—No como nosotros.
—Verdad —Paula se cruzó de brazos— Ya se ha decidido por un sitio, la capilla de bodas del Lago Las Vegas.
—Elegante, alto nivel. Agradable —dijo estudiando sus tentadores labios.
—Sí. Ahora podemos seguir adelante con la comida, las flores y las invitaciones.
—Quiero ver la lista de invitados cuando te la dé mi hermana.
—De acuerdo. Por los contactos de negocios. Eso puede hacer que la lista sea enorme.
—Como la nuestra —recordó él.
—Hubo mucha gente —confirmó ella— Fue un mandato del cielo que nadie se perdiera mi vergonzoso discurso. Habría preferido una ceremonia con nosotros dos y los Klingons... digo los testigos.
—¿No querías una gran boda? —estaba realmente sorprendido.
Ella negó con la cabeza...
—Habría preferido algo pequeño, íntimo. ¿Quién se hubiera imaginado que una organizadora de eventos no deseara un gran evento? De nuevo tuvo que preguntar:
—¿Por qué no me lo dijiste?
—Porque tú eres Pedro Alfonso—dijo encogiéndose de hombros. Inclinó la cabeza como para estudiarlo. —Eres muy carismático. ¿Quién puede decirte que no?
Ella, pensó Pedro.
—También era tu boda.
Paula se agarró al respaldo de la silla que había entre ambos.
—Créeme, aprendí que no ser sincera es una estupidez. Nunca más cometeré el error de ocultar mis sentimientos.
Él trató de recordar. ¿Le había dado Paula alguna pista de lo que deseaba? No podía negar que estaba acostumbrado a que sus órdenes se cumplieran sin preguntar.
—Me gustaría pensar que he escuchado y entendido. Pero no puedo asegurarlo.
Ella sonrió, pero había tristeza en sus ojos.
—Es agradable escucharte decir eso, Pedro.
Paula había admitido un error, lo había afrontado y eso le había hecho más sabia. Se había fortalecido con la experiencia. Era suave pero fuerte. Su cuerpo saludable y en forma no era su única diferencia, pensó Pedro. Se había vuelto una mujer fuerte, segura de sí misma. La confianza en sí misma le sentaba muy bien. Antes de haber procesado la idea las palabras acudieron a su boca.
—Es tarde y todavía no he cenado. ¿Cenas conmigo Paula?
Abrió los ojos desmesuradamente y dijo:
—¿De verdad crees que es una buena idea?
Seguramente no, pero ¿Desde cuándo actuaba juiciosamente un tipo que tenía más testosterona que sentido común?
—¿Siempre respondes una pregunta con otra? —preguntó él.
—¿Y tú? —replicó ella haciendo una mueca con los labios.
¡Cómo la deseaba!
—¿Sí o no, Paula? —dijo casi en un gruñido.
—¿Qué te parece, no gracias? —respondió alejándose— Tengo trabajo. Buenas noches, Pedro.
Él dejó escapar un gran suspiro, se cruzó de brazos y salió tras ella. Al llegar a la puerta se detuvo. ¿Qué tenía Paula para que fuera tras ella buscando más rechazo? La respuesta era sencilla: la deseaba y quería tenerla. El anhelo rondaba por su mente mientras era consciente de que lo que había cambiado en ella haría que no fuera fácil. Así que ya tenía la respuesta a su pregunta, estaba emprendiendo el viaje de nuevo. No el mismo viaje, porque en esa ocasión sabría manejar mejor sus emociones, dejarlas fluir.
¿Cuándo había empezado a anhelar la presencia de Pedro? Paula decidió que encontraría la forma de controlar cualquier parte de ella que estuviera deseando que él apareciera holgazaneando en la puerta de su despacho para invitarla a cenar. ¿Qué mujer en su sano juicio rechazaría una invitación para cenar con Pedro Alfonso? ¿Acaso tenía algo mejor que hacer? Extendió los brazos con las manos hacia arriba como si sopesara las alternativas.
—Cenar con un hombre guapo, sexy y divertido. Y fabulosamente rico — levantó una de las manos— O una cena congelada baja en calorías en un coqueto aunque totalmente hipotecado y solitario apartamento —levantó la otra mano hasta justo debajo de la anterior— Paula, definitivamente no estás en tus cabales.
Cualquier persona que hubiera escuchado el dilema habría estado de acuerdo. Y aquélla no era la primera vez que se sentía culpable por no aceptar la invitación de Pedro.
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