—Pero Atlantic City tiene mar.
Tenía que acostumbrarse a su nueva dirección. Tenía que dejar de comparar ambas ciudades. Tenía que poner un pie delante de otro para ir a trabajar todos los días y hacer lo mejor posible su trabajo. Así lo extraño acabaría siendo familiar. ¿Pero se acostumbraría alguna vez a no ver a Pedro? Maldición, Pedro Alfonso no la quería. Cuando se había sentado en el avión, esperando para despegar en el aeropuerto McCarran, se había prometido no volver a pensar en él.
—Pero lo echo de menos —dijo en un suspiro.
Con cada fibra de su cuerpo. Esa frase nunca había estado clara para ella hasta ese momento. Pero notaba en todas partes el dolor y la sensación de vacío. Era la última persona en su cabeza al dormirse y la primera al levantarse. Se preguntaba si estaría trabajando demasiado, si comería bien y si se cuidaría. Si la echaría de menos cada segundo...
—Ya basta.
Sumirse en la pena no tenía sentido. Mantenerse ocupada le haría olvidar todo lo que había dejado detrás. Entró al dormitorio y miró las tres maletas abiertas, todavía llenas de ropa. Decidió deshacer las maletas. Era una forma de entretenerse y empezar a asentarse. En ese momento llamaron a la puerta y se alegró de la interrupción, que le permitía posponer deshacer el equipaje.
—¿Quién es?
—Pedro.
El corazón le dió un vuelco. No acertaba a abrir la puerta de lo que le temblaban las manos. Finalmente consiguió abrir.
—Hola —dijo Paula, sin saber cómo había sido capaz de pronunciar la palabra con la garganta tan seca.
Tenía miedo de que fuera su imaginación la que lo había producido. El pantalón caqui y el polo que llevaba estaban arrugados. Las ojeras le hicieron preguntarse si habría dormido en días. Pero era él, aunque tuviera el aspecto de un alma en pena.
—¿Eres tú...? ¿Va todo bien? —preguntó ella.
—En realidad no.
—¿Qué ha pasado?
—¿Puedo entrar?
—Claro —abrió la puerta totalmente para que pasara y la cerró tras él—¿Es Luciana? ¿Hernán?
Pedro, de espaldas a ella, echó un vistazo a la habitación.
—Bonita.
—Una casa lejos del hogar... —se detuvo— Muy cómoda. Todo el mundo se ha desvivido para que me sienta bienvenida y parte del equipo.
—Entonces ¿Te gusta esto?
—Bueno... Así, así.
No podía mentir. Tampoco podía dejar de temblar. Además, él no había respondido a su pregunta.
—¿Está todo el mundo bien, Pedro?
—Están bien, te echan de menos. Vanina, el equipo... —los músculos de la mandíbula se le tensaron— Todo el mundo.
Por definición, todo el mundo lo incluía a él. ¿O era otra patética forma de mantener la esperanza?
—¿Cómo supiste dónde encontrarme?
—Luciana.
Claro, se había asegurado de que Luciana pudiera localizarla por la boda. Si no tuviera la cabeza totalmente ida, se habría dado cuenta ella sola. Había sólo una pregunta de la que quería saber la respuesta, pero era la que más miedo le daba hacer. Ya no era la mujer que lo había plantado en el altar y, si había aprendido algo, era que huir de los problemas no arreglaba nada. Así que preguntó:
—¿Por qué estás aquí, Pedro?
—Quiero que vuelvas —su voz era grave, áspera y llena de desesperación.
Se acercó a él lo bastante como para sentir el calor de su cuerpo.
—¿Por qué?
—Porque... esta vez... —se pasó los dedos por el pelo.
—¿Qué, Pedro?
Le brilló en los ojos algo oscuro, peligroso.
—No me digas que es demasiado tarde.
Ella sacudió la cabeza.
—¿Tarde para qué?
—Cuando me hablaste del trabajo, no quería que te fueras —dijo sin responder a la pregunta.
—¿Por qué no me lo dijiste?
—Pensé que estaba haciendo lo correcto —rió, pero la risa sonó amarga— Vaya un momento para descubrir que lo correcto puede ser lo incorrecto. No quería que pensaras que estaba usando los sentimientos en tu contra.
—Lo entiendo, está bien.
—No, no lo está. Eso era sólo una excusa —negó con la cabeza— Nada más, Paula. Me he pasado toda la vida evitando algunas cosas...
—Define cosas —exigió ella.
—Tú —le dirigió una mirada intensa. Una palabra que lo cambiaba todo... Pero todavía había mucho dolor.
—¿Cómo puedes sentir eso? Después de lo que hice...
Pedro le tomó las manos.
—Olvida el pasado, Pau. Empecemos de nuevo, aquí, ahora. Sé que tenemos un futuro si somos capaces de darnos una oportunidad. No tengo mucha práctica en decir lo que siento, pero lo haré lo mejor posible si me prometes que me escucharás con el corazón.
—Lo prometo —dijo conteniendo la respiración.
—Te necesito, Pau. Sin tí no tengo vida. Quiero tener hijos contigo. Quiero envejecer contigo.
Todo lo que ella había querido eran las dos palabras mágicas, pero él lo había hecho incluso mejor.
—¿Quién ha dicho que no eres bueno con las palabras, Pepe? —sintió que la felicidad inundaba todo su cuerpo y se arrojó en sus brazos.
—Estoy enamorado de tí, Pau.
—Yo también te amo —respondió ella apretándose contra él todo lo que podía— Te quiero mucho.
—Si pasamos un día, una semana, un mes o cien años juntos, quiero tener la oportunidad de vivir contigo momentos que nos dejen sin respiración —la apartó un poco para poder mirarla a los ojos— Paula Chaves, ¿Quieres casarte conmigo?
—Sí.
—¿Así de fácil? —preguntó con una sonrisa en los labios.
No era tan fácil. Aquella respuesta se había estado formando durante más de un año. Y desde el fondo de su corazón, Paula supo que era la correcta. Una solitaria lágrima se deslizó por su mejilla. Una lágrima que le hacía ver todo más claro.
—Ahora sé lo que es el amor, Pepe. Y el nuestro es auténtico, la clase de amor que hace que un matrimonio funcione.
FIN
Hermoso final! Gracias por compartirla!
ResponderEliminarHermoso final , ☺
ResponderEliminarQué lindo y emocionante final!!!
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