ¿A  qué  precio?  Quería  todo.  Lo  último  que  quería  era  volver  a  su antigua vida, ya no tenía color. La  puerta  de  la  sala  de  reuniones  acababa  de  cerrarse  y  Paula se  dió  la  vuelta  para  decir  algo,  aunque  no  sabía  qué.  Se  alisó  la  blusa.  ¿Debería  invitarlo  a  comer?  ¿Sugerir otra cosa? Tenía un nudo en el estómago.

—Con esto terminamos, ¿No? —dijo él.

Paula cerró los ojos, preguntándose si podría articular algún sonido.

—Sí, es la guinda del pastel —dijo, tratando de poner energía en su voz.

—Pau, yo...

—Pedro, sería...

Hablaron los dos a la vez y luego se quedaron en silencio. Él hizo un gesto con la mano para que empezara ella.

—Me preguntaba si te gustaría comer algo antes de salir para el aeropuerto.

—¿Crees que es buena idea?

Paula negó con la cabeza. ¿Se sentiría mejor o peor con eso?

—Seguramente no, pero estoy harta de las buenas ideas.

No dejó de mirarlo, no podía. Quería recordar cómo estaba con su traje italiano, recordar el sonido de su voz, el aroma de su colonia. Desde  el  momento  en  que  había  aparecido  y  la  había  defendido,  algo  había  pasado.  Quizá  fuera  una  tontería,  pero  se  sentía parte  de  una  unidad.  Con  él  a  su  lado  Fernando no  podría  hacerle  daño.  Lo  amaba  por  eso.  Lo  amaba  por  darle  seguridad y libertad. Se  iba  y  no  quería  aceptarlo.  Ya  no  necesitaba  su  protección.  Fernando había  muerto. Y quería a Pedro más que nunca.

—Paula—se apoyó en la mesa de juntas y cruzó los brazos—. Pau, si hacemos esto, no cambiará nada. Me seguiré marchando.

—No.

—¿No  qué?  —parecía  confuso  y  descruzó  los  brazos—.  ¿No  me  vas  a  decir  adiós? ¿Me dejarás ir sin decirme una palabra?

—No te vayas.

—Estarás bien aquí, no me necesitas.

Paula negó con la cabeza. Maldición, iba a abrir la puerta y a marcharse.

—Te necesito. Más de lo que crees. Fernando...

—¿Fernando qué? ¿Se ha puesto en contacto contigo? —la agarró del codo—. ¿Está tratando de encontrarte? Te juro, Paula que si...

—¡No, no! Por supuesto que no, Pedro. Fernando ha muerto.

Pedro le soltó el brazo y la miró aturdido. Ella se echó a reír por su expresión.

—Lo siento, pero deberías ver la cara que has puesto.

—¿Qué ha pasado?

—Un accidente de coche. Abrí la carta anoche al llegar a casa.

Pedro se acercó y la abrazó, sorprendiéndola con la fuerza del abrazo.

—Me  alegro.  Bueno,  eso  suena  horrible,  ¿No?  Pero  me  preocupabas.  Le  había  dicho a Guillermo...

—¿Qué le has dicho a Guillermo? —salió de entre sus brazos.

Guillermo era el jefe de seguridad que había contratado ella hacía dos años.

—Le dije que te echara un ojo. Para asegurarme de que estabas protegida.

—¿Y por qué te importa eso?

—¿Cómo  puedes  preguntarme  algo  así?  —casi  explotó,  giró  sobre  sí  mismo  y  volvió a la mesa.

—Eso  es  lo  que  te  estoy  preguntando  —sonrió  apoyada  en  la  mesa—.  ¿Qué  te  importa a tí mi protección?

—Porque yo... yo... —tartamudeó y frunció el ceño—. Ya sabes por qué.

Oh, su Pedro. La había ayudado más en unas semanas que meses de terapia. No sabía  si  alguna  vez  sabría  explicarle  lo  mucho  que  había  significado  para  ella.  No  podía  dejarlo  marchar  sin  luchar,  así  que  por  primera  vez  en  su  vida  dejó  de  ocultarse en la sombra y dio un paso adelante.

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