martes, 11 de abril de 2017

Te Necesito: Capítulo 25

—Para ser sincera, la decisión de cancelar la boda fue muy difícil —por muchas razones, pensó ella.

—Me puedo hacer una idea de lo difícil que tuvo que ser estar delante de toda esa gente.

¿Era respeto lo que había en su expresión? Nunca había creído que Pedro pudiera mirarla de ese modo. Una mitad de ella quería bailar de alegría, la otra mitad no lo creía. Era más seguro quedarse con la segunda mitad.

—Me dije a mí misma que enfrentarme con la gente no era el peor de los dos males.

—¿Casarse conmigo era un mal? —no estaba claro si su entonación reflejaba diversión u ofensa.

—Lo era si no nos hacía felices a ninguno de los dos.

—Eso no podías saberlo —dijo a la defensiva.

—Tú tampoco. Y ésa es la cuestión. Tú deberías haber tenido alguna duda también.

—¿Por qué dices eso?

—Porque me dejaste ir.

—Era lo que tú querías.

—Cancelé la boda y traté de disculparme contigo. Tú dejaste que me fuera. Nunca dijiste «hablemos», o «no quiero verte ni en pintura» o «vete al infierno». Simplemente no hubo nada. Nunca miraste atrás. Tu silencio decía a gritos que estabas de acuerdo con mi decisión.

—Estoy hablando de ello ahora.

—Demasiado tarde, Pedro.

—Te equivocas, yo...

—¿Qué?

Pedro miró el reloj, frunció el ceño y dijo:

—No puedo hablar ahora, tengo una reunión con los contratistas —y se dirigió a la puerta— Hablaremos más tarde.

Ella ya había hablado de más. Nunca debería haberle hablado de sus sentimientos ni de su infancia, pero todo eso eran tonterías en comparación con lo que acababa de revelarle. Hablar era gratis, pero el precio que tendría que pagar sufriendo podía ser muy alto.

Pedro no podía concentrarse. Eran casi las siete de la tarde y ella estaba toda tiesa en una de las sillas de su despacho. Le había llevado una lista de todos los eventos que se iban a celebrar en los hoteles. De momento a él le interesaban más sus hoyuelos. Y su boca. Habían pasado un par de semanas desde aquel día en que le había puesto la verdad encima de la mesa. Él había tenido dudas sobre la boda y el compromiso. Pero sobre todo no había querido necesitarla. Si quería ser honrado consigo mismo tenía que admitir que, una vez superado el abandono, se había sentido reconfortado, liberado por que ella hubiera cancelado la boda. Pero estaba equivocada al acusarlo de no mirar atrás. El problema era que había ganado el orgullo. Al menos hasta hacía poco, cuando había sabido más de ella. Y ahora tenía que reconocer que sentía una auténtica fascinación que rayaba en la obsesión por sus extraordinarias piernas.

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