-Me estaba acordando de cuando mi madre nos pilló bebiéndonos la nata directamente de la lata.
-Un delito que merece la pena de muerte -bromeó él, pareciéndose otra vez al Pedro de Nueva York.
Ella dejó el plato con la mitad de la tarta junto al de él y se acurrucó en la butaca.
-Es divertido, pero a mi madre no le hizo ninguna gracia -apoyó la barbilla en la palma de la mano y lo miró-. ¿Recuerdas cuál fue tu regalo de Navidad preferido?
Él sonrió.
-Una bicicleta. De las mejores. Llevaba meses soñando con ella. Había recortado la foto de un catálogo y la había colgado en mi habitación. ¿Y el tuyo?
-Una casa de muñecas. Con muebles -suspiró-. Era...
-¿Qué?
-Pensarás que es una tontería.
-No -prometió él-. Dame la oportunidad de estropearlo antes de que me consideres culpable.
-Tienes razón -admitió ella-. De acuerdo. Era en esa época en la que uno cree en Papá Noel pero sospecha la verdad. Quería creer en él, pero había oído muchos rumores.
-Los rumores vuelan.
-Era como tú. Deseaba tanto esa casa de muñecas que no pensaba en nada más. Pero sabía que, ese año, mis padres no podían gastarse mucho dinero. A mi hermana le habían puesto aparato dental. Necesitábamos un coche nuevo. Había poco dinero. ¿Y por qué le contaba todo aquello? No era su manera de hablar con Pedro, pero había empezado ella-. En cualquier caso, decidí ir a ver a Papá Noel con mi hermano Gonzalo.
-¿Gonzalo creía en él?
-Sí. Pero la barba y el traje lo asustaban. Yo me senté en el regazo de Papá Noel para animarlo a que lo hiciera también. Mi madre quería una foto.
-¿Y le dijiste a Papá Noel lo que querías?
-Por si era cierto que era mágico, se lo susurré al oído -se encogió de hombros y jugueteó con un mechón de pelo-. Una tontería, ¿Verdad?
-Al contrario -se echó hacia delante y le agarró la mano.
El gesto fue cálido, fuerte y dulce, y Paula sintió que se le detenía el corazón. Podía haber sido culpa del vino, o de compartir la suite con Pedro, pero al sentir su mano se le encogió el estómago y tuvo que respirar hondo para continuar con la conversación. Nunca le había sucedido antes.
-¿Y lo conseguiste?
-¿El qué? -preguntó ella.
-La casa de muñecas.
-Ah. No. Pero... -retiró la mano- háblame de tu bici.
-Era azul. Y no me la trajo Papá Noel -bromeó.
-Sabía que pensabas que me comporté como una tonta. Es muy triste tener que hacerse mayor.
-Lo es -la miró con una expresión extraña-. Si todavía creyeras en él, ¿Qué le pedirías a Papá Noel este año?
-Florencia -dijo ella.
-¿Quién?
-Quién no -dijo ella, riéndose-. Italia. Siempre he deseado ir allí -se encogió de hombros-. No sé por qué. He visto fotos, pero tengo la sensación de que es uno de esos lugares que hay que ver con tus propios ojos.
-¿Quién sabe? A lo mejor Papá Noel consigue que suceda.
-Puede ser.
Al ver que él sonreía, el sentimiento de emoción se apoderó de ella otra vez. Había llegado el momento de acostarse antes de decir algo de lo que luego pudiera arrepentirse.
-Estoy agotada. Es curioso cómo cansa pasar horas sentada en un avión. Creo que el viaje ha podido conmigo.
Él la miró un instante y dijo:
-Lo siento, Pau. No debería haberte hecho viajar en navidades. Tenías planes. ¿Con alguien especial?
-Sí -no era una mentira, sus amigas eran especiales-. Pero no importa. De hecho, esto se ha convertido en unas vacaciones agradables.
Pedro tenía una expresión seria, como si estuviera recordando el fantasma de las navidades pasadas. Ella nunca había visto a un hombre tan necesitado de un abrazo. Él se puso en pie y extendió la mano. Cuando ella la aceptó, él la levantó y la abrazó. Sus cuerpos estaban pegados y era una sensación muy agradable. Si Pedro no hubiera dado la sensación de estar muy solo, ella habría podido resistirse, pero no era así. Le pasó los brazos alrededor del cuello y lo abrazó con fuerza.
-No importa lo que pienses -dijo ella- tu familia se ha alegrado de verte.
-Creeré tus palabras.
Ella lo miró y vió que sus ojos brillaban con ardor mientras se posaban sobre sus labios. ¿Se disponía a besarla? Contuvo la respiración, deseando que la besara más que nada en el mundo. Pero no se atrevía a jugar con Pedro. Él la miró durante un largo instante, antes de agachar la cabeza y besarla en los labios. Tras un simple roce, el corazón de Paula se aceleró con fuerza. Al sentir que la abrazaba con más fuerza, tuvo ganas de gemir. Nunca había estado en un lugar como aquél y no tenía ganas de marcharse. Pero era Pedro. Su jefe. Poco a poco se separó de su lado, sin saber de dónde estaba sacando la fuerza de voluntad para hacerlo.
-Es hora de acostarse.
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