martes, 25 de abril de 2017

Te Necesito: Capítulo 46

—No tenía derecho a retenerla.

—Pero estás enamorado de ella.

—No podía hacerle eso —se pasó los dedos por el pelo— Piénsalo, Lu. Sus padres la utilizaron para hacerse daño mutuamente y lo hicieron en nombre del amor. Tenía una gran oportunidad profesional. Si le hubiera dicho cómo me sentía habría sido de nuevo otra persona utilizando el amor en beneficio propio. Paula tenía que tomar su decisión basándose en lo que es mejor para ella.

—Y yo estoy preocupada por lo que es mejor para tí —replicó ella— Trabajas hasta que estás tan cansado que no puedes pensar. Te escondes porque alguien le hace una oferta y tiene la audacia de considerarla... —se detuvo y lo miró— ¡Eso es! Soy una idiota —resopló con fuerza— Pensé que debía decirte que ella tenía una oferta de otra empresa, pero en cuanto te lo dije, tú desconectaste. Autodefensa.

Pedro se incorporó y apoyó un codo en el brazo del sillón. Su hermana le estaba saltando a la yugular; aquella conversación estaba durando demasiado.

—¿Qué tal van los preparativos de la boda? Ahora debes concentrarte en los detalles.

—Paula lo tenía todo preparado.

—Pero ahora es asunto tuyo...

—Basta, Pepe, no vas a cambiar de tema distrayéndome.

—¿Vas a obsequiarme con tu charla de psicóloga aficionada?

—Tengo razón y esta vez me vas a escuchar.

Él negó con la cabeza.

—No mandas en mí.

Luciana acostumbraba a decir eso todo el tiempo cuando era pequeña. Ella había quedado muy impactada por el dolor y él lo había enterrado a base de clases, trabajo y cuidarla a ella. Así había sido capaz de olvidar el dolor y la culpa, porque nunca les había dicho a sus padres lo que los quería.

La sonrisa de su hermana  era tierna.

—No eres el único que perdió a sus padres. Si alguien sabe cómo te sientes, soy yo. Pero en lugar de empeñarme en no querer y evitar el dolor, saber lo frágil que es la vida me decide aún más a lanzarme a la felicidad. Nan me hace feliz y quiero que esté en mi vida, con o sin papeles.

—¿Vivirías en pecado? —preguntó con una sonrisa.

—El mayor pecado es darle la espalda a una oportunidad de amar. Admitiré que duele y creo que te dolerá a tí también.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que al no decirle esas dos importantes palabras a Paula, te estabas garantizando que se fuera y así no tenías que responsabilizarte de tus sentimientos.

Pedro iba a dar rienda suelta a su ira, pero vio la mirada de su hermana.

—He tratado de demostrarle lo que sentía de todas las maneras posibles.

—Para la mayoría de las mujeres eso puede ser suficiente, pero tú y yo sabemos que Paula también necesita escuchar las palabras.

—Confía en mí, era mejor que no la confundiera. Era libre de decidir qué quería.

—Esa es la cuestión, Pepe. No le diste todos los datos para que pudiera tomar la decisión correcta. ¿Te acuerdas de lo que dijo el padre de Nan en la fiesta de compromiso? La vida no se mide por las veces que respiramos, sino por los momentos que nos quedamos sin respiración.

Pedro se acordaba. Y se acordaba también de las palabras de Paula. Su madre habría estado horrorizada de que cualquier cosa que ella hubiera dicho o hecho lo hubiera afectado negativamente. ¿Qué pasaba? ¿Por qué había tenido que dejarla marchar para poderse esconder? ¿Estaba buscando excusas para no decirle cuáles eran sus sentimientos? No le gustaba lo que todo aquello decía de él.

—¿Has terminado, Lu? Necesito retomar el trabajo para poder volver a casa en algún momento esta noche.

—Estarías allí ahora si Paula te estuviera esperando. Tienes un maravilloso estilo de vida, pero no tienes vida. Si la  pierdes otra vez, eres un idiota —Luciana se levantó y fue hacia la puerta— Ahora sí he terminado.

Cuando estuvo solo, Pedro fue hasta la ventana y miró las luces del Stnip. Las Vegas era conocida como la ciudad más excitante del mundo. Siempre lo había creído así y había trabajado mucho para hacer de las Torres Alfonso  el éxito en que se estaban convirtiendo. Pero el triunfo estaba vacío sin Paula para compartirlo. No podía seguir corriendo en el vacío. Tenía que encontrar una forma de convencerla de que volviera con él. Era la única mujer que podía llenar aquel hueco en su alma.



Paula paseaba por su suite en el Atlantic City Resort, donde vivía y trabajaba. La suite de dos dormitorios y dos lujosos baños estaba a su disposición todo el tiempo que la necesitara. Lámparas de bronce, mesas de cerezo, una cama cómoda, preciosos muebles... Elegante y sofisticada.

—Es bonita —se decía a sí misma.

Descorrió la cortina y miró al exterior para ver la monótona vista. No monótona, pensó, simplemente oscura. En Las Vegas las luces de neón brillaban veinticuatro horas al día, siete días a la semana. Tenía hermosas vistas del valle y de las montañas que lo rodeaban; la ciudad entera era como ningún otro lugar en el mundo. Nunca era oscura.

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