martes, 18 de abril de 2017

Te Necesito: Capítulo 35

—Sí, que finalmente me has dicho que sí. Creo que es algo que celebrar.

 Paula decidió que más tarde analizaría cómo se sentía.

—Es una casa muy bonita.

—Igual deberías reservarte el juicio, todavía no has visto el piso de arriba. El dormitorio principal fue por lo que la compré.

Paula estaba haciendo todo lo que podía para resistirse, pero Pedro se lo estaba poniendo muy difícil. El brillo de sus ojos, el tono seductor en su voz grave, la velada tentación de subir a su cama era todo un arsenal de armas destinadas a hacerle perder el control. Ni siquiera necesitaba el champán. Ser el centro de atención de un hombre tan atractivo era diez veces más embriagador. De todos modos tomó un sorbo del líquido burbujeante y después dejó la copa encima de una mesa de la cocina.

—Estoy segura de que el segundo piso es tan fascinante como el primero —algo que vio en sus ojos le dio sensación de poder— No puedo citar tus palabras exactas, pero dijiste algo de cenar.

—Y soy un hombre de palabra —hizo un gesto con la mano en dirección al jardín trasero— Le mostraré su mesa, señorita.

La tomó de la mano y la llevó al exterior, que no era menos impresionante que el interior. Desde la casa se veían los campos de golf. A la derecha, una piscina y spa rodeados de césped. Una mesa de cristal estaba dispuesta con cena para dos. Carne, ensalada, patatas cocidas y dulces estaban esperándolos. Sencillo, seductor y efectivo. Además, la madre naturaleza cooperaba con la conspiración. La puesta de sol en rosas y dorados era impresionante y, cuando desapareció completamente, la sucedió una hermosa luna llena. El aroma de la cálida brisa del desierto mezclado con el suave olor de las flores componían una fragancia que prometía misterio, magia y más romanticismo.

—¿Cómo sabías que llegaría antes de que se enfriara la cena?

—No soy de los que deja las cosas al azar, ¿Verdad?

Ella respiró hondo y simplemente dijo:

—No.

Pedro le sujetó la silla mientras se sentaba, después se sentó a su derecha, alzó su copa y dijo:

—Por las posibilidades.

Paula tocó la copa de él con la suya y dio un sorbo. Los nervios seguían en su estómago, pero empezaba a tener hambre. Y la comida estaba buena. Podía añadir las barbacoas a su lista de habilidades.

—Está delicioso —dijo ella.

—Me alegro. —No sabía que te habías comprado una casa.

—Tengo negocios aquí, ¿Qué iba a hacer si no? Quería pensar que se había comprado la casa y había echado raíces porque ella estaba allí.

—Pensé que irías y vendrías desde Nueva York. Después de todo lo que ha pasado supuse que no querrías cambiar de sitio.

Pedro dejó el tenedor y se limpió los labios con una pequeña servilleta.

—Siempre es una buena inversión. Además, me gusta la zona, los juegos, la gente...

Las chispas de sus ojos la estaban haciendo arder. Mordió la galleta que tenía en la mano y dejó el resto en su plato.

—A mí también me gusta.

—Dicen que es la ciudad más excitante del mundo —dijo él acabándose el champán.

—Sí, eso es lo que dicen —corroboró ella sintiéndose cada vez más excitada.

Sentía como si le faltara el aire, aunque estuvieran al aire libre. No importaba lo abierto que fuera el espacio, estar cerca de Pedro era como jugar con fuego. Y el fuego consumía todo el oxígeno de sus pulmones. Se levantó, tomó su plato y entró en la casa. Él estaba detrás de ella cuando lo dejó en la pila. Tembló cuando le puso las manos en los brazos para darle la vuelta.

—Paula —su nombre en los labios de Pedro sonaba exótico y bonito, casi como una caricia— Tienes que saber lo que siento.

—No, yo... —sacudió la cabeza.

—Me gustas mucho.

—¿Por qué? ¿Cómo puedes...? —dijo buscando sus ojos— Te rechacé. Deberías agradecer al destino no estar atado a mí.

—Todavía me gustas, pero esta vez sin ataduras.

Muy fácil de decir, pensó ella. Cuanto más sabía de Pedro, más cosas había que la atraían de él.

—¿No son sólo ganas de buscarse problemas? —preguntó ella.

 Pedro la miró a los ojos y después, lentamente, unió su boca a la de ella. El beso fue sorprendentemente dulce y agradable si se consideraba la tensión que apreciaba en él. Después volvió a besarla en la mejilla, en el cuello y puso mucha atención en aquel hueco debajo de la oreja. Ella respiró hondo y consiguió reprimir un gemido de placer.

—¿Parece esto un problema? —preguntó él.

—No ha estado mal.

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