—¿Pero qué?
—Quería hacer este proyecto. Por mis padres. Construir algo tangible para ellos.
La emoción le oprimía el pecho. Tuvo que respirar hondo antes de decir:
—Estoy segura de que estarían orgullosos de tí.
—Esa no es la única razón por la que seguí adelante —dijo él.
—¿Cuál más hubo?
—Tú estabas aquí.
¿Qué quería decir eso? Su corazón perdió dos latidos antes de recuperar su ritmo; aquello no era normal.
—¿Y lo de comprar la casa y echar raíces aquí?
—Por la misma razón.
¿Entonces a qué venía lo de sin ataduras? No tuvo valor para hacer la pregunta, pero había algo más que quería que supiera.
—He hablado antes con Luciana —dijo ella.
—¿Sobre la boda? —preguntó Pedro frunciendo el ceño.
—Eso se suponía.
—Uh... me da miedo preguntar.
—Hemos entrado en temas personales —admitió Paula.
—¿Sobre tú y yo?
Tú. Yo. La última noche. Suspiró.
—Sobre mi puntualidad. Tú no eres el único que lo ha notado, Luciana me estaba esperando y me preguntó por... por nosotros.
—Estupendo —dijo en un tono que significaba todo lo contrario.
—Yo no quería hablar de ello.
—Pero te retorció el brazo.
—Algo así. Me contó lo que te pasó con tu madre antes de que se fuera de viaje con tu padre.
—Voy a matarla —dijo apretando los labios.
—Dijo que dirías eso y... —lo estudió— No pareces sorprendido.
—Porque no lo estoy. Lu me ha estado analizando desde que hizo un curso de Psicología en la universidad.
—¿De verdad?
—No puede estar más equivocada.
—De acuerdo —dijo mordiéndose el labio inferior— Pero he pensado una cosa.
—Eso es peligroso.
Pedro estaba tratando de distraerla, pero no le estaba funcionando.
—Leí en algún sitio que las penas son nuestras mejores maestras. Que podemos ver más lejos a través de una lágrima que con un telescopio.
—Y crees que esa afirmación es profundamente acertada.
—Sí. La pena es difícil en determinadas circunstancias, pero combinada con la culpa, es una carga increíblemente pesada. No tuve oportunidad de tener a nuestra niña y ser una madre de verdad, pero estuve embarazada el tiempo suficiente para pensar sobre la increíble responsabilidad que suponía llevar dentro un ser humano.
—¿Adónde quieres llegar?
—Creo que tu madre estaría destrozada si, aunque fuera de modo involuntario, hubiera dicho o hecho algo que influyera negativamente en tu vida. Estaba bromeando. Si hubiera vuelto a casa, tú nunca habrías vuelto a pensar en aquella despedida.
—Entiendo tu razonamiento —tomándola del brazo— Yo tengo otro. Creo que es hora de sacarte del sol, hace calor y deberíamos ir a comer.
—En realidad, eso son tres razonamientos. Además, como dije antes, habría que poner un toldo para la ceremonia.
—Estoy de acuerdo. Gente marchándose con golpes de calor no es el tipo de publicidad que buscamos.
Eso ya se lo había dicho una vez antes, cuando él le había explicado por qué no la liberaba de su contrato. Paula casi había deseado que la dejara marcharse; habría sido más fácil que conocerlo más, descubrir que era un hombre especial, descubrir que tenía la oportunidad de conseguir todo lo que siempre había deseado. Pero cuando el dolor le retorcía el corazón, ella sacaba a relucir su sentido del humor; era la única defensa que tenía.
—Dijiste que querías un circo de tres pistas. Podríamos levantar una carpa, traer tigres y a un tipo que camine sobre un alambre.
Estaban entrando en la zona de sombra, junto a la puerta del hotel. Pedro la miró entrecerrando los ojos.
—Recuérdame más tarde que tengamos una conversación sobre ese lado oculto de tu personalidad.
—Sí. Puede que te arrepientas de haber echado raíces aquí.
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