sábado, 8 de abril de 2017

Te necesito: Capítulo 22

Pedro no necesitaba que nadie le dijera que tenía que hablar con Luciana. Él la había criado. Dió instrucciones a su chofer para que llevara a Paula de vuelta a su despacho en el otro hotel y se quedó observando cómo el coche se mezclaba con el tráfico de Las Vegas Boulevard.  «Algunas veces no dispones de toda una vida». ¿Qué hacía diciendo eso? Sus padres habían muerto y había sido una tragedia. Él había pasado del dolor a la rabia y de la rabia a la resignación. Y había hecho lo mismo cuando Paula lo abandonó. Había salido adelante con su furia como escudo. En cuanto la  había visto de nuevo, su escudo había empezado a desmoronarse. Pero aquello era algo en lo que podía pensar más tarde; en ese momento lo que necesitaba era hablar con su hermana. Se dió  la vuelta y entró con energía en el vestíbulo, tomó el ascensor hasta las oficinas de los ejecutivos. La de Luciana se encontraba al final del pasillo, frente a la de Hernán; ambas estaban situadas en una esquina del edificio con ventanales desde el suelo al techo. Entró en el despacho de su hermana, decorado con pinturas de temas náuticos, un jarrón Waterford con flores y estantes con su colección de cuadro. Le gustaba estar rodeada de cosas bonitas, pero él prefería lo espartano. Otra diferencia en su ADN.

—¿Qué demonios te pasa? —preguntó de pie frente a su mesa.

Ella levantó la vista y sus ojos mostraron una mirada desafiante.

—Estoy perfectamente, muchas gracias. Ahora tengo que trabajar. No me interrumpas, por favor.

Él se pasó los dedos por el pelo.

—Volvamos a empezar.

—¿Volvamos? Yo no he empezado nada.

—De acuerdo, yo volveré a empezar. No eres tú misma.

Luciana dejó el bolígrafo encima de los papeles.

—¿Entonces quién soy?

—No la decidida hermana a la que quiero.

Luciana parpadeó y desvió la mirada.

—¿Cómo has llegado a esa conclusión?

—Luciana Alfonso no tendría tantos problemas para decidir dónde quiere casarse si no hubiera algo rondando en su cabeza.

—A veces odio que me conozcas tan bien.

—¿Cuál es el problema? —insistió Pedro, esa vez en un tono mucho más amable.

—Tengo dudas sobre si casarme o no.

—Entiendo  —eso no era una gran sorpresa. Pedro apoyó una cadera en el borde de la mesa—¿Qué clase de dudas?

—Demasiadas dudas, y muy poco tiempo.

—Tómate todo el tiempo que necesites. Es importante.

—De acuerdo —dejó escapar un largo suspiro— Nan es un hombre maravilloso, pero ¿Es el adecuado para mí? ¿He dicho que sí sólo porque nos conocemos desde siempre? ¿Porque es tu mejor amigo? ¿O estoy realmente enamorada de él?

—Sólo tú puedes responder a eso.

—Ése es el problema —levantó las manos— No puedo. Éramos felices hasta que lo estropeó todo pidiéndome que me casara con él.

—Ah, tienes reservas sobre llegar a un acuerdo serio y legal para el resto de tu vida.

—¡Sí! —se recostó en la silla— No creí que me entendieras.

—Claro que te entiendo. Todo el mundo tiene dudas, es normal.

—¿De verdad?

—Recuerdo estar nervioso, con razón, cuando todo se dió la vuelta.

—Hay mucho de eso ahora...

—¿Qué quieres decir? —preguntó Pedro.

Su hermana tenía esa mirada que ponía cuando era pequeña y le ocultaba algo.

—La noche antes de tu boda, Paula me habló de que tenía dudas.

 Las recientes revelaciones que le había hecho Paula le hacían tener una idea sobre cuántas dudas podía tener, pero su hermana nunca le había dicho ni una palabra.

—¿Qué te dijo?

—No lo recuerdo exactamente —respondió Luciana— En general, tenía miedo de que los dos estuvieran cometiendo un error.

—¿Tú qué le dijiste?

—Alguna cosa del tipo de olvídalo, no lo pienses...

 —Lu...

—No exactamente con esas palabras.

—¿Dijo algo de sus padres?

—No, que yo recuerde, ¿Por qué?

No hay comentarios:

Publicar un comentario