Apenas había pensado aquello cuando él separó la boca y soltó un profundo suspiro.
—Bueno —dijo ella con voz temblorosa.
—Un tema delicado —su voz era ronca y llena de deseo.
—¿Forma esto parte de la estrategia Alfonso de organizar un evento para mantenernos en primera línea? ¿O del plan de olvidar y perdonar?
—¿Por qué no lo llamamos beso y reconciliación?
—¿Qué te parece nada de lo anterior?
Con los nudillos, Pedro le levantó la barbilla hasta que encontró sus ojos.
—¿Qué tal esto?
Le latía el corazón demasiado deprisa y lo que vio en sus ojos le dijo que él lo sabía. Eso era malo. Si lo hubiera visto venir podría haberse preparado, pero no lo había visto. ¿Qué pasaba si estaba planeando que se enamorara de él otra vez para luego largarse? ¿Qué pasaba si ese beso era el siguiente paso de su plan? ¿Y si el plan funcionaba? Había sido capaz de resistirse a la atracción de Pedro Alfonso, pero eso había sido antes de que la besara y despertara deseos que había tratado de olvidar durante un año, Paula apretó los labios, saboreando aún el beso.
Pedro se preguntaba en qué demonios estaría pensando cuando había besado a Paula. La respuesta era que no estaba pensando, al menos no con la cabeza. Desde aquel primer día en la oficina había querido saborearla de nuevo, sólo para sacársela de la cabeza. Luego ella lo había llevado a esa jaula de grillos llamada el Jardín del amor. El beso había comenzado como una manera de demostrarle quién era el jefe, pero se había transformado en algo completamente distinto. Había sido una completa estupidez.
Había pasado una semana desde ese episodio de pérdida del control. Cuando no estaba pensando en besarla de nuevo, Pedro corría de un lado para otro por todo el Valle de Las Vegas, concentrándose en las Torres Alfonso para apartar todo lo demás de su cabeza. De hecho, el trabajo había sido siempre su salvación. No era una coincidencia que cuando el destino estropeaba su vida personal, sus negocios no podían ir mejor. Pero Paula tenía una increíble habilidad para colarse en su cabeza. En medio de una reunión. Mientras estaba tratando de asimilar la información de una hoja de cálculo. En sueños, cuando volvía a tenerla entre sus brazos. Que no hubiera vuelto a verla desde el Jardín del amor no significaba que no pensara en ella. Entró en su despacho y miró los mensajes de encima de su mesa. Uno era de Paula. Sólo con ver su nombre sintió una oleada de calor por todo el cuerpo. Aquello era irritante y frustrante. Además, después de una maratoniana comida de trabajo para negociar el precio de los materiales y del combustible, sentía que necesitaba hacer algo de ejercicio para aclarar la mente. Agarró el macuto con los pantalones cortos, la camiseta y las zapatillas de deporte que tenía en un armario y se dirigió al gimnasio de la empresa. Se cambió en el vestuario e hizo unos estiramientos antes de ir a la zona de ejercicios donde había cintas de carrera, bicicletas estáticas, máquinas de pesas... Los cristales ahumados atenuaban el calor típico del verano de Las Vegas. Un canturreo atrajo su atención hacia una mujer que se bajaba de una de las cintas. A la hora de la comida esa sala solía estar abarrotada, pero era más tarde y había esperado estar solo. Cuando la chica se dió la vuelta, reconoció a Paula y sintió como un puñetazo en el estómago. Ella respiró dos veces antes de que la alarma se mostrara en su expresión.
—Pedro.
—Hola —se acercó y apoyó un codo en el manillar de la cinta.
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