sábado, 22 de abril de 2017

Te Necesito: Capítulo 42

Incluso a la tenue luz del exterior podía ver que a ella le brillaban los ojos con la excitación y la satisfacción de un trabajo bien hecho. Pedro le ofreció una copa y después la hizo chocar suavemente con la suya.

—Por un plan que hemos sacado adelante juntos.

—Amén —dijo ella.

Pedro tenía otro plan que no tenía nada que ver con el trabajo y sí con el placer. Quería besarla. Quería escuchar su respiración acelerada mezclada con aquellos gemidos de placer que lo volvían loco.

—¿Así que estás contento con cómo han ido las cosas? —su voz sonaba grave, sexy.

—Mucho. Has hecho un gran trabajo.

—He tenido mucha ayuda  —dijo con modestia.  Cuando encogió aquel hombro desnudo, el pulso de Pedro se descontroló. La sonrisa de Paula era como ver el sol después de días de lluvia— Bueno, espero que, aunque sea poco, algo haya reparado el pasado.

Él levantó su copa y dijo:

 —Por haber tenido el buen juicio de no despedirte.

Ella tocó su copa con la de él.

—Me alegro de que estés satisfecho.

—Lo estoy, sí.

Es todo lo que pedía, pero no todo lo que quería. Acercó su boca a la de ella. Saboreó el champaña y un pequeño temblor en sus labios que le dijo que Paula lo deseaba también. Buscó sus ojos y encontró deseo brillando en ellos. La quería. Quería comprometerse, quería todo, su cuerpo, su corazón, su alma. Pero ése no era el momento de asentar las cosas entre los dos de la forma que había que asentarlas. Era cierto que no se apreciaba algo hasta que se perdía. Y había estado sin ella un año. Por algún milagro, tenía otra oportunidad. En cuanto todo se tranquilizara, arreglaría las cosas con la señorita Paula Chaves. Le había dicho lo que quería para aquella gran inauguración, pero no le había dicho cuánto la quería a ella y cuánto la necesitaba. La última vez habían ido demasiado deprisa y todo había salido mal. Esa vez esperaría todo lo que fuera necesario.



Paula se recostó en la silla y se frotó los ojos. Aunque odiaba los ordenadores, tenía que reconocer que Internet era una herramienta muy útil para recopilar información, lo mismo de flores que de comida o de cualquier otra cosa que hiciera falta para organizar un evento. La pregunta que le habían planteado hasta un punto irritante había sido que de dónde sacaba sus ideas. La noche de la inauguración de la oficina de las torres, hacía una semana, había estado tentada de responder a la prensa que del almacén de las ideas, pero se había contenido. Un momento después, Pedro había terminado la entrevista y se había separado. No lo había visto hasta que la rescató de aquel egocéntrico y arrogante actor que se había comportado como si fuera un regalo para las mujeres. Si sus peligrosas manos hubieran rozado «accidentalmente» su pecho o el final de su espalda una sola vez más, le habría dado la mayor bofetada del mundo. Pero él lo había arreglado todo al llevarla fuera, le había ofrecido champaña y un beso que se le había subido a la cabeza más que el alcohol. Siempre recordaría esa noche porque había sido un triunfo profesional y, creía, también uno personal. Habría jurado que en la mirada de Pedro había una promesa, pero no había vuelto a verlo a solas desde esa noche. Se estaba empezando a preguntar si se había equivocado. No sería la primera vez que le pasaba con Pedro.

—Hola, jefa —dijo Vanina entrando en su despacho—Estos mensajes los han dejado mientras no te pasaba las llamadas.

Paula echó un vistazo a los papeles para ver si alguno era de Pedro. Nada. Suspiró y buscó un espacio libre en su mesa para dejar los mensajes y que no desaparecieran en el caos antes de que tuviera tiempo de leerlos. Había un diminuto espacio junto al borde de la mesa y allí los dejó. Vanina los aseguró en la esquina.

—¿,Necesitas algo más antes de que me marche?

Necesitaba ver a Pedro temblando hasta que le castañetearan sus perfectos dientes. O podía ser que fuera ella la que necesitara una buena sacudida. Una llamada para que despertara. Tenía imaginación y sabía cómo emplearla porque, aparentemente, aquel momento entre ellos esa noche había sido un momento con M mayúscula. Y si era capaz de mantener aquel nivel de indignación, tal vez consiguiera rechazar el dolor.

—Tierra llamando a la jefa.

Parpadeó y se dió cuenta de que Vanina esperaba una respuesta.

 —Ah, nada más, vete a casa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario