sábado, 8 de abril de 2017

Te Necesito: Capítulo 21

—Pedro, vas a tener que asumir el hecho de que tu hermana es una mujer y, por definición, emocional. Y el estrés al que se encuentra sometida va a exacerbar su emotividad.

—¿Es una promesa?

—¿Me has entendido?

—Sí —afirmó él.

—Entonces es una promesa.

—¿Me estás diciendo que esto es cosa de chicas?

Paula lo miró.

 —Te estoy diciendo que ella no es como tú. E incluso aunque lo fuera, que compartieran cromosomas no te daría la clave para descifrar lo que sucede en su cabeza. Si ése fuera el caso, yo tendría la clave para saber por qué mis padres se casaron.

—¿Estás empleando metáforas o algo así? —dijo con una chispa de diversión en los ojos.

—La cuestión es que yo sólo conocí la parte de su matrimonio en que se peleaban, en que trataban de hacerse daño. Creí que todo el mundo vivía así.

—Debió de ser muy difícil.

—Lo fue. Leía mucho cuando era pequeña —admitió— Los libros eran mi refugio donde escapar de las peleas y los insultos.

—¿Qué leías? —peguntó.

—¿Importa?

—Sí.

Paula suspiró.

—Cuentos de hadas. Me encantaban los finales felices. Yo quería algo así, pero nunca sucedía. Cuando mis padres estaban lo suficientemente cerca uno de otro, podías cortar la tensión con un cuchillo. Empecé a tener problemas gástricos y llegaron a pensar que tuviera una úlcera.

—Paula—se arrellanó en el asiento y la miró a los ojos con intensidad—. No lo sabía.

—¿Cómo ibas a saberlo? Nunca dije nada.

—Me gustaría que lo hubieras hecho. Explica muchas cosas.

Muchas, pero no todas, pensó ella. Sólo su miedo y resistencia. Explicaba por qué pensaba que el matrimonio eran arenas movedizas. El «sí, quiero» era el paso previo a que las cosas se volvieran desagradables. Su abuela le había contado que sus padres se enamoraron nada más verse. Había pensado que aquello era muy romántico, hasta que todo saltó en pedazos. Para empeorar las cosas, en el momento que había puesto los ojos en Pedro, lo había querido. Todavía lo quería. Eran la tensión, la amargura y las palabras fuertes lo que no quería y eso sería lo que acabaría llegando. No lo culpaba por estar enfadado por la forma en que ella había suspendido la boda. Pero después de que las cosas se hubieran calmado, pensaba que debería haberla llamado. Si la hubiera amado de verdad se habría puesto en contacto con ella. Seguía mirándola.

—Tenemos que trabajarnos la comunicación —dijo.

—Tienes razón —guardó las notas en su maletín— Pero ahora tengo mucho trabajo.

—Eso no es lo que quería decir. No hay nada que no funcione en nuestro intercambio de información en el trabajo.

—Entonces está todo bien.

Parecía desconcertado mientras negaba con la cabeza.

—Íbamos a casarnos.

El dolor que había logrado encerrar en una burbuja protectora un año antes estaba intentando liberarse.

—Nada de notas de prensa, jefe. ¿Qué pretendes?

—No pretendo nada. Son otras preguntas.

 Un año antes no habría respondido a sus preguntas, pero se las había planteado tantas veces desde entonces... Lo que no te mataba te hacía más fuerte y Pedro Alfonso ya no la intimidaba.

—¿Qué pregunta, por ejemplo? —dijo ella.

—Por ejemplo —dijo—, ¿Por qué hay tantas cosas que desconocemos el uno del otro?

«Déjame decirte los porqués», pensó. Por su exigente carrera profesional y la de ella. Por el bebé y por haberlo perdido. A pesar de la poderosa atracción que anulaba todo excepto la necesidad de estar juntos a cada segundo.

Paula  buscó una verdad más general. Buscó su mirada y encontró en ella la intensidad que le hacía un hombre inolvidable.

—Sucedió todo tan rápido...

—Aun así... —la confusión nubló su vista mientras se pasaba una mano por el pelo.

—Aun así  —dijo con amabilidad— Saber cosas uno de otro lleva tiempo. Posiblemente toda la vida.

—Algunas veces no dispones de toda una vida.

Paula sabía que estaba hablando de sus padres.

—Pasaron la vida juntos, nunca tuvieron que preguntarse qué más podía haber.

—Sí —contestó él. —Y, en mi opinión, antes de que Luciana decida qué va a hacer, deberías hablar con ella y averiguar qué pasa.

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